El feminismo tuvo (y tiene) sentido como movimiento reivindicativo cuando este busca la simetría y la transitividad entre varones y mujeres para el ejercicio de cualquier derecho, sin que influya en ello ni el sexo ni la condición sexual. "Puesto que la mujer tiene derecho a ir al patíbulo, debe tener igualmente el de ocupar la tribuna", que decía Olimpia de Gouges. Indiscutible.

Y es que no hay ningún partido político, ni organización ni asociación que busque el privilegio del varón sobre la mujer.

Otra cosa es que, desde el punto de vista social (que no político), existan determinadas inercias y comportamientos, en el ámbito sobre todo doméstico, en el laboral, etcétera, que puedan ser (y lo sean, en efecto) machistas (por ejemplo, es más común en los varones desentenderse de las laboriosas y a veces penosas tareas del hogar para acomodarse o dedicarse a otras tareas, y "dejar hacer" a la mujer en este ámbito, como si fuera el suyo propio).

Comportamientos machistas de los que no están libres de caer en ellos, tampoco en esto hay privilegios por sexo, ni el varón ni la mujer. El feminismo, que combate estos comportamientos, no es una postura femenina ni masculina, como tampoco lo es el machismo. Hay mujeres machistas como hay hombres feministas. Faltaría más.

Manifestación en Málaga con motivo de la celebración del Día de la Mujer, este viernes.

Manifestación en Málaga con motivo de la celebración del Día de la Mujer, este viernes. Efe

Cosa diferente es el reconocimiento de la influencia que puede tener la diferencia por sexo en los comportamientos sociales (por ejemplo, en la seducción, y otros comportamientos amorosos), no teniendo sentido tratar de igualar u homogeneizar lo desigual o diverso.

Desde el punto de vista biológico la sexualidad humana (como en otros organismos) viene determinada por dos formas (dimorfismo sexual), masculina y femenina, con unas características bioquímicas, morfofisiológicas e, incluso, etológicas determinadas que no hay manera de liquidar, de eliminar, en el contexto de las relaciones sociales. Pero sí de neutralizar al desempeñar determinadas funciones sociales (profesionales, de representación institucional, etcétera).

Diríamos con Euclides que, así como no hay caminos reales (de realeza) para la geometría, tampoco los hay sexuales. Ser varón o ser mujer no representa ningún mérito, o no puede representarlo en una sociedad igualitaria, pero tampoco ningún demérito.

En este sentido, el feminismo como reivindicación igualitaria es indiscutible (varón y mujer son iguales en dignidad personal y así tienen que ser reconocidos). Lo que significa que cualquier cargo, magistratura, etcétera puede ser desempeñado por mujer o por varón, indistintamente, pudiendo ser mutuamente sustituibles en el desempeño de dicha función.

Es verdad que el dimorfismo sexual tiene una mayor influencia en el ámbito doméstico que en el público, aunque dicha influencia ya está muy amortiguada en las sociedades contemporáneas a través de la tecnología (pudiendo el varón hacer tareas restringidas antes a la mujer, como la de nodriza), con un sólo límite insalvable que impone el dimorfismo sexual: el varón no puede engendrar ni parir (con todo lo que ello significa).

Hasta aquí el feminismo, cuya función "emancipadora", por decirlo a la manera de la Escuela de Frankfurt, no deja margen a la discusión.

Ahora bien, la ideología de género, derivada de lo que se ha venido en llamar los Estudios de Género, es otra cosa muy diferente, siendo al feminismo lo que una caricatura es a un retrato.

Los estudios de género son una de aquellas "imposturas intelectuales" de las que hablaron y que analizaron muy bien, en su día, Sokal y Bricmont (en el libro de título homónimo), a pesar de lo cual dicha ideología no ha hecho más que expandirse y divulgarse desde entonces.

Un nuevo libro demoledor, el de José Errasti y de Marino Pérez, Nadie nace en un cuerpo equivocado, aparecido hace ya más de un año, analiza exhaustivamente, y desde presupuestos muy sólidos, los mecanismos ideológicos que están operando en estos estudios, y que están detrás del fenómeno trans.

El proton pseudos, el error de inicio de la ideología de género, que hace que se desmorone desde el punto de vista de sus fundamentos, es la negación del carácter polar del sexo (macho/hembra), y suponer que se trata de un haz o espectro de variantes determinadas por un acto electivo o decisión.

Como si el sexo fuera, como quiere Foucault, un subproducto ideológico, heteropatriarcal, "asignado" por el poder "biopolítico" del médico en el contexto "microfísico" de la clínica. Digamos que, a la manera griega, la ideología de género sitúa al sexo en el ámbito del nomos (expuesto al arbitrio o acuerdo de los hombres) y no en el de la physis (naturaleza).

Los logros y hallazgos de esta ideología de género no ya es que sean más o menos discutibles, sino que no son otra cosa que una pura jerga retórica. Una pura cháchara que sirve, eso sí, de salvoconducto para acceder a puestos importantes en la gobernanza mundial (o globalista).

Un conjunto de meros giros verbales o flatus vocis, cuya única función es la de aglutinar a una serie grupos de poder y echar el cerrojazo ideológico en torno a ellos, pudiendo de esta manera ascender en el cursus honorum y ocupar el carguito correspondiente, en el tinglado globalista correspondiente.

No tiene más fondo teórico que la pura impostura retórica y vacía por absurda, pero con unas ventajas prácticas innegables.

Así, desde ese puesto privilegiado (el privilegio de no tener que justificar sus absurdeces), esta intelligentsia woke (a la que, en su feliz distopía, Huxley llamó visionariamente "controladores mundiales") es la que gestiona aquello que se debe decir y lo que no. Y la que administra lo que está permitido pensar y lo que no.

Para ello, cuenta con una poderosa artillería tecnológica e institucional (medios de comunicación, redes sociales, cátedras y departamentos universitarios, ministerios) mediante la que fija sus pedestales, y los santos a los que rendir culto (desde Mandela a Greta Thunberg), y cuelga sus sambenitos a los demonios que corresponda (desde Trump hasta Putin).

En definitiva, alejado del feminismo isonómico como movimiento reivindicativo, la ideología de género es un tentáculo más del wokismo que, impregnándolo todo con su ridícula jerga, ha desactivado, por desquiciamiento, la fuerza que aún pudiera tener el feminismo.

Decir "miembras" significa asegurar un salvoconducto para ascender a la tribuna de la Asamblea General de la ONU. Di "niñes" y triunfarás.