Todo comenzó (públicamente) cuando el presidente Emmanuel Macron organizó con bastante éxito una conferencia urgente de seguridad en París, con la perspectiva constatada de que, en estas condiciones, con la ayuda a la resistencia bloqueada por los republicanos en Estados Unidos y por la burocracia en la Unión Europa, Rusia ganará la guerra más pronto que tarde. 

Los analistas políticos sonrieron con ironía y repararon sin dificultades en el cambio de opinión de Macron, que hace dos años era uno de esos poderosos que pedía una solución para Ucrania que no pasara por la derrota (anteriormente denominada "humillación") de Rusia. ¡Como exigir que llueva pero que haga buen tiempo!

Emmanuel Macron, durante un acto en París con la presidenta moldava Maia Sandu.

Emmanuel Macron, durante un acto en París con la presidenta moldava Maia Sandu. Christophe Ena Reuters

Qué despertar, pero a lo que íbamos. Macron organizó la conferencia en París y se dirigió a los amigos europeos, con una lucidez inaudita, para apremiarles a explorar soluciones para Ucrania, porque después de ellos vamos nosotros. Los checos compartieron un plan para comprar 300.000 cartuchos de munición para los ucranianos a proveedores extranjeros, pagados entre todos, a la vista de nuestra incapacidad para producirlos a la misma velocidad dentro de nuestros países. ¿Quién puede oponerse a algo parecido?

La buena acogida de la propuesta checa contrastó, sin embargo, con la pobre acogida al debate abierto por Macron: Rusia "no puede ni debe vencer en Ucrania", y quizá sea necesario enviar tropas sobre el terreno antes de arriesgarnos a que Putin se salga con la suya mientras dispara la producción militar de un país en economía de guerra. Lo que Macron planteó a los españoles, italianos o alemanes fue la conveniencia de evitar, en resumen, que Rusia gane primero en Ucrania y luego busque fortuna en Estonia. Y así sucesivamente.

De modo que hay que agradecer a Macron que abriese el debate, porque ahora ya es imposible cerrarlo. No importa que los alemanes salieran a toda prisa a desacreditarlo. "No hay ni habrá nunca tropas europeas sobre el terreno en Ucrania", exclamó el canciller Olaf Scholz, "ni enviadas por los países de la Unión ni por la OTAN". Es el mismo hombre débil que comenzó enviando chalecos y cascos, y terminó autorizando el envío de carros de combate y, quién sabe, quizá pronto también misiles Taurus.

Tampoco perdamos de vista que los alemanes reúnen motivos para el recelo cuando escuchan a Macron. Los datos del Instituto Kiel reflejan que Francia ha destinado apenas el 0,1% de su PIB anual a una causa que apadrinan como existencial, lo que contrasta con el 0,6% empleado por Scholz con un Gobierno volátil e impopular. Pero esta vez Macron tiene razón y los titubeos de Alemania son, en un sentido amplio y tan grave como los niveles de penetración rusa en su clase política y militar, un problema para los europeos, cuando Berlín debería ser la solución.

[Michael Reid: "Putin está ganando en Ucrania y el apetito político de Europa para evitarlo es limitado"]

Scholz tiene una explicación pendiente. ¿Qué provecho extrae de marcarse y marcarnos límites ante una dictadura (militar) sin límites? Santo dios, que bastó el comentario de Macron en un debate interno para que Putin recurriese, una vez más, a la carta nuclear y la amenaza de destruir nuestra civilización. Y los alemanes cayeron, una vez más, en la ingenuidad de creérselo. Y despierta una emoción muy lejana a la ternura ver a la tercera economía del mundo con las rodillas temblorosas, incapaz ni de disuadir ni de protegerse mientras Rusia se arma hasta los dientes.

O niega la realidad o no cree en sus palabras. Si Ucrania "lucha por todos nosotros", como repiten de memoria Scholz y el ministro Pistorius cada vez que los arriman al micrófono, ¿por qué no ayudarles a que lo hagan mejor y más rápido? Ciertos juramentos requieren el coraje que los confirma. ¿Cómo tomarles en serio cuando proclaman, a diferencia de la extrema y prorrusa derecha alemana, que una Alemania fuerte pasa por más y no menos Unión Europea?

No es sólo que en la defensa de Ucrania, a la que se prometió ayuda durante el tiempo necesario, están comprometidas nuestra credibilidad y nuestras fronteras. Si vamos en serio con los ucranianos, que todavía no son miembros de la Unión Europa, ¿qué no haríamos por nuestros hermanos estonios o polacos? Los franceses preguntaron si los europeos morirían por Danzig, vaya, y no conviene tomar las respuestas inmediatas como augurios terminales. Pero los pasos lentos en los salones europeos consumen los nervios de cualquiera.