"¿Qué tenemos que hacer para caerle bien?", le preguntamos a nuestro amigo cuando nos llevaba a cenar con su padre. Este manejaba pasta y algo podía caer, cosa que a los veinte años (eran los ochenta) nos iba fenomenal. "Dorarle la píldora", dijo sin dudarlo. Yo, que temía pasarme, quise saber hasta qué límite. La respuesta de nuestro amigo fue categórica: "No hay límite".

Lo he recordado pensando en el presidente Pedro Sánchez, cuyo consejero Iván Redondo debe de tenerlo más calado que mi amigo a su padre cuando dijo que se tiraría por un barranco tras él. Aquello debió de gustarle a Sánchez, y si pilló la referencia a El ala oeste de la Casa Blanca más: que su consejero le diese tratamiento de presidente de los Estados Unidos, aunque fuera inventado, le parecería lo mínimo.

No ha habido históricamente mejor consejero que el siervo que le decía al general victorioso: "Recuerda que eres mortal". Redondo, en cambio, no deja de recordarle a Sánchez lo inmortal que es, con lo que se juntan el hambre con las ganas de comer en este.

Pensaba en Sánchez porque he llegado a la conclusión de que está haciendo un experimento, seguramente aconsejado por Redondo. Está probando los límites de su ficción, es decir, si esta tiene algún límite. Hasta ahora la conclusión es que no. 

Cada vez lo explicita más. Pasada la época de las mentiras o contradicciones, en que Sánchez decía un día lo contrario del anterior, que cabe atribuir, bien es verdad, a que la vida es un permanente fluir, como declaró Heráclito ("nadie se baña dos veces en el mismo Sánchez"), ahora Sánchez explora, como un autor metaliterario, el propio artefacto narrativo.

Daniel Gascón ha sabido detectar la influencia de Javier Marías en su relato sobre el encuentro con Joe Biden: esa amplificación narrativa del tiempo, en la que a 29 segundos se les puede dedicar 29 páginas. Para ello hace falta, no cabe duda, una cierta capacidad de fabulación. Pero esta ya la demostró Sánchez cuando dedicó una parrafada a todo lo que había aprendido en aquel comité científico del que meses después se supo que no existía.

Este lunes llega otro hito: su teatralización de los indultos, para la que ha escogido un teatro. En un prodigioso juego de espejos, se quitará la máscara encima de un escenario para revelarnos que es un actor. ¿Cabrá entonces seguir considerándolo un farsante, si opta por decirnos su verdad fundamental?