Un primer ganador de las elecciones madrileñas del martes soy yo, columnista de domingo. El columnista de domingo lleva una vida plácida (pese a su conciencia de lunes), sólo interrumpida cuando se trata de un domingo electoral. En los últimos años, con demasiada frecuencia.

Son atroces los domingos electorales para el columnista de domingo. Pasa todo el día en vilo, sin poder escribir nada. Y luego, ya entrada la noche, debe escribir rápido, algunas veces con los resultados meneándose aún, por lo que incurre fácilmente en el fallo o el ridículo.

Así que estoy de fiesta con la idea de Isabel Díaz Ayuso de haber puesto estas elecciones a la Asamblea de Madrid un martes. Escribió Jaime Gil de Biedma: “Quizá, quizá tienen razón los días laborables”. Y sin quizá. Yo en mi plácido domingo inesperado escribiendo para el lunes de reflexión.

Hay algo proustiano para los de mi edad, y es que las primeras elecciones de la Transición, cuando éramos niños, se celebraban en mitad de la semana. Eran gloriosos días sin colegio, con la televisión emitiendo dibujos animados y cine cómico durante horas. La democracia, así, nos entró la mar de bien.

Una primera reflexión es que el miércoles nos vamos a quedar descansando. Aunque el descanso estará enturbiado por un serio temor. El de cómo serán las próximas elecciones generales.

Estas de Madrid han sido un ensayo y el pronóstico es terrorífico. Habrá más embrutecimiento y más simplificación.

Básicamente, estamos enroscados en debates falsos. Tan falsos que ni siquiera son debates. Son sólo peleas. Muy cómodas para quienes las practican, puesto que no exigen conocimiento ni preparación. En la política española, del presidente del Gobierno para abajo, abundan los políticos sin conocimiento ni preparación.

A esa frase que he escrito antes, “estamos enroscados en debates falsos”, hay que añadirle: mientras el país se hunde. Por eso no hay perdón.

Por otro lado, están relacionadas ambas cosas. Por estar enroscados en debates falsos, el país se hunde.

Estoy, en fin, en una situación incomodísima, porque si he luchado por algo (con mis escasas fuerzas y con mi indolencia consustancial, adornada de un cierto esteticismo) ha sido por evitar que nos encontremos aquí. Me impregna una sensación de fatalidad y fracaso.

Soy pesimista en todos los frentes, pero (como hay que mojarse) pienso que lo urgente es castigar a esta izquierda, la culpable principal. Y lo digo desde la izquierda, aunque no me crea nadie. Probablemente ni yo mismo.