El asombro de ver a Bildu convertida en partido de Estado nos ha hecho errar el diagnóstico: respetar el pasado es importante, pero lo que está en juego es el futuro.

Cuando situamos el centro de gravedad del debate en la renuncia -sin condena- de los medios violentos, obviamos que la izquierda abertzale no ha renunciado a sus fines. Si Bildu decidiera condenar el terrorismo y reconocer el dolor causado, sus planes de futuro seguirían intactos.

Lo más importante es advertir que la consolidación del bloque de investidura escenifica la unión estable de todas las fuerzas anticonstitucionales, entre las que, a juzgar por los hechos y mal que nos pese a algunos, está el PSOE. Debemos entender la aprobación de los Presupuestos como un acto constituyente.

El PSOE se ha beneficiado de un sesgo cognitivo universal: tendemos a considerar que las faltas de nuestros adversarios son fruto de su naturaleza, mientras que las de nuestros aliados son producto de las circunstancias. De esta manera, nos convencemos de que el verdadero PSOE es el minoritario y arrinconado, y el PSOE impostor es el que toma las decisiones. Lambán, Vara, García-Page, González o Guerra serían las esencias de un socialismo que aguarda a que cambien las circunstancias para poder resurgir.

Desengáñense: el PSOE real es quien está facilitando una mutación constitucional por la puerta de atrás. Y no por convicción, sino por una mezcla entre conveniencia de sillón, conformismo aritmético y resignación demográfica. No es ideología; es supervivencia política: ningún militante está dispuesto a renunciar al pacto con Bildu o ERC si eso supone renunciar al poder. El PSOE está tramando su hegemonía para la próxima década.

El inconveniente es que el bloque de los Presupuestos está enhebrado por el propósito de desarticular la democracia constitucional y disolver el Estado. Pero los números no dan, y se pretende lograr la mutación del sistema sin mayoría cualificada, eludiendo el engorroso trámite de la reforma constitucional.

La coalición se sabe estable e inamovible con la actual distribución de escaños. Y Sánchez, tras haber dislocado los órganos de control interno, se sabe intocable en el PSOE. Los quejidos ocasionales de los barones críticos no hacen sino consolidar el bloque, pues sirven para mantener viva la fe -y retener el voto- de la parroquia que sigue creyendo en la resurrección del viejo PSOE.

Si bien es cierto que no había necesidad aritmética para incorporar a Bildu, sabemos que Iglesias lo hace con gusto. Su objetivo es fragmentar nuestra comunidad política en base a criterios etnicistas y avanzar hacia una suerte de Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas. En la hoja de ruta está que Bildu gobierne pronto en el País Vasco, y en Madrid juegue el papel instrumental que hasta ahora ha jugado el PNV.

En su afán de colocar cada euro del erario al servicio de la causa, los otrora defensores de "lo público" dispensan cargos a precio de saldo: sus correligionarios nunca habían tenido tan fácil vivir del presupuesto. Ni meritocracia en los ministerios, ni pluralidad en la radio-televisión pública: lo importante es mantener prietas las filas hasta que se confirme también la patrimonialización del futuro.

Esa es la agenda 2030.