Iglesias no teme a nada más que a un periódico, ni siquiera a esas meriendas campestres que se le montan, rojigualdas, en las cercanías de su palacete.

Entre su ramillete de virtudes están las televisiones a mayor gloria, el programa ése de entrevistas a media luz y otros hitos que ilustran que, antes de tomar el Cielo por asalto, Iglesias y los suyos aprendieron a usar los medios para que el harén y los afines estuvieran a refugio.

Iglesias no soporta una crítica ácida, una cacerolada cachonda, acaso porque en su relato ha identificado el casoplón con una generosa concesión de su militancia -búlgara-, y a estas alturas de la película sus vodeviles son parte sustancial de su intimidad, que defiende con bilis del cuché y del telediario.

En realidad, Iglesias detesta la prensa porque, aun en plena crisis de legitimidad, es capaz de situar el borrón en las querencias nepotistas de un partido que jamás se sabrá muy bien lo que es.

Lo que sí sabemos cierto es que Iglesias rabia contra la prensa, y lo hace -ya lo contamos en el periódico- contra el criterio de la Europa de las luces que elevó a frontispicio aquel adagio triste de primero de carrera de que un periódico es una nación hablándose a sí misma.

Con todo, Iglesias no es lo peor: lo peor son los submarinos en determinadas cabeceras, ciertos editores de vídeos que enjuagan los macutazos y te cuelan un algo morado entre los goles de Isco. La conquista de los medios por la vía de los más empoderados.

Iglesias sabe que hay medios que no puede conquistar, del mismo modo que hay una Justicia independiente que boquea y que es todo lo contrario a una cloaca.

Entre Echenique, Iglesias y los trolls inasequibles al desaliento se va generando una Brunete podemita que al periodista con más o menos garbo lo pone en el disparadero: el principal argumentillo es haberse vendido -el periodista- al capital, pero cuando ruge la marabunta te hacen un GIF y se van tan contentos a la cama o a la conquista del tercer estado.

Un vicepresidente principia una guerra contra el cuarto poder. Acabamos de salir de un secuestro civil y a Iglesias -en paralelo al Emérito- lo que le desvela es que sepamos de ese culebrón de tarjetas despechadas y exasesoras blogueras. Lo peor siempre está por llegar y España se ha aficionado peligrosamente a las vísperas.