El humor nos cura, mantiene nuestros telómeros enormes y brillantes. La carcajada rejuvenece, ilumina, devuelve la ilusión perdida. No hay felicidad sin risa y sin sonrisa.

Una vez más, el anuncio navideño de Campofrío, usa ¿la ficción? como excusa para recordarnos que, quizás, podríamos andar más contentos por esta existencia nuestra que, de momento, y que se haya demostrado, es la única que tenemos. En dicho anuncio, mi querido Daniel Sánchez Arévalo recrea una tienda de chistes en un mundo donde lo de reírse está mal visto. O sea, un poco como el nuestro. El miedo al ridículo y a lo que gente que ni conocemos pensará de nosotros, además del postureo y la infravaloración de la risa en numerosos ámbitos, hacen que los humanos grises se reproduzcan como si no hubiera un mañana. Los Óscar son para películas melodramáticas, los escritores consagrados son gente muy seria, cuántos artistas se han aferrado al malditismo, porque siendo un bohemio atormentado uno crea mucho y bien. Lo serio es importante, lo dice incluso la RAE, en su quinta acepción del vocablo: 5. adj. Grave, importante, deconsideración. Negocio serio. Enfermedad seria.

Nos olvidamos de que se puede vivir y escribir desde el humor sin restarle un ápice de importancia a los temas que se tratan. Ignoramos que la risa no siempre denota una falta de respeto, sino todo lo contrario. Pasamos por alto que, para el dolor del alma, la alegría es el único antídoto. El humor nos salva la vida, esa que es de verdad, que no consiste solo en levantarse cada mañana y respirar. El humor nos da un para qué útil en cualquier ocasión: hago esto y lo de más allá para reírme, para ver el mundo de colorines, para ser feliz, que es lo único que deberíamos querer ser.

El humor no se ve, pero se nota. La cara es el reflejo del alma y hay jetos que llevan décadas sin echarse unas buenas risas. Esas comisuras que incrementan su curvatura hacia abajo año tras año y que no recuerdan la última vez que lo hicieron hacia arriba. Qué rictus tan desagradable. Que no se me acerquen, vade retro. Arrimémonos a los cachondos mentales, a esos que son tan sumamente inteligentes que le sacan punta a lo más inesperado, que te provocan risas de las de dolor de barriga y chorrito de pis. Porque quien bien te quiere, te hará descojonarte. Porque lo importante es reírse y todo lo demás es una guarnición necesaria, pero puramente decorativa.

Yo, que empecé en esto de escribir con un blog de humor, recibo cada día varios correos de mis lectores. Hay dos que jamás olvidaré: el de una chica que me contaba que "cuando no podía ni respirar, tú me hiciste reír", y aquel de otra que, en sus sesiones de quimioterapia, lloraba de la risa con mis relatos. Si alguna vez me da por dedicarme a la novela histórica o la crítica gastronómica, esos mensajes me arrastrarán hasta el camino correcto. Dejémonos de hostias, que yo he venido aquí a divertir a la gente, nada más. Y nada menos.

El mismo Sánchez Arévalo que ahora nos recuerda que el chiste es vida, me la salvó a mí, en Moscú y sin él saberlo, cuando la espera por la adopción de mis hijos era tan interminable como desesperante. Me encontré con Primos, por casualidad, en un cine ruso. Siempre he pensado que, sin aquella tarde de risas, me habría vuelto completamente majara. Él me acercó el olor a gazpacho, a Paquito el Chocolatero, al despiporre ibérico del que tanto adolecen por los soviets. Cuán agradecidísima le estoy por aquellas dos horas de evasión absoluta.

El humor va mucho más allá del chiste, deberíamos llevarlo pegado a nuestras retinas, a nuestras tripas, a nuestro esternón. Recordémoslo en estos días de desquicie, cava y glucemia desbordante. Pasemos una Feliz Navidad y una Feliz Vida.