¿Ignoraba usted cómo se las gasta el nacionalismo catalán en materia de socios y negocios, clientelas y corruptelas, mordidas, partidas, chanchullos, chantajes, prevaricaciones, abusos, alzamientos y rebatiña varia? Pues se habrá hecho una idea en las muy pedagógicas Malas compañías de La Sexta. Los detalles secundarios de tanta voracidad esconden una hybris de costellada; saltar del esplai a la doble contabilidad, o llegar al delito directamente desde el cinefórum no hace menos temible a la hybris. Solo la hace más grotesca.

No nos sorprende la contumacia con la que el ex gobierno golpista y sus adláteres se ponen en ridículo una y otra vez. Que un tío corra mundo adelante con una tarjeta falsa del metro que le acredita como Minister of Foreign Affaires de un ente no estatal ya da una grima de cojones. Yo no lo haría, ni usté, ni usté. Es que no concuerda: imagínate que llego y ¡pum! digo “Hola, soy Girauta, presidente del Politburó de El Corte Inglés”. “Girauta, arzobispo del Rayo Vallecano, choca esos cinco”. “Aquí Girauta, demiurgo del coro, chamán del consejo de administración, comandante del orfanato”. Como que no.

Los más jóvenes entre la audiencia de Cristina Pardo estarán posiblemente atónitos por el desparpajo con que CiU arramblaba con todo lo que se movía. Antes de que se acabe la columna (respeto escrupulosamente las dimensiones prefijadas), debo revelarles algo: en Barcelona siempre lo supimos. ¿Todos? Cualquiera que estuviera algo informado, que se moviera por los juzgados o conociera periodistas. Barcelona lo sabía y Barcelona era una tumba. Quien logró sacar algo a la luz, como mi padre, sufrió el vacío y las amenazas.

Felizmente, con internet cayeron las barreras de entrada en el sector periodístico, y, en un raro giro del destino, me convertí en columnista de Libertad Digital, pionero en la red, y pronto estaba colaborando en un número considerable de medios. Por fortuna, tenía demanda; mis artículos sobre Cataluña desde 2003, con los de José García Domínguez, estaban contando a un creciente público español las vergüenzas de nuestro terruño. Y si por el terruño hubiera sido, habría perecido de inanición, pues perdí a mis principales clientes. Los tripartitos nos señalaron en TV3. Ya saben: anticatalanes, ultras, el clásico ritual infamante de separatistas y socialistas.

Opinar profesionalmente se convirtió en una necesidad. Gocé de lo lindo cuando me usaron de “cuota” no nacionalista en los medios públicos catalanes y pude decir todo lo que debía en la cara de los paniaguados.