Me he pegado un lingotazo de briosa claridad con el nuevo libro de Fernando Savater, Contra el separatismo (ed. Ariel), que recoge un panfleto breve con ese título y varios de sus artículos del último año. Aunque se mantiene en su tristeza y en su duelo (lo apunta dos veces), el maestro está en forma: por fortuna, la cabeza va por otro carril. La cabeza y el coraje cívico. Así, sigue siendo para nosotros ese “contemporáneo esencial” que él reconoció en otros intelectuales.

Me regocija que mientras los Argulloles callan y los Cotarelos no paran de decir mamarrachadas, dos variedades del narcisismo, Savater siga en su línea lúcida: atacado en cada momento por quienes es un honor ser atacado. Y siempre con gracia, siempre con chispa. Cuando le preguntan insiste en que su mundo se le ha muerto, pero él sigue vivo. Dan ganas de agradecerle al procés que le haya servido de estimulante...

Una cosa bonita es cómo Savater nos descoloca a los que somos más savateristas que Savater. Sus admiradores (¡que a veces parecemos catecúmenos!) repetimos desde hace años una frase que dijo en su día: “No hay nacionalismos buenos y malos, sino graves o leves”. Ahora excusa un cierto tipo de nacionalismo, el “leve”, para centrar su artillería en el separatismo: lo verdaderamente malo es el intento de desgajar el país, es decir, de quebrantar la ley y la ciudadanía de todos.

Lo llamativo del texto que se presenta como panfleto es que, en realidad, no es tan violento como el género exigiría. Lo panfletario aquí es que se anda sin remilgos, sin pamplinas; algo que destaca mucho en este tiempo de turbiedades, especialmente entre sus colegas, que cuando la realidad se ha puesto endiablada han aguzado su instinto cobardón y ventajista de marear la perdiz. Tales ejercicios de distracción son imperdonables, porque lo que está en juego es diáfano: “La ciudadanía democrática moderna no la da el terruño en que se vive, ni los apellidos de raigambre local, ni la apelación a leyendas ancestrales que sustituyen a la historia efectiva con sus fantasías, sino la aceptación de una ley común establecida por todos los ciudadanos constituidos como cuerpo político abstracto, que establece una base de derechos y deberes iguales a partir de la cual cada uno puede buscar su propio perfil de identidad”.

Al final da siete razones por las que el separatismo “es un achaque político que hay que evitar y combatir”: es antidemocrático, es retrógrado, es antisocial, es dañino para la economía, es desestabilizador, crea amargura y frustración, y crea un peligroso precedente.

No me resisto a citar este chistecillo de uno de los artículos que se añaden, inédito hasta ahora en España porque se publicó en México: “Si les gusta a ustedes la comedia española del Siglo de Oro, deben ir en Madrid al teatro de Bellas Artes, donde se representa una pieza de Cervantes titulada El rufián dichoso. Pero si prefieren el esperpento más desabrido, procuren asistir a las Cortes, donde actúa en sesiones de mañana y tarde el dichoso Rufián”. Por estas maldades Savater es tan bueno para el lector.