La digestión sentimental del procés produce risas, rubor y náuseas sin solución de continuidad. El problema es que esa tríada de humores se está convirtiendo en el reflujo habitual de la España repudiada. Según el CIS, Cataluña ha escalado al segundo puesto de las preocupaciones civiles, por detrás del paro y las legumbres. Y según la brega cotidiana, cada día es más frecuente pasar de la carcajada a la arcada, o del rubor a la ira, a resultas del eco que el circo de Puigdemont y sus muchachos encuentra en Flandes.

Este martes Carles Puigdemont y 200 alcaldes indepes con sus varas de mando han cocelebrado en Bruselas un aquelarre político e intelectual para seguir propalando en Europa que España lejos de ser una democracia es un régimen fascista y represor desde Felipe V hasta nuestros días. Y hay motivos para temerse lo peor visto el seguidismo que muy destacados políticos belgas han hecho de los delirios del president prófugo los últimos días.

Va de suyo que poco o nada puede hacerse para que Puigdemont -o Junqueras con sus cartas desde la cárcel- abdiquen de su cinismo y sus propagandas porque no se puede pedir a un imputado que deje de mentir cuando en la falacia advierte su posible impunidad. Pero sí que se puede y se debe actuar contra quienes dan cobertura a sus intoxicaciones por complicidad, por costumbre, por pura desidia, o porque en ello le van y vienen las subvenciones; y aquí ponemos por caso TV3, adonde no ha llegado el temible 155.

Oír al president denunciar que en España “se tortura a políticos” puede resultar cómico y/o vergonzoso según la hora del día y el cúmulo de cop de falç encajado. Pero escuchar a políticos y autoridades belgas dar credibilidad a ese tipo de lixiviados y sacar a relucir el espantajo del franquismo como pecado original es intolerable.

Como va de suyo que al viceprimer ministro Jan Jambon (nacionalista flamenco), al ex primer ministro Elio Di Rupo (socialdemócrata) o al ex ministro de Exteriores Karel de Gucht (liberal) no les mueve más motivación que su ignorancia y su prepotencia, habrá que recordar a estas personas que, si de espectros se trata, pocas lecciones de democracia pueden dar los herederos políticos de un país de esclavistas y colaboracionistas de los nazis.

El y tú más es poco práctico, infantil incluso. Pero la mendacidad y el insulto como estrategia de éxito sólo pueden agravar la sensación de hartazgo respecto del independentismo, de tal modo que cada vez sea más difícil enfocar el problema catalán en términos de arreglo. Ya saben, no se abre paso el entendimiento donde se enseñorea la animadversión. Y si por España anduvieron Franco y los inquisidores, en Bélgica reinó a sus anchas el indeseable de Leopoldo II.