En el rostro sonriente de los Jordis, horas antes de ingresar en prisión, se reflejaba el paso alegre de la paz catalana. El encarcelamiento de Jordi Sánchez y Jordi Cuixart beneficia a la república porque mejora el relato de la opresión española y emborracha de victimismo a la multitud, que es lo que necesitan las élites del 3% para que clases medias, obreros y menesterosos abracen la causa de su impunidad a golpe de velitas y caceroladas.

Todas las revoluciones necesitan mártires y los Jordis pagan con un futuro carcelario y una épica de cemento y rancho su liderazgo en el abrevadero de la independencia. El confinamiento de los Jordis, en tanto que organizadores del cerco a la Guardia Civil durante los sucesos de septiembre, puede chirriar a quienes confunden la forma con el fondo, los buenos modales de Sánchez y Cuixart -o de Trapero, Junqueras y Puigdemont- con el objetivo irrenunciable de la sedición.

Pero poco puede sorprender a quienes, desbrozado el procés de sus falacias, comprenden que lo que sucede en Cataluña es un golpe de Estado; que en el siglo XXI las asonadas se hacen por lo civil; y que este par de tipos, además de hábiles captadores de subsidios, son dos coroneles del levantamiento.

La juez Carmen Lamela ha hecho un favor al independentismo, sin pretenderlo, porque en democracia los tiempos de la Justicia desprecian los cálculos oportunistas de la política. Ya podrían los indepes hacerle una estatua ecuestre en lugar de caricaturizarla como servidora de los desaparecidos tribunales de orden público.

De momento, la prisión de los Jordis cohesiona al secesionismo, enardece el ánimo contestatario de Puigdemont horas antes de volver a jugar al despiste con Rajoy, desvía el foco de la fuga de empresas para resituarlo en la calle, genera fisuras entre PSOE y PSC, y obliga a sindicatos y corporaciones locales a hacer gestos que puntúen en el imaginario de la insurrección: paro institucional en Barcelona, paros simbólicos en oficinas y talleres, reuniones urgentes de las ampas, concentraciones en colegios e institutos, nueva huelga política o de país y -lo que faltaba- lacitos amarillos en solidaridad con los presos de conciencia.

Que el reo político tenga precio de saldo en Cataluña es consecuencia de que fue tasado en Otegi antes que en los Jordis. Ambos se aseguran un baño de selfies a la salida.