Se lo debemos, una vez más, a la Guardia Civil; en concreto a los miembros de sus unidades de policía judicial de Cataluña, con los que el Estado al que sirven y el conjunto de los ciudadanos españoles, empezando por los muchos que desean seguir siéndolo en tierras catalanas, tienen una deuda de gratitud que sólo el tiempo, cuando transcurra y se sepa cabalmente todo lo que han hecho en estas semanas, situará en su justo lugar. Fueron estos servidores públicos los que sacaron a la luz la hoja de ruta real del independentismo, incautada en el domicilio de uno de los gerifaltes de la organización clandestina que se ha apoderado de las instituciones catalanas para gestionarlas en el solo interés de sus correligionarios. En un "resumen ejecutivo" de la estrategia del procés se leía esta frase: "Si queremos hacer tortillas, tenemos que romper huevos". Y para que no le quedara duda alguna al lector ejecutante, el texto se ilustraba con la imagen de eso que había de romperse. Más claro, agua.

Ya estamos, desde hace días, en la fase de los huevos rotos. Se ha roto la convivencia (sobre todo para los ciudadanos que no son independentistas; los que comulgan con el movimiento se sienten arropados y corroborados por su govern y la galaxia de medios afines); se ha desintegrado la economía catalana, con la fuga de cuantas empresas estaban en condiciones de trasladar su sede social (por un valor que ya ronda el 50 por 100 del PIB de la comunidad autónoma), la reducción de reservas turísticas y los efectos que a medio plazo eso tendrá en el crecimiento y el empleo; y ya sólo queda destrozar los quebradizos y angostos puentes que conectan todavía a la administración catalana con la legalidad constitucional y las instituciones del Estado.

Los teóricos y entusiastas del rompimiento empujan con ardor al acorralado Puigdemont para que termine de cascar los huevos que aún sobreviven en el cesto y emprenda el batido de la tortilla estelada que según ellos colocará a Cataluña en la extrema vanguardia de la humanidad. El president echó el freno hace unos días (aunque fuera de aquella manera) porque sin duda le llegaron claras advertencias de la intemperie gélida que iba a acoger a la república catalana; no sólo en Europa sino en el contexto internacional. Lo que le hizo reconsiderar su deseo el martes pasado sigue siendo válido hoy. El diálogo en el que para bien de todos debería desembocar la suma de sinsentidos a que hemos asistido en este octubre absurdo requiere que renuncie a quebrar la cáscara de esos últimos huevos que aún le mantienen unido a la realidad y a un futuro viable. El gobierno central, con el apoyo sensato del PSOE, le ha abierto la puerta que podía abrirle, la de la reforma constitucional. Ahora la pelota está en su tejado y sólo queda confiar en que entre quienes le aconsejan haya voces temperadas y no sólo rompedores de huevos.