El debate sobre si la llegada de Trump a la Casa Blanca se debió a la influencia de una máquina organizada de producción de noticias falsas y su difusión organizada a través de redes sociales ha hecho saltar numerosas alarmas, y ha evidenciado la necesidad de controlar un fenómeno que, posiblemente, tiene que ver con la juventud del medio. 

En la calle, no podemos evitar que haya quien quiera leer prensa sensacionalista, tabloides o diarios de mala muerte con noticias estrambóticas inventadas o absurdas. Tampoco puede evitarse que, dado que hay una demanda para ello, surjan medios que quieran satisfacerla y ganar dinero con ello. En el Reino Unido, algunos tabloides miden sus ventas por millones. Lo que se evita, desde hace muchos años, es que las noticias de esos medios sensacionalistas sean difundidas por otros periódicos, por la radio o la televisión. Quien quiera consumir basura, tiene su oferta de basura y canales donde encontrarla, pero esos canales se aíslan de aquellos a los que recurre el grueso de la sociedad. 

En la red, este tipo de mecanismos están poco desarrollados. Wikipedia, por ejemplo, acaba de dar el paso de prohibir el uso del tabloide británico Daily Mail como referencia de sus artículos, por considerarlo una fuente no fiable. 

En una red social, una noticia falsa puede encontrar fácilmente un público dispuesto a compartirla fervientemente, alcanzar los trending topics, incrementar enormemente su visibilidad y, hasta hace poco, incluso generar ingresos para los que la lanzaron. La noticia falsa más compartida durante las elecciones fue que el Papa Francisco había dado su apoyo a la candidatura de Donald Trump. La reciente exclusión de ese tipo de noticias de la maquinaria publicitaria de Google o Facebook es fundamental para eliminar  incentivos a la compartición de noticias falsas, pero falta algo más: sin convertirse en censor, es preciso identificar las noticias falsas o que provienen de medios sensacionalistas, etiquetarlas como tales, y restringir su acceso a los mecanismos de recomendación, como ocurre fuera de la red. No se trata de eliminarlas, porque tienen su público, y si un amigo tuyo la comparte, la verás, pero sí de etiquetarlas como lo que son: basura. 

En el fondo, se trata de reinventar sobre la red reglas que ya existían fuera de ella. Una tarea necesaria, pero nada sencilla. El próximo laboratorio para ello serán las próximas elecciones francesas, en las que la colaboración entre medios tradicionales, redes sociales y buscadores intentará acotar la influencia de las noticias falsas. Que funcione o no, ya es otra cuestión...