Irene Montero ve en la resistencia de los errejonistas a ser laminados una contribución a la “campaña de hostigamiento” que las “élites” han emprendido contra Pablo Iglesias, de todo lo cual sólo hay que determinar qué tipo de excesos ha podido cometer la jefa de gabinete del líder de Podemos para sostener tan delirante relato o tan cínica postura.

La madurez a garrotazos de Podemos es entretenida -más que interesante- porque sus mamporros en directo, aun aliñados con supuestas conspiraciones, ponen en cuestión algunas propagandas sobre este partido. Por ejemplo, su dominio de las redes, su hondura y compromiso ideológico y su superioridad intelectual y moral.

A Podemos se les ha atribuido la facultad de convertir internet en un arma revolucionaria. Sin embargo, lo que las redes han mostrado ha sido un aquelarre de puertas abiertas impensable en los partidos tradicionales, una querencia exhibicionista de las reyertas domésticas y una predisposición a las conjuras tribales a golpe del hashtag de los jefes.

El compromiso y la hondura ideológica o intelectual que se le presupone a Podemos también se han visto comprometidos. Montero y compañía pueden denunciar la existencia de una campaña de la casta, pero lo que todo el mundo ve es un ajuste de cuentas tras la dulce derrota de las tesis errejonistas en la votación sobre los métodos de Vistalegre.

El modo en que Iglesias, Echenique y Ramón Espinar se han conjurado para cocer la asamblea en la sangre de sus enemigos de partido, aprovechando la nocturnidad navideña, dinamita el discurso de la diversidad y pone en tela de juicio la coexistencia por siempre pacífica de las confluencias bajo el paraguas de Podemos, que con tanto ahínco y celo porta el indiscutible Iglesias.

Irene Montero pretende convertir las purgas de Podemos en una consecuencia democrática a la deriva equivocada que han tomado aquellos compañeros que, como Íñigo Errejón o el defenestrado José Manuel López, no entienden que toda disidencia es contrarrevolucionaria porque acaba sirviendo al enemigo y que en toda organización la única corriente o familia que vale es la que vence. Así contado, la historia del comunismo, las tragedias de Shakespeare y Juego de tronos subyacen en el relato de Montero. El problema es que esta refriega está siendo tan digna de asombro y lástima como la crónica de gozos y sombras de la niña mexicana Rubí Ibarra y su hiperbólica fiesta de los 15 años.

En el caso de la niña Rubí, la invitación a través de las redes de una celebración familiar se viralizó y degeneró en una fiesta tumultuosa con un muerto y un herido en el transcurso de una chivada de caballos. En el caso de Podemos, un ambicioso grupo de profesores de Ciencias Políticas se bajó de la tarima, vendió las virtudes de la nueva política y conformó en un tiempo récord un partido que pudo descabalgar a la derecha -hoy más fuerte- pero que, en una apresurada disputa por el poder, ya lleva algún fiambre y más de un herido. Por cierto, para pacificar Podemos, las bases proponen un “Pacto de El Abrazo” como el que firmaron PSOE y Ciudadanos y al que no quiso sumarse Podemos. La Historia, empeñada en repetirse como comedia.