Una querida amiga me cuenta con dolor que un familiar suyo se ha suicidado la pasada semana. Que se ha quitado la vida por amor. Que su pareja le iba a dejar. Que le iba a dejar por otra persona. Que no lo pudo resistir. Y que una mezcla de pastillas y alcohol pusieron fin a su tormento. Luego le comento el caso a otro amigo que se dedica a desentrañar los insondables misterios de nuestro comportamiento y me dice que no es un hecho aislado, que el desamor sigue matando como lo ha hecho siempre. Que en España se borran de la vida por esta causa al menos veinte personas todos los años.

Dicen los expertos que el que se suicida por amor lo hace conscientemente. De forma fría y calculada. Y que sabe lo que está haciendo. Un ejemplo: mi amigo me cuenta la historia de un/a médico que había sido rechazado/a sentimentalmente y que se quitó la vida con un cóctel preparado para, con la ayuda de un gotero, dormirse plácidamente primero y morirse después. Horas antes había visitado inesperadamente a sus seres queridos que solo después comprendieron que había ido a despedirse.

Muy claro lo tenía también el/la estudiante que tras una ruptura se cortó la venas pero fue rescatado/a a tiempo; lo volvió a intentar con pastillas pero tampoco alcanzó su objetivo. Tras este segundo intento fallido les dijo a sus amigos/as que lo/la dejaran, que no tenía solución, que más pronto que tarde lo lograría. Y lo logró cuando se lanzó a las vías del tren.

Igualmente claro lo tenía esa otra víctima de mal de amores que oficialmente falleció a causa de un accidente de tráfico pero que realmente se quitó la vida intencionadamente despeñando su vehículo por un barranco. Ese mismo día, poco antes del accidente, se había puesto en contacto con algunos amigos/as para decirles adiós y que la vida así era insoportable.

Cuando antes les he comentado que el desamor seguía matando, les he contado únicamente la mitad de lo que me dijo mi amigo el especialista. El desamor sigue matando, me explicó, pero si no va unido a determinadas anomalías en la personalidad del suicida es virtualmente imposible que alguien se quite la vida voluntariamente. Anomalías como desequilibrio psicológico, trastornos de la personalidad o personalidad débil o inestable, alto grado de dependencia, falta de madurez emocional, depresión, ansiedad… por citar solo algunos ejemplos. El tema, me insiste, no es que las víctimas no sepan vivir sin esa persona que ya no está a su lado, el problema es que hablamos de hombres y mujeres que no saben ni qué hacer con sus vidas ni cómo vivir consigo mismo/a.

Leo con prevención que no existe hombre que merezca que una mujer se quite la vida por él, ni mujer que merezca que un hombre se la quite por ella. Y que cuando alguien lo hace en nombre del amor lo que queda claro es que no tiene ni idea de lo que es realmente el amor ni amar. Hablamos de un reflejo falso, sigo leyendo con prevención, en el que el/la suicida nunca se puede encontrar porque la triste realidad es que jamás tuvo una imagen auténticamente real de sí mismo/a.

Tampoco les he dicho toda la verdad cuando he comentado dos párrafos más arriba que nadie en su sano juicio se quitaría la vida por amor. Para ser exactos debería haber escrito "casi nadie". Me cuenta mi amigo el especialista la historia de una persona que no padecía trastorno alguno: ni depresiones ni ansiedad ni desequilibrios de ningún tipo; una persona alegre, vitalista y optimista siempre; una persona, insiste, absolutamente normal desde todo punto de vista que sin embargo se vino abajo el día que su pareja, el amor de su vida, se fue. A las pocas semanas se quitó la vida víctima, explican los expertos, de una desesperación absoluta y de un dolor emocional incontenible.

Pienso yo, no mi amigo el especialista en desentrañar los insondables misterios de nuestro comportamiento, que mientras el ser humano tenga la capacidad de amar con la intensidad que lo hizo esta persona absolutamente normal, será igualmente probable que posea la capacidad de sufrir esa desesperación absoluta y ese dolor emocional incontenible que le haga desear dejar de respirar si no lo hace junto a la persona deseada.