En el momento en que Pedro Sánchez se vio acorralado por sus compañeros invocó a la militancia. Lo hizo con el convencimiento de quien recurre a la razón última y más pura. Ahora bien, por más que pueda presentarse su defenestración como fruto de una conspiración palaciega, está contemplada en los estatutos del PSOE y, por tanto, es perfectamente legítima. 

De forma parecida, cuando se le ha preguntado al presidente de la gestora, Javier Fernández, quién manda ahora en el PSOE, ha sido taxativo: "los militantes". La democracia, el menos malo de los sistemas políticos, está tan sobrevalorada que se recurre a ella como a bálsamo de Fierabrás. Sin embargo, tengo serias dudas de que los problemas del PSOE, como ocurre con los grandes problemas, se resuelvan con urnas.

Que no se me malinterprete. Siempre será preferible un partido en el que se debate y se vota, que otro en el que las decisiones se toman en la oscuridad de un despacho o por capricho. Pero el llamamiento a las bases es demasiadas veces el recurso fácil, una manera no más digna que otras de lavarse las manos. Pilato envió a la muerte a Jesús democráticamente.

Cuando Sánchez llama en su auxilio a los militantes está convocando a la manada. Cuando lo hace Fernández, lo mismo. Hay quien vio con simpatía, querido Ferreras, las concentraciones ante la sede socialista de Ferraz, como si los abucheos, los insultos, los empujones y la algarada callejera fueran un ejercicio sublime de libertad y, de alguna manera también, de hacer justicia.

¡Ah, la militancia! Extrapolando recientes estudios sociológicos sobre los españoles, no es exagerado pensar que un 25% de los afiliados del PSOE cree que el Sol gira alrededor de la Tierra; ni que un porcentaje algo menor, el 21%, está convencido de que los extraterrestres viven entre nosotros; o que en torno al 14% toma decisiones en función del horóscopo.  

La militancia, las bases, la gente... ¡Ah, la gente! Pero ¿quién, si no la gente, vota a Le Pen en Francia o al UKIP en Reino Unido?

No me tranquiliza en absoluto ese consenso general de que han de ser los militantes los que resuelvan la crisis del PSOE. Será casualidad, pero cuando más se desvió de ella, más grande fue.