Arde Galicia. No es como en 2006, cuando mandaba el PSOE bajo la bota del BNG, pero a Feijóo se le está quemando el monte. La tierra arde por los cuatro costados, y todos sabemos que en el 90% de los casos, la mano del hombre (o de la mujer) está detrás de cada roble en llamas, de cada xesta calcinada.

La plaga de los incendios podría evitarse. Nuestros bosques celtas están hechos de un rigor selvático que seguramente los hermosea, pero que actúa como yesca. Contra los incendios de verano se lucha en otoño, invierno y primavera, pero entonces estamos a otras cosas. Y luego están los llamados pirómanos, que son mayormente hijos e hijas de su padre y su madre con ganas de causar dolor. Normalmente se les detiene –el fuego artificial deja huellas– pero nunca más se sabe de ellos, si han sido condenados, si tienen que pagar unas multas brutales, o si están en casa preparando la caja de cerillas para volver al lío.

Arde Galicia con lume forestal, como cantaba Antón Reixa, mientras el país se achicharra en un calor que no sabemos de dónde viene, y en la tensa espera de dos partidos que llevan meses deshojando la margarita. Rajoy y Sánchez están de veraneo desde el 27 de junio, en el que uno se levantó ebrio de una victoria que nadie le dijo que no era suficiente, y el otro tan tranquilo por haber evitado el sorpasso que lo imagino musitando “virgencita, virgencita, que me quede como estoy”. Y ahí siguen, de campo y playa, mientras se nos quema la paciencia y prende la incertidumbre amenazando con arrasarlo todo.

De haber querido Rajoy, este lunes estaría iniciándose el camino hacia la investidura, pero prefiere retrasar las cosas una semana para que puedan decir que sabe manejar los tiempos, que es como si digo yo que los maneja mi sobrino sólo porque le gusta esperar a última hora para hacer los deberes del cole. Rajoy vive dejando todo para pasado mañana. Mientras, Sánchez presume de tozudo –“no” significa “no”– mientras toma el sol en la playa y se consuela pensando, como el niño torpe en el juego del fútbol, que como tiene el balón indispensable, al menos puede impedir que se juegue el partido.

Arde España de inquietud y los dos hombres que podrían apagar el fuego no tienen prisa. Esto es lo que hay. Del cuarto hombre ya no digo nada: lleva dos meses acurrucado en una esquina intentando comprender qué es lo que ha pasado, y ya no es capaz ni de notar que huele a chamusquina en la misma  puerta de su casa.