El grotesco episodio del protocolo que nunca existió para que las embarazadas de Castilla y León con tentaciones abortistas escucharan el latido del feto ha terminado de retratar a Vox. Es un partido de bocazas que actúa a golpe de ocurrencias y carece de la más mínima capacidad de gestión de las crisis que provoca.

Es normal que el Gobierno viera el cielo abierto con esta oportunidad de embadurnar a Feijóo con el betún del pacto de Mañueco. Desde el sábado pasado el chat de altos cargos de Moncloa compartió los contenidos críticos de EL ESPAÑOL, pidiendo la destitución del pollastre Gallardo y la ruptura del acuerdo en Castilla y León.

Feijóo depende de sí mismo para ganar.

Feijóo depende de sí mismo para ganar. Javier Muñoz

Era la visualización de que el PP también tenía su propia Irene Montero, y tampoco era capaz de resolver el problema. Luego llegó la sobreactuación del requerimiento para que se dejara de hacer lo que nunca había llegado a ocurrir y la inexorable extinción del fuego fatuo.

Pero el ridículo de Vox ha sido tal que hasta sus mentores mediáticos se han visto impelidos a propinarle sonoros bocinazos. No vaya a ser -debieron pensar- que el instrumento concebido para condicionar a la derecha democrática e impedir su evolución natural hacia el centrismo -eso y nada más es Vox- termine creyéndose sus propias fantasías y cayendo en manos del integrismo ultracatólico.

Llovía sobre mojado tras el bloqueo de Rocío Monasterio a los presupuestos de Ayuso. Había sido una flagrante ruptura de ese guion, según el cual Vox sólo debe plantarle cara al PP, y en concreto a Feijóo, cuando se comporte de manera no ya tibia sino simplemente respetuosa con Sánchez. No es para complicarle la vida a la siempre contundente presidenta madrileña para lo que Vox ha recibido tanta adrenalina radiofónica en vena, sino para convertir a Feijóo en rehén del guerracivilismo y la polarización.

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No es la primera vez que al dueño de un guiñol se le rebelan sus marionetas. Si le das una estaca a un monigote y cada mañana le incitas a sacarla a pasear es normal que termine usándola a troche y moche e incluso te llueva alguno de sus palos.

Pero ahora lo importante no es el pulso entre el creador/crispador y sus criaturas, en la medida en que se siguen necesitando mutuamente como el ‘epecista’ y su cliente. Lo importante es la enseñanza que esta banal escaramuza haya podido aportar a Feijóo de cara a su estrategia electoral para llegar a la Moncloa.

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Aunque quedan diez meses potencialmente preñados de sorpresas, no parece que vaya a ser la economía lo que descabalgue a Pedro Sánchez. El aguante del consumo y el empleo en un contexto de desaceleración bastante más suave de lo temido van a permitir al presidente rentabilizar, por el contrario, su escudo social.

Su relato de que ha logrado proteger a los sectores más vulnerables de los efectos primero de la pandemia y después de la guerra de Ucrania va a resultar consistente y verosímil. Cuestión distinta será lo que ocurra cuando llegue el momento de afrontar nuestra consolidación fiscal o la sostenibilidad de las pensiones, entre la espada de los mercados y la pared de la UE. Pero ese lastre para las nuevas generaciones, que sólo podrá atenuarse con severos ajustes a las actuales, no empezará a hundirnos en la miseria hasta la próxima legislatura.

Y no cabe duda de que Sánchez hará germinar en el semestre europeo toda la proyección internacional que ha ido sembrando desde que llegó al poder. El éxito de la cumbre de Barcelona con Macron ha sido un buen anticipo. Con su capacidad dialéctica y una maquinaria política bien nutrida y engrasada, Sánchez sería poco menos que imbatible si no fuera por el fosforescente talón de Aquiles que suponen sus impresentables coéquipiers.

Esta quinta comparecencia ante las urnas de Sánchez será la primera sin la expectativa de un pacto con fuerzas situadas a su derecha

Ya advertí la semana pasada, y convendrá seguir haciéndolo, que esta quinta comparecencia ante las urnas del líder del PSOE será la primera en la que no le arrope la expectativa de un pacto con fuerzas situadas a su derecha. Lo que por el contrario ofrece es la insoslayable continuidad de la actual coalición entre la izquierda, la extrema izquierda y los independentistas catalanes y vascos.

Al no haber logrado desembarazarse de ellos a tiempo -para mí, toda una sorpresa-, votar a Sánchez implica votar también a Yolanda Díaz e Irene Montero, con Pablo Iglesias al fondo; y, por supuesto, a Junqueras y Otegi. Todo va en el lote.

¿Cómo neutralizar esa evidente lacra a los ojos de muchos españoles, incluidos los socialistas firmantes de algunos recientes manifiestos? Pues presentando a Feijóo como un líder atrapado en una relación saprofita equivalente con Vox. El lema de campaña estaría servido: más vale radicales conocidos que fachas por conocer.

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Esa ecuación saltaría por los aires si Feijóo lograra desembarazarse de forma definitiva y contundente de la sombra de Vox. Mientras perdure el riesgo de que sólo pueda llegar a la Moncloa, según la fórmula de Castilla y León, entregando una vicepresidencia al camorrista Abascal, perdurará el riesgo de que sea el CIS de Tezanos quien termine obteniendo de la mentira verdad.

En cambio, si la alternativa a la actual amalgama que día tras día infecta de irracionalidad al PSOE es un gobierno en solitario de un PP centrado y permeable como el de Andalucía o Galicia, Feijóo tendría todas las de ganar. En el fondo cabría decir que el futuro de Sánchez pasa por sus manos. Mientras el presidente depende de una orquestina de instrumentos desafinados, Feijóo podría depender sólo de sí mismo.

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Todo sería bastante sencillo para el líder del PP, si las generales no vinieran precedidas de las autonómicas y municipales. Le bastaría con el compromiso de volverse a Galicia antes que gobernar con Vox. El problema es que un órdago equivalente a nivel autonómico y municipal afectaría a muchos dirigentes con expectativas de poder en lugares muy heterogéneos.

De momento, Feijóo se ha limitado a ofrecer el pacto para que siempre gobierne la lista más votada, a sabiendas de que el PSOE lo rechazará, en la medida en que todo lo fía a sus coaliciones. Aunque a largo plazo ese planteamiento pudiera desembocar incluso en un acuerdo para reformar el artículo 99 de la Constitución, facilitando así la investidura de quien gane las generales, ahora no estamos ni remotamente en ese escenario político.

Cuando dos candidatos opuestos compiten por el poder, se impone quien es capaz de sumar una parte de las virtudes de su adversario

Pero es precisamente la complejidad del momento lo que daría más fuerza a una apuesta rotunda. Consistiría en adquirir el compromiso formal -no hace falta ir al notario, Feijóo es hombre de palabra- de que el PP no dará entrada al gobierno de ninguna autonomía, capital de provincia o ciudad de más de 100.000 habitantes a ningún representante de Vox.

A modo de piedra de toque, iría por delante la fulminante eyección del estrafalario Gallardo y sus compinches de la Junta de Castilla y León. Aun a costa de volver a acudir a las urnas en mayo. Aun a costa de plantearse un cambio de candidato. Mañueco no puede supeditar el futuro de España a su propio egoísmo. Si se siente con fuerzas para gobernar en solitario, que lo haga. Si se ve capaz de ganar de nuevo en las urnas, que lo intente. Y si no es así, cambio de tercio. Muchas miradas se fijan ya en la solvente exministra Isabel García Tejerina.

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Es obvio que un compromiso tan rotundo de Feijóo entrañaría riesgos nada desdeñables. No en los lugares en que el PP fuera la lista más votada, pues Vox firmaría su sentencia de muerte si por activa o por pasiva contribuyera al gobierno de la izquierda. Pero sí cuando la suma con Vox pudiera dejar en minoría a un PSOE ganador. Eso ya lo vivimos en las penúltimas elecciones de Andalucía o Madrid, pero entonces Vox no exigía como ahora entrar en los gobiernos.

Mi pronóstico es que si ese compromiso va por delante y el 28-M se plantea como unas primarias entre el PP y el bloque de Sánchez, Vox menguará por doquier en aras del voto útil. Y si esa noche se abren oportunidades contrarias a tal estrategia en lugares como la Comunidad Valenciana, Castilla la Mancha o Extremadura, valdría la pena renunciar a ellas en el corto plazo y apostar por repetir las elecciones o condenar al PSOE a gobernar en minoría, a la espera de una clarificación definitiva en las generales de diciembre.

Audax Fortuna Iuvat. Siempre he dicho que cuando dos candidatos tan opuestos compiten por el poder, termina imponiéndose quien es capaz de sumar a las propias una parte de las virtudes de su adversario. Y así como una porción de la prudencia y sentido de la medida de Feijóo consolidaría a Sánchez -pero lo haría incompatible con sus socios-, unas buenas dosis de la audacia demostrada por Sánchez en los momentos cruciales de su carrera entronizarían sin duda a Feijóo. La diferencia, la ventaja a su favor estriba en que, en su caso, como digo, sólo depende de él.