La gente camina en el distrito de Eminonu, con la Nueva Mezquita de fondo, tras el terremoto en Estambul.

La gente camina en el distrito de Eminonu, con la Nueva Mezquita de fondo, tras el terremoto en Estambul. Murad Sezer Reuters

Europa

Vivir al borde del Apocalipsis: por qué millones de habitantes de Estambul se temieron lo peor tras el terremoto

Después de la dana en Valencia o la erupción en La Palma, es inevitable comparar, con desaliento, que la inoperancia o el vaciado de las instituciones del Estado cuestan vidas.

Más información: Un terremoto de magnitud 6,2 sacude Estambul y desata el pánico en varias provincias de Turquía

Estambul
Publicada

El temblor sacude Estambul —el miércoles, a las 12:49 horas— y es como llevábamos años esperando. Sacude la mesa, las paredes y las ventanas durante unos diez segundos, ni tanto ni con tanta intensidad como temíamos. La casa está a ras del suelo, por lo que el zarandeo no es tan potente como en las plantas altas. La roca de esta colina en el corazón europeo de la ciudad es firme, pero la estructura es demasiado antigua y con una magnitud superior a 7 se desplomaría como una porción de tofu. Por fortuna, la del miércoles 23 de abril es de 6,2. Durante un buen rato no pasa nada más.

¿Por qué la vivencia de un desastre natural en la mayor ciudad de Europa anunciado durante décadas puede ser útil para los lectores españoles? El interés por los desastres es sabiduría biológica, pero después de la dana en Valencia o la erupción en La Palma, es inevitable comparar, con desaliento, que la inoperancia o el vaciado de las instituciones del Estado cuestan vidas.

Con diligencia pero sin pánico salimos a la calle, como el resto de vecinos, apenas con un abrigo y el móvil, las chicas en ropa de casa, otros deportiva. El día de Sant Jordi coincide en Turquía con el de la Infancia y es festivo. Llamamos a la familia, a los amigos y a los editores. El día está soleado y fresco, y la escena ofrece matices surrealistas: los motoristas de entregas a domicilio siguen circulando mientras descubrimos, como en un sueño, que efectivamente estamos en pijama. Un conductor que lleva a su hija de pocos años en su regazo y pegada al volante atraviesa la colina. ¿Para qué necesita Estambul un terremoto si con sus conductores ya tenemos asegurada suficiente letalidad?

Le pido un cigarrillo a un vecino, aunque ya hace años que no fumo, y me lo ofrece amablemente. ¿Qué hay que hacer ahora? Todos leemos lo que está sucediendo en redes sociales, aunque el gobierno suele censurarlas en estas situaciones. No hay que permitir que la verdad de las catástrofes arruine a los políticos. La AFAD, la agencia de gestión de desastres turca, no ha enviado ni un mensaje de alerta, aunque suele hacerlo para anunciar tormentas. La red de telecomunicaciones parece haber caído, como sucedió hace dos años en el sur con consecuencias mortales. ¿Han aprendido algo? ¿Han aplicado las medidas que anunciaron?

Vecinos abandonan sus casas cargados con lo justo, con sus mascotas, tras los temblores.

Vecinos abandonan sus casas cargados con lo justo, con sus mascotas, tras los temblores. M. Z.

Mis vecinos siguen mostrando un grado de civismo que raya la resignación. Tampoco han recibido entrenamiento antiseísmos como les prometieron, pero está reciente el trauma de febrero de 2023, cuando dos temblores de 7,8 y 7,5 en Gaziantep dejaron 55.000 muertos en el sur del país. De tanto llorar a sus muertos y observar impotentes durante meses noticias sobre el terremoto saben lo que hay que hacer: salir a la calle. Siguen hablando por teléfono.

“Estoy bien, ¿y vosotros? No, tampoco aquí ha habido daños. ¿Será este el Gran Terremoto?”.

Se suceden varias réplicas, casi ni las notamos. Están algo nerviosos, pero no tanto como otros estambulitas que ya han saltado por las ventanas en otros barrios de la megalópolis; más de 200, sabremos al final del día. Es normal el pánico, porque en 2023 decenas de miles de personas quedaron atrapadas bajo los escombros y nunca fueron rescatadas vivas gracias a la inoperancia de la AFAD y de las autoridades. En cuanto se tranquilizan, desaparecen durante unos minutos para ir a rescatar a sus mascotas. Regresan prestos con sus perros encorreados y sus gatos en sus transportadores transparentes. Los perros alerta, los gatos aterrados.

Había barajado un 4 con la primera sacudida, porque estaba convencida de que con un 6 se me caería el edifico encima. El de Sichuan de 2008 lo sentí en la undécima planta de un edificio de Pekín, a 1.800 kilómetros de distancia, y fue de magnitud 8. Notas un ligero mareo y una incomodidad en el estómago. Y también el de Gaziantep de 2023, aunque Estambul está a 1.140 kilómetros. Creo que he cubierto más de diez seísmos y tsunamis en mi carrera como periodista. Sin muertos, la geología es una ciencia apasionante.

Mis vecinos ya se han acomodado en la calle. Algunos han sacado sus bombonas de gas para calentar el té. Una anciana en tejanos me ofrece uno. Otra joven con mechones violeta me pregunta que si tengo hambre. Una madre cubre a su hija somnolienta con una manta. Dan ganas de quedarse más tiempo aquí pasando frío, bajo este cenador que los propios vecinos han ido construyendo durante años con maderos viejos, parras y geranios, a falta de zona verde en la calle. Primero desfogan el miedo, y a medida que pasan las horas siguen hablando de la vida.

Una amiga está teniendo un ataque de ansiedad y me envía un guasap. Este le recuerda demasiado al terremoto de hace 26 años en Izmit, al este de Estambul, que con magnitud 7,4 dejó (oficialmente) 17.000 muertos. “Tengo mucho miedo, se parece mucho al del 99. Todos mis vecinos están en la calle. Me pareció que fue muy largo. Mi madre ya estaba fuera y me ha llamado llorando para que bajara. Mis gatos están muertos de miedo”. Son muchos los que están traumatizados todavía por aquel seísmo y por el del sur. Y desde el miércoles repiten como Nostradamus o Baba Vanga que el Gran Terremoto nos matará a todos. Después del miércoles, quedan pocas dudas.

Los sismólogos llevan décadas anunciándolo. Estambul se asienta a 20 kilómetros al norte de la Falla del Norte de Anatolia, donde se han registrado al menos 500 terremotos desde la fundación de Constantinopla. En la sección de esa falla en el Mármara, el brazo de mar que une el Mar Negro al norte con el Egeo al sur, es donde se ha producido el terremoto del miércoles, y donde se desencadenará el Gran Seísmo. Por desgracia, la sismología no es matemática, se puede pronosticar un arco temporal, pero no todavía la fecha exacta que salvaría decenas de miles de vidas. Puede suceder en cinco minutos, en cinco meses, en cinco años, en cinco décadas.

El punto costero más cercano al epicentro es Silivri, el distrito que acoge la prisión donde se encuentran detenidos tanto el alcalde de la metrópolis, Ekrem İmamoğlu, como sus dos responsables técnicos de seísmos, acusados de supuesta corrupción y terrorismo por el casi vitalicio dirigente del país y contrincante político, Recep Tayyip Erdoğan. Una gran proporción de la población turca, así como organizaciones de derechos humanos independientes, señalan que la detención de estos opositores es política y en línea con lo que viene haciendo Erdoğan desde 2016. La deriva autoritaria del líder consiste en vaciar las instituciones del Estado con sus habituales narrativas.

“La disidencia se redefine como terrorismo, el periodismo como traición y la resistencia como conspiración extranjera”, explica con agudeza el analista político Tezcan Gumus. Para qué necesita Turquía técnicos expertos en seísmos. La política está por encima de la vida.

Al fondo, un colegio durante la celebración del Día del Niño.

Al fondo, un colegio durante la celebración del Día del Niño. M. Z.

En cualquier caso, tanto el gobierno central como el municipal parecen haber avanzado muy poco en el plan de renovación antisísmica de los edificios de Estambul. La megalópolis, con más de 16 millones de habitantes, cuenta con 1,2 millones de edificios, y el ministerio de medioambiente informó de que la mitad se derrumbará como una torre de piezas de dominó cuando se produzca el tan anunciado gran movimiento telúrico, de una magnitud aproximada de 7,5. Los datos oficiales confirman que al menos 90.000 edificios se vendrán abajo acabando con decenas de miles de vidas.

En los últimos años se ha producido un giro grotesco en la historia telúrica de Estambul. Erdoğan está empecinado con su proyecto megalómano Kanal Istanbul, que atravesaría suelo aluvial débil, propenso a la licuefacción durante terremotos, para abrir un paso paralelo al del Bósforo en la orilla europea de la metrópolis. El alcalde İmamoğlu ha emitido desde prisión un comunicado tras el temblor del miércoles enfatizando que la preparación ante el terremoto es una cuestión de supervivencia nacional y que el nuevo canal podría tener consecuencias catastróficas sobre la Falla del Norte de Anatolia, basándose en informes de geólogos. A pesar de múltiples fallos judiciales que anulan planes de zonificación del canal, las obras continúan.

Cae la tarde y los vecinos siguen sin saber qué hacer. ¿Pueden regresar ya a casa? Nadie responde, no hay mensajes de la AFAD, y la temperatura continúa bajando. A falta de un servicio de emergencias solvente, envían tuits con preguntas a los sismólogos. El profesor Naci Görür responde: “No entren bajo ningún concepto en lugares donde las autoridades oficiales hayan indicado que no se puede entrar. Si hay grietas, fisuras, roturas en su casa, no entren. Si por la noche escuchan sonidos procedentes de las columnas o vigas, no entren”.

Nadie ha visto a las autoridades oficiales. Los estambulitas no se fían de sus casas, que pueden convertirse en nichos. Miles de ellos deciden dormir en los parques, y que el cielo los proteja.