Eugeni Prigozhin y Vladímir Putin

Eugeni Prigozhin y Vladímir Putin Reuters

Europa

La caída en desgracia del jefe del Grupo Wagner: la propaganda y su crueldad no alcanzan sus objetivos

Crueldad y propaganda. Esa ha sido la base de la acción del Grupo Wagner en Ucrania a lo largo de todo este tiempo.

28 enero, 2023 03:03

Hubo un momento en el que Eugeni Prigozhin se sintió algo más que un fontanero del estado ruso. Después de años haciendo el trabajo sucio para su amigo Vladimir Putin en Siria, en África y allí donde el ministerio de defensa no quisiera mancharse las manos, Prigozhin soñó con la gloria: para empezar, con la legalización de su ejército paramilitar (irónicamente, el Grupo Wagner es ilegal en Rusia); a continuación, con un puesto de verdadera influencia en el Kremlin y, por último, con un mayor enriquecimiento personal, gracias, por ejemplo, a la apropiación de las minas de sal de Soledar.

A tanto llegó su ambición que Prigozhin se pasó las navidades subiendo en primera persona vídeos de sus mercenarios del Grupo Wagner en las inmediaciones de Bakhmut, protestando contra Sergei Shoigú y contra Valeri Gerasimov por su poca involucración en la batalla y exigiendo más dinero y más armas para conquistar una ciudad contra la que su ejército privado llevaba estrellándose cinco meses. Todo esto, mientras sus hombres mataban a mazazos a desertores y lo publicaban en las redes sin reparo alguno. Enorgulleciéndose, más bien.

Crueldad y propaganda. Esa ha sido la base de la acción del Grupo Wagner en Ucrania a lo largo de todo este tiempo. Durante los duros meses de otoño, parecía que el único ejército que realmente estaba participando en la "operación militar especial" era el de Prigozhin. Su nombre copaba todas las portadas y todos los medios se interesaban por él. La fanfarria ocultaba sus fracasos: la movilización de presidiarios no había servido para nada, solo para aumentar la insubordinación, el desorden y las deserciones. A su vez, sus tropas de élite seguían mostrándose incapaces de rodear por completo Bakhmut, vendiendo la toma de parte de Soledar, un pueblo de diez mil habitantes, como una victoria épica.

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"Se acabaron los juegos"

Por supuesto, todo esto le ha venido al Kremlin de maravilla. Su ejército estaba agotado y allí donde le han apretado ha tenido que salir corriendo y ponerse a cavar trincheras como si estuviéramos en 1916. El hecho de que hubiera una figura como Prigozhin asumiendo responsabilidades, alimentando a la prensa y manteniendo viva la esperanza de una contraofensiva que nunca llegaba, pero que seguía siendo foco de atención en una guerra prácticamente estancada, servía a Putin y a Shoigú para tapar sus miserias. Ahora bien, en ningún momento dudaron de quién mandaba y quién obedecía. No pasó por su cabeza otorgarle a Prigozhin ese estatus que tanto deseaba.

Al contrario. La destitución de Surovikin por Gerasimov fue un aviso claro: ahora, de cara a la ofensiva de invierno-primavera, los que quedamos al cargo somos nosotros. Surovikin y Prigozhin habían mostrado una innegable afinidad. Tal vez excesiva. Surovikin, un hombre despiadado, pero con poca experiencia en el mando -sus cometidos se habían limitado hasta ahora al control de las fuerzas aéreas y, de hecho, lo único que hizo durante sus meses al frente del ejército ruso en Ucrania fue bombardear infraestructuras civiles- se dejó comer el terreno y el relato por Prigozhin.

Soldados del Grupo Wagner junto a un soldado ucraniano ejecutado.

Soldados del Grupo Wagner junto a un soldado ucraniano ejecutado. Telegram

En vez de reivindicar como suyos los escasos avances, dejó que fuera el Grupo Wagner como organización quien presumiera de ellos. Surovikin llegó en septiembre como el "General Armageddon", prometiendo victorias y arrasando capitales, y se fue por la puerta de atrás, de un día para otro, sustituido por uno de los altos cargos de la estructura del Kremlin. Ni más ni menos que el jefe del estado mayor. Una manera de decir: "Se acabaron los juegos, ahora empieza lo serio".

De hecho, esa idea se ha repetido en varias ocasiones a lo largo de la guerra, empezando por el empeño en no utilizar la palabra prohibida. La expresión "aún no hemos siquiera empezado" se ha oído por platós de televisión, por ruedas de prensa e incluso por mensajes televisados del propio presidente Putin. Si Moscú ha permitido que sea un grupo de mercenarios, presidiarios y buscavidas los que representen durante meses a su ejército ha sido porque quería evitar el desgaste militar y propagandístico. Ahora, confían, empieza otra fase en la guerra.

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Replantear los objetivos

Lo difícil para el Kremlin va a ser fijar objetivos. ¿Qué quiere conseguir Putin esta primavera? El ataque desde Bielorrusia se daba por hecho en diciembre y a principios de enero, pero ¿seguirá con la misma idea después de ver cómo se está preparando Ucrania para esa maniobra en concreto? ¿Preferirá seguir atacando desde el este para conseguir el control completo del Donbás? ¿Optará por vender como un éxito el mero hecho de resistir y no ceder en los territorios ocupados frente a la pujanza de la OTAN el? ¿Qué imagen quiere dar Rusia de sí misma y de su ejército?

De entrada, debería ser una imagen de orden y de organización. El propio alto mando ucraniano ha reconocido que Rusia ya no cae en los desmanes estratégicos de los primeros meses de conflicto. Pensar en una invasión de Ucrania como la que estaba planeada en febrero de 2022 es ahora mismo algo utópico, pero en Moscú se sigue pensando que, si consiguen reunir otros 200.000 soldados entre voluntarios y recién salidos del servicio militar, dispondrán de una ventaja en el Donbás que no se podrá discutir con tanques ni con defensas antiaéreas.

El presidente ruso, Vladimir Putin, junto al general Valery Gerásimov en Moscú el pasado diciembre.

El presidente ruso, Vladimir Putin, junto al general Valery Gerásimov en Moscú el pasado diciembre. Reuters

Ahora bien, ahí Prigozhin no pinta nada. O, si se quiere, pinta lo mismo que ha pintado siempre: el papel de mandado. Sus hombres serán los que entren primero en las ciudades y los que antes saldrán en ataúdes. Correrán los riesgos que el ejército de Gerasimov no se atreva a correr y cometerá las atrocidades que las convenciones internacionales impiden a Rusia cometer. Nada de un puesto en el Kremlin, nada de legalización del Grupo Wagner, nada de ganar batallas que tenía perdidas de antemano.

Sergei Shoigú, un mal enemigo

Su enfrentamiento directo con Shoigú ha sido estéril en todos los sentidos, básicamente porque Shoigú, junto a Medvedev, ha sido el hombre más fiel a Putin sobre la tierra y Putin no se lo va a quitar de en medio en favor de un advenedizo. Shoigú fue ministro de situaciones de emergencia con Yeltsin, con Putin y con Medvedev. Se involucró en la lucha antiterrorista, fue cómplice de la represión contra oligarcas y opositores, creó el partido Rusia Unida para que lo liderara su jefe y, a cambio, recibió el cargo de ministro de defensa en 2012.

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A Shoigú, en definitiva, no se le derrota con vídeos de TikTok ni con mazos ensangrentados ni con ataques en la prensa. Prigozhin ha medido mal sus fuerzas y su capacidad de influencia y ahora pagará por ello con el anonimato. Todos los éxitos a partir de ahora serán los de Gerasimov, Shoigú y Putin. Los del Kremlin. Basta de reyezuelos de taifas. ¿Los fracasos? Se disimularán, se maquillarán y se atribuirán a saboteadores, traidores y malvados nazis salidos de debajo de las piedras. Más le vale a Prigozhin quedarse con su mina de sal o al final va a salir de este conflicto peor de lo que entró. Y, claramente, no era la idea.