Claves de la retórica imperialista de Trump: ¿qué secreto esconde Groenlandia?
El presidente electo ha dicho querer incorporar varios territorios nuevos a Estados Unidos durante su segundo mandato. Lejos de ser simples provocaciones, sus aspiraciones sobre algunos de ellos –como la isla más grande del planeta– responden a una nueva realidad geopolítica.
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Hace unos días el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, dio una rueda de prensa en su residencia de Florida durante la cual dejó un titular que dio la vuelta al mundo: no podía descartar –dijo– el uso de la fuerza a la hora de recuperar el control del Canal de Panamá o de conseguir la potestad sobre Groenlandia. Una isla, la más grande del mundo, que está reconocida como región autónoma dependiente de Dinamarca. Asimismo, declaró estar decidido a rebautizar el Golfo de México –quiere llamarlo Golfo de América– y valoró utilizar la presión económica para conseguir adueñarse de Canadá.
Aunque el todavía secretario de Estado, Antony Blinken, reaccionó rápidamente explicando que sus palabras solo eran otra provocación sin sustancia, y aunque varios asesores y ex asesores del futuro presidente han intentado quitar hierro al asunto diciendo que no hay que tomarse todas sus declaraciones al pie de la letra, los dirigentes de los países interpelados no las tienen todas consigo.
Y es que a estas alturas nadie sabe muy bien qué esperar de un Trump que llega a la Casa Blanca decidido a plantear cambios de calado en el 'statu quo' y pertrechado por un Senado y una Cámara de Representantes controladas por el Partido Republicano.
La nueva geopolítica del Ártico
El caso que más espacio está ocupando en la prensa internacional es el de Groenlandia.
Primero porque son varios los representantes políticos daneses, incluyendo a la primera ministra Mette Frederiksen, que se han tomado en serio la amenaza saliendo al paso de la misma con mucho tiento. "Estamos abiertos a mantener un diálogo con los norteamericanos sobre cómo cooperar, más aún, para garantizar que sus ambiciones se vean cumplidas", declaró poco después de escuchar al nuevo mandamás estadounidense Lars Lokke Rasmussen, la ministra de Asuntos Exteriores del país escandinavo.
Y, en segundo lugar, porque Trump lleva años acariciando la idea de hacerse con la isla. Según Peter Baker y Susan Glasser, autores de una crónica del primer mandato de Trump titulada The Divider construida a base de entrevistas con personas de su círculo, la idea procede del multimillonario Ronald S. Lauder; uno de los herederos de la empresa de cosméticos Estée Lauder y colega de juventud de Trump. "Un amigo mío, un hombre de negocios con mucha experiencia, cree que podemos conseguir Groenlandia", dicen que dijo Trump en 2019. "¿Qué opinas?", preguntó acto seguido a uno de sus asesores en Seguridad Nacional.
"Aunque muchos pensaron que aquel comentario era simplemente Trump siendo Trump, o sea expresando la última idea descabellada que se le había pasado por la cabeza, no se trató de un capricho pasajero", explicó Baker posteriormente en un artículo publicado a finales del 2022 en el New York Times. Al contrario: aquella pregunta, cuenta Baker, desembocó en meses de estudios, informes y debates internos por parte de su equipo.
En aquel entonces, igual que ahora, el 'affaire' groenlandés derivó en una interpretación burlesca de su interés. Una de las teorías que circuló aquellos días, y que ha sido repetida por algunos esta última semana, decía que lo que realmente le había encandilado era el tamaño de la isla. ¿Cómo es que un trozo de tierra tan grande, y tan próximo a las costas de Norteamérica, no era propiedad de Estados Unidos?
La realidad, empero, parece ir por otros derroteros. Unos derroteros geopolíticos, concretamente. "Para Estados Unidos el problema son los intereses de los chinos y los rusos en el Ártico", explicaba recientemente Mikkel Runge Olesen, un investigador del Instituto Danés de Estudios Internacionales, a Richard Milne, un corresponsal del Financial Times especializado en el Atlántico Norte. "Los estadounidenses han empezado a verlo como una región en disputa y para ellos es muy importante mantener al resto de súper potencias fuera de Groenlandia".
¿Por qué? Pues porque, según Milne, el deshielo del Ártico ha abierto nuevas rutas de navegación que han incrementado la presencia de buques rusos y chinos en la zona. Y aunque Estados Unidos cuenta, desde mediados del siglo pasado, con una base en la parte norte de la isla, ésta solo aloja a medio millar de militares (la mitad estadounidenses y la otra mitad de países aliados). Su efecto disuasorio ha dejado de ser, en fin, suficiente.
"Groenlandia ha estado íntimamente conectada con nuestra seguridad nacional por muchas razones desde la Segunda Guerra Mundial", explicaba por su parte hace unos días John Bolton, antiguo consejero de Seguridad Nacional de Trump, en The Free Press, un portal de noticias conservador. Y añadió: "Tenemos constancia de que los chinos están realizando esfuerzos para extender su influencia y convertirse en el gran poder del Ártico, así que dada la proximidad estratégica de Groenlandia con Estados Unidos está claro que el lugar es de gran interés estratégico".
Por todo lo anterior –es decir: porque las implicaciones son serias y cabe suponer que las intenciones de Trump también– la ministra de Asuntos Exteriores danesa no siguió los pasos de otros líderes europeos, quienes advirtieron a Washington de que el viejo continente no toleraría la violación de sus fronteras, y en cambio reaccionó de manera conciliadora al asunto: proponiendo un "diálogo" con la intención de "cooperar".
Los límites de la retórica trumpista
De todas formas, la gran pregunta que ha dejado la ya famosa rueda de prensa de Florida es si Estados Unidos sería capaz, llegado el momento, de utilizar la fuerza militar contra Dinamarca. Un miembro fundador de la OTAN que, además, apoyó a Estados Unidos durante la última guerra de Irak con el envío de centenares de soldados, varios de los cuales murieron en emboscadas perpetradas por los insurgentes iraquíes.
Casi la totalidad de los expertos consultados por innumerables medios de comunicación creen que no. Entre otras cosas porque hacerlo llevaría, en teoría y de acuerdo con el Artículo 5 de la OTAN, a una guerra abierta entre los miembros de la Alianza Atlántica. La organización, en fin, implosionaría de la peor manera posible.
Lo que muchos de esos expertos sí ven factible es una ofensiva económica contra Dinamarca. Aplicar a sus productos unas tarifas inmensas, mucho más elevadas que al resto de países de la Unión Europea, hasta que desde Copenhague decidan ceder el control de la isla a Washington. Una posibilidad también aplicable a Panamá si no cede el control del archiconocido paso de agua que conecta el Atlántico con el Pacífico. Un lugar que, según Trump, estaría cayendo progresivamente en manos chinas pese a ser "vital" para la economía y la seguridad de los estadounidenses.
Esa referencia, la de caer en manos chinas, apunta a las compañías con sede en Hong Kong que gestionan actualmente algunos de los puertos asociados al lugar. "Le dimos el Canal de Panamá a Panamá, no a China", sentenció el próximo inquilino de la Casa Blanca durante la rueda de prensa en alusión a la devolución firmada por el presidente Jimmy Carter en 1979. La implicación, claro, es que si los panameños no ponen por encima los intereses de Estados Unidos dicha devolución debería quedar anulada.
El arte de negociar
Luego están quienes, como Ian Bremmer, el fundador de una consultora especializada en geopolítica llamada Eurasia Group, creen que todas estas declaraciones forman parte de su estrategia negociadora.
La lógica sería la siguiente: el nuevo Gobierno estadounidense quiere obtener una serie de beneficios asociados a Groenlandia y Panamá y, para poder sentarse a la mesa con ventaja, lanza este tipo de amenazas. De esa manera se fija un punto de partida tan preocupante que predispone al contrario –que además estaría en una posición de poder inferior– a ceder más de lo que, a priori, hubiese estado dispuesto con tal de evitar dichas consecuencias. Conviene no olvidar, en fin, que Trump es el empresario detrás de un libro que siempre ha lucido orgulloso titulado El arte de negociar (aunque no lo escribió él sino el periodista Tony Schwartz).
¿Y lo de adueñarse de Canadá y renombrar el Golfo de México? Bremmer opina que eso entra dentro de los vaciles característicos de Trump. Sabedor de las reacciones que generan –nerviosismo, insultos, declaraciones grandilocuentes–, el presidente electo, tal y como ya hizo durante su anterior mandato y durante la campaña electoral que se lo otorgó, no puede evitar regalar de cuando en cuando alguna que otra perla antes de sentarse a disfrutar.
En cualquier caso, Bremmer advierte que eso que llamamos Derecho Internacional, o sea el respeto por la soberanía nacional, cada vez importa menos. Si el que quiere algo es más grande y poderoso que el que lo tiene, y se empeña, ahora puede conseguirlo con mayor facilidad. Y eso, concluye, es preocupante.
Los aplausos de Musk
Al margen de todo lo anterior, los observadores políticos estadounidenses no pueden evitar hacerse otra pregunta: ¿qué rol juega Elon Musk en todo esto? Porque el hombre más rico del mundo lleva meses metido en todas las salsas trumpistas. Hasta el punto de ser, a ojos de algunos, el verdadero director de orquesta detrás de la nueva administración.
A falta de saber si ha sido él quien ha vuelto a poner el tema sobre la mesa, o si solo va a rebufo, el multimillonario sudafricano ha aplaudido las declaraciones de Trump sobre Groenlandia. "Si la gente de Groenlandia quiere formar parte de Estados Unidos, y espero que así sea, serán más que bienvenidos", escribió en la red social –que le pertenece– X.
En ese mismo lugar celebró un mensaje en el que Trump reclamaba el Canal de Panamá –"¡2025 va a ser excitante!", escribió el magnate– y, en lo que a Canadá se refiere, Musk ha pedido públicamente un referéndum para que sus ciudadanos se pronuncien sobre si quieren (o no) convertirse en el 51 estado de la unión. No dio la impresión de estar bromeando.