Aleksandr Lukashenko, presidente de Bielorrusia. en una reunión con el gobernador de la región rusa de Vladimir el 16 de mayo.

Aleksandr Lukashenko, presidente de Bielorrusia. en una reunión con el gobernador de la región rusa de Vladimir el 16 de mayo. REUTERS Reuters

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La misteriosa enfermedad de Lukashenko aísla aún más a Putin ante la contraofensiva ucraniana

El secretismo en torno a la dolencia del presidente bielorruso acentúa la incapacidad del Kremlin para mantener los territorios ocupados en la guerra.

17 mayo, 2023 04:40

Alexander Lukashenko visitó Moscú el pasado 9 de mayo para asistir al desfile del Día de la Victoria junto a Vladímir Putin y acabó hospitalizado de urgencias en Minsk, capital de Bielorrusia. Nada sorprendente si se tratara de un opositor al Kremlin, pero en este caso hablamos de uno de sus más fieles aliados, algo rebelde a la hora de declararle la guerra a Ucrania (el sueño de Putin desde que se le complicó la "operación militar especial"), pero siempre dispuesto a complacer los demás deseos del autócrata ruso.

De la enfermedad de Lukashenko hemos sabido poco, como es habitual en este tipo de regímenes totalitarios. No supimos por qué abandonaba Moscú a toda prisa, no supimos con qué enfermedad exactamente ingresó en el hospital y, ahora, no sabemos hasta qué punto su recuperación es real o pura propaganda.

Si el lunes Lukashenko aparecía en televisión con su traje de comandante en jefe del ejército, fuertemente maquillado y con una voz tenebrosa que se ahogaba por momentos, este martes Minsk publicó nuevas fotos del presidente, de nuevo en traje de combate, con cara seria, pero mejor aspecto.

Por supuesto, habrá quien piense que es una enfermedad mortal, como habrá quien piense que es una indigestión. El secretismo es lo que tiene. Sea como fuere, la debilidad de Lukashenko llega en un muy mal momento para Putin. Si algo evidenció el desfile del Día de la Victoria fue la extrema soledad en la que vive Rusia ahora mismo.

Mientras Zelenski se pasea por Europa consiguiendo acuerdos de envíos de armas con Alemania, Francia o Reino Unido, los únicos aliados de Putin son Bielorrusia, Kirguistán, Uzbekistán, Kazajistán, Turkmenistán y Armenia. Y lo son, en parte por miedo y en parte porque el propio Putin los mantiene ahí.

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Ahora bien, ninguno de los países arriba mencionados tiene frontera con Ucrania excepto Bielorrusia. En ese sentido, la importancia de Lukashenko es enorme. Una contrariedad que le mantuviera al margen de las decisiones de poder, en un país en el que su popularidad está por los suelos pese a amañar elecciones e ilegalizar a la oposición, sería fatal para Rusia. Mucho más ahora que Ucrania, poco a poco, va reuniendo todo lo que necesita para iniciar de verdad la anunciada contraofensiva.

Operación de desgaste

En las últimas semanas, veníamos comentando los avances ucranianos en el frente del Donbás y los bombardeos constantes al otro lado del Dniéper. Hablábamos de una contraofensiva "de baja intensidad", es decir, una preparación más que otra cosa en la que tanto tenía que ver la intención ucraniana como la pulsión autodestructiva rusa, con tres o cuatro ejércitos luchando a la vez, sin un mando único y con enfrentamientos públicos y constantes entre sus comandantes.

Ucrania no va a desaprovechar la oportunidad de ganar terreno en los flancos de Bakhmut -y la única importancia de Bakhmut son precisamente sus flancos, es decir, la carretera de Khromove y la de Ivanivske- si el ejército ruso se retira en desbandada.

Tampoco va a rehuir el combate en zonas abandonadas por los rusos o en las que hayan colocado a sus peores unidades, las menos preparadas y formadas por movilizados forzosos. Todo eso está ahí y está sucediendo ya. Pero no es lo que Zelenski, Zaluzhnyi y Syrsky tienen pensado como plan maestro.

Ucrania, después de reconocer el propio presidente del país que aún andaban cortos de armas, está en la fase de desgaste de la retaguardia rusa. De ahí, los ataques de esta semana a Lugansk, donde guarda el enemigo buena parte de sus suministros y sus municiones, y los que siguen llevándose a cabo contra Tokmak, en el sur de Zaporiyia, que abastece a su vez a las tropas del frente del Dniéper. En los últimos quince días, Ucrania también ha recrudecido sus ataques sobre depósitos de combustible para ralentizar la capacidad de movimiento del ejército ruso.

Más armas y más efectivas

Todos estos ataques -que no llaman tanto la atención- son decisivos para apuntalar la ofensiva posterior y, sobre todo, como decía Zelenski, para asegurar el éxito de la misma con el menor número posible de bajas. En esta operación de "barrido" de las defensas enemigas, están cobrando especial importancia los misiles Storm Shadow cedidos por Reino Unido, con un alcance de doscientos cincuenta kilómetros, lo que hace que cualquier punto del territorio ocupado esté ahora mismo bajo amenaza, por primera vez desde que empezó la invasión.

Los Storm Shadow no son tan precisos como los HIMARS, pero llegan más lejos. El ejemplo británico, además, ha provocado un efecto dominó entre el resto de aliados: el presidente francés, Emmanuel Macron, anunció esta semana que Francia también iba a mandar a Ucrania misiles de medio-largo alcance. Es de suponer que pronto se vayan sumando los demás países occidentales, aunque Estados Unidos sigue reacio a enviar los ATACMS, que, sin duda, cambiarían el equilibrio de fuerzas en favor de Ucrania, pues unen precisión y distancia.

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Cubiertas las necesidades en la superficie con los misiles y los tanques que poco a poco van llegando al país, Ucrania necesita también garantías en el espacio aéreo, sean ofensivas -Biden sí parece dispuesto a enviar cazas F-16, mientras que Macron afirma la voluntad francesa de entrenar a los pilotos- o defensivas, en forma de baterías antimisiles. Estos sistemas, sobre todo los Patriot estadounidenses, están funcionando cada vez con mayor precisión y de hecho evitaron una escabechina la noche del lunes al martes en Kiev, cuando Rusia lanzó uno de sus ataques aéreos más duros sin apenas resultado (pues prácticamente todos sus misiles fueron derribados).

Entre ellos, según Ucrania, seis misiles hipersónicos Kinzhai, que se unen al abatido días antes, también sobre la capital. Según la propaganda rusa, los Kinzhai eran indetectables y por lo tanto imposibles de derribar. Se ha demostrado que no es así. Durante años, Rusia y sus adláteres han disfrutado de la ilusión de pensar que su tecnología bélica era superior a la occidental. Probablemente tras ese error de cálculo se esconde buena parte del desastre de la guerra de Ucrania para Rusia. Un desastre llamado a acentuarse en los próximos meses.