Imagen del cementerio de coches en Irpin. 13 de mayo de 2023.

Imagen del cementerio de coches en Irpin. 13 de mayo de 2023. Jara Atienza

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Ucranianos que vuelven a Borodyanka, Bucha e Irpin, la ruta del horror: "Sólo sé que quiero vivir aquí"

Estas tres localidades fueron acribilladas por ataques aéreos y de artillería del ejército ruso al principio del intento de la invasión, hace más de un año.

16 mayo, 2023 03:15
Enviada especial a Kiev

"Tened cuidado". Stanislava es una mujer menuda, ronda los 60 años y sostiene en cada mano una bolsa de plástico. Su espalda está ligeramente encorvada por el peso de la carga, pero parece no importarle. Se acerca con un sincero gesto de preocupación. Sobre nuestras cabezas se alza un edificio de varias plantas en ruinas, con las paredes ennegrecidas y los cristales rotos.

"Puede caer un pedazo en cualquier momento", advierte Stanislava. Lo sabe bien. Ella vivía allí, en el quinto piso de ese bloque de la calle principal de Borodyanka, una pequeña localidad situada a menos de 50 kilómetros del centro de Kiev, la capital de Ucrania. Al inicio de la invasión de Rusia, se convirtió -junto a Irpin, Bucha y Gostomel- en uno de los puntos clave de la resistencia ucraniana. Estas ciudades dormitorio amortiguaron el golpe de las tropas rusas en su intento de asediar y tomar Kiev en una "operación relámpago" que se ha convertido en una guerra que dura ya más de un año y tres meses.

Borodyanka fue una de las primeras en quedar reducida a escombros por los constantes ataques aéreos y de artillería que acabaron con la vida de más de un centenar de personas. A principios de marzo, las fuerzas del Kremlin consiguieron penetrar en la ciudad, donde permanecieron cuatro semanas hasta que se vieron obligadas a huir hacia la frontera bielorrusa

Un obra del artista Banksy en un edificio destruido en Borodyanka (Ucrania).

Un obra del artista Banksy en un edificio destruido en Borodyanka (Ucrania). Jara Atienza

Ahora, las calles ya no huelen a quemado, ni hay montañas de cascotes por el suelo ni gritos de dolor: sólo una hilera de edificios en ruinas y un ambiente de relativa normalidad en el exterior. En una plaza, un par de niños juega en un colorido parque infantil bajo la atenta mirada del busto del poeta ucraniano Tarás Shevchenko, que luce varios agujeros de disparos en la cabeza. A pocos metros de distancia, ondea una bandera de la Unión Europea, símbolo de las aspiraciones democráticas del país.

Del hogar de Stanislava sólo queda en pie la cocina. Todo lo demás ha desaparecido. Ahora vive en la misma calle, pero en un bloque diferente que se ha convertido en su residencia temporal. No sabe si podrá volver a su casa, dice encogiéndose de hombros. Más de un año después de que Borodyanka fuese liberada del yugo ruso, la reconstrucción de esta localidad, residencia de cerca de 13.000 personas antes de la guerra, apenas ha comenzado. "Sólo sé que quiero seguir viviendo aquí. No me quiero marchar", asegura Stanislava antes de alejarse pausadamente.

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En la vecina ciudad de Bucha, a unos 30 kilómetros de Kiev y a 25 minutos en coche de Borodyanka, las huellas de la destrucción han comenzado a disiparse. Muchos de los inmuebles dañados al inicio de la invasión, cuando el Ejército de Putin tomó el lugar, ya han sido reparados gracias a donaciones extranjeras y a la mano de obra solidaria. En Vokzalna, arteria principal de la localidad, cada vez quedan menos estructuras calcinadas o paredes agujereadas por la metralla.

El Ayuntamiento, liderado por Anatolij Fedoruk, hace meses que puso en marcha un programa para construir 12 nuevos edificios y reparar 80 viviendas a lo largo de dos kilómetros de carretera. Para ello cuenta con cinco millones de euros procedentes de donaciones extranjeras. "La cifra es insuficiente para reparar el total de los 2.500 edificios dañados", explica Fedoruk.

Iglesia en Bucha (Ucrania) donde se encontró una fosa común con 116 cuerpos.

Iglesia en Bucha (Ucrania) donde se encontró una fosa común con 116 cuerpos. Jara Atienza

Insuficiente también para restañar las profundas heridas que el paso de los tanques rusos ha dejado en los vecinos de Bucha. Una calle paralela a Vokzalna, en Yablunska, por la que recientemente han paseado líderes de todo el mundo, como la jefa del Ejecutivo europeo, Ursula von der Leyen, o el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, fue el escenario de una masacre que conmocionó al mundo entero

Cuando los militares de Putin se retiraron de la zona a inicios de abril, se encontraron decenas de cadáveres de civiles tirados por el suelo. Algunos de ellos fueron asesinados a sangre fría de un tiro a corta distancia simplemente por haberse aventurado a salir de sus casas. Otros tenían las manos atadas y mostraban signos de tortura, en unos presuntos crímenes de guerra que ya investigan tanto el Gobierno de Ucrania como la Corte Penal Internacional.

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Dmytro Hapchenko, de 45 años, conocía a algunas de las 400 víctimas que murieron durante los 33 días que duró la ocupación rusa. Algunos eran amigos. Él sobrevivió. "No sé cómo", dice. Cuando comenzó la ofensiva, Hapchenko, trabajador de la administración local, se ofreció como voluntario para ayudar a evacuar a la población civil a través de los corredores humanitarios acordados entre Rusia y Ucrania. El 15 de marzo, sin embargo, los soldados rusos le detuvieron junto a varios compañeros. 

"Nos metieron en un sótano, nos ataron las manos, nos cubrieron la cabeza y nos amenazaron con llevarnos al bosque y matarnos allí. Nos acusaban de ser soldados", relata. Permaneció cautivo durante 24 horas, a la espera de que un oficial les interrogase, pero este nunca llegó y Hapchenko consiguió escapar. "Sólo podía pensar en mi familia, en mis hijos; pensaba que iba a morir", detalla. 

Dmitry Hapchenko, vecino de 45 años de Bucha (Ucrania).

Dmitry Hapchenko, vecino de 45 años de Bucha (Ucrania). Jara Atienza

En el terreno de la iglesia de San Andrés y Pyervozvannoho Todos los Santos, se encontró una fosa común con 116 cuerpos, incluidos los de dos niños y tres mujeres. Todos han sido ya exhumados y enterrados de nuevo en diferentes cementerios. Todos menos 18, que están en manos de las autoridades a la espera de ser identificados. 

La muerte sigue presente en este lugar de culto, aunque de otra manera. Dentro del templo ortodoxo se exhibe una sobria exposición con las imágenes que capturaron los primeros periodistas que entraron en Bucha tras la liberación por parte del Ejército ucraniano. Entre ellas se encuentra la fotografía de la mano sin vida de Iryna Filkina que retrató la fotógrafa Zohra Bensemra, de la agencia Reuters, y que se convirtió en símbolo de la barbarie. "No queremos que se olvide", repite una y otra vez Mykhailyna Skoryk-Shkarivska, teniente alcalde de Bucha. 

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Es la misma frase que emplea Irina Voytyuk para hablarnos de su historia. A sus 53 años vivió el inicio de la invasión en la ciudad de Irpin, de 70.000 habitantes antes de la guerra. A las puertas de la capital, esta ciudad era el último objetivo del ejército ruso en su intento de rodear Kiev. "Estábamos durmiendo cuando escuchamos el rugido de los aviones y las explosiones", recuerda. Cierra los ojos durante unos segundos y continúa. Durante una semana, Irina permaneció escondida en el refugio con su hija y una amiga hasta que su yerno las recogió en coche y las llevó a Kiev. Desde allí viajaron a Polonia, donde han estado meses refugiadas. Eso fue  el 1 de marzo. Cuatro días después la ciudad fue totalmente ocupada. 

Darya Kostenko también logró escapar de Irpin, pero tuvo que hacerlo a pie, atravesando las aguas del río Irpin. Al principio de la contienda, el Ejército de Ucrania destruyó las infraestructuras clave alrededor de la capital para frenar el avance de las tropas de Putin. Una de ellas fue el puente que conecta esta ciudad con Kiev, lo que impidió la entrada de los rusos. También la evacuación de decenas de civiles -mujeres, niños y mayores- que fueron alcanzados en sus coches por una lluvia de misiles de artillería mientras trataban de huir.

Vista aérea de varios edificios dañados en Irpin (Ucrania).

Vista aérea de varios edificios dañados en Irpin (Ucrania). Reuters

Tras la liberación de la ciudad, estos vehículos, en su mayoría calcinados, fueron trasladados a un lado de la carretera, donde hoy yacen amontonados en una suerte de cementerio de chatarra que ha servido de lienzo para algunos artistas locales. El puente sigue inservible: todavía es un amasijo de hierro y asfalto. 

Así lo recuerda Darya, que volvió a su ciudad natal el pasado septiembre y ahora trabaja para la Administración de Irpin y dice sentirse "tranquila" de estar en casa de nuevo. Como ella, un 80% de la población que abandonó la ciudad en los primeros meses del conflicto ha regresado, según las cifras ofrecidas por el Ayuntamiento. Irina no esperó tanto: su hija se quedó en Varsovia y ella volvió "en cuanto se fueron los invasores". "En casa todo es mejor y yo soy más feliz", asegura.