El vicepresidente segundo y secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, y el líder de Vox, Santiago Abascal.

El vicepresidente segundo y secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, y el líder de Vox, Santiago Abascal.

Política CLIMA POLÍTICO

La estrategia de la tensión: de 'golpismo' a 'dictadura', los políticos envenenan como nunca la convivencia

El maniqueísmo, el populismo y la propaganda han ocupado todo el escenario político. El resultado es una sociedad crispada y polarizada como nunca desde 1978. 

7 junio, 2020 02:50

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Es dudoso que cualquier tiempo pasado fuera mejor, pero pocos en el Congreso de los Diputados niegan a día de hoy que el clima político jamás ha estado tan crispado como en la actualidad.

Y no sólo en el Parlamento, sino también en las calles, en las oficinas, en los bares y en los medios de comunicación. Las dos Españas libran en la actualidad una batalla despiadada entre ellas y también contra la tercera, a la que fustigan por no alinearse de forma nítida con uno de los dos bandos

Insultos, amenazas, exabruptos, gritos y gestos de desprecio ocupan a diario los titulares de los periódicos, dejando poco espacio para un debate no ya sereno, sino razonable, sobre la epidemia o la crisis económica.

El lenguaje bélico ha contaminado el de la política y las intervenciones de los diputados en el Congreso no se valoran en función de su contenido sino del número de zascas por minuto. Los diputados más valorados no son ya los que aportan soluciones, sino los que humillan con el gesto más ceñudo a sus rivales. Los que sólo se dirigen a los suyos.  

La guerra de gestos, el maniqueísmo y la propaganda de grano grueso han ocupado todo el escenario y arrinconado a aquéllos que abogan por tender puentes entre los partidos constitucionalistas. Las políticas y los programas electorales han cedido su espacio a la comunicación, las estrategias y el embarramiento del terreno de juego. 

El pitbull del PSOE

No existe consenso sobre cuándo nació el virus o quién fue su paciente cero. Pero la mayoría se remonta a 1996.

Ese año, un PSOE al que no favorecían las encuestas comparó al PP con un perro agresivo en un vídeo electoral que mostraba imágenes del PP en blanco y negro. El vídeo pasó a conocerse como 'el del dóberman', aunque el perro en cuestión era un pitbull. 

Durante los dieciocho años anteriores, la propaganda política se había centrado en las propuestas propias, no en el ataque a los rivales. El vídeo del pitbull inauguró una nueva era en la que el eje del debate no era tanto la búsqueda del consenso como la satanización del contrario.

"Fue el primer vídeo electoral que se metía directamente con el adversario", confesó uno de sus creadores, Mario García. Lo dijo como si se tratara de una virtud. 

"Váyase, señor González"

Otros prefieren remontarse al "váyase, señor González" de José María Aznar. Unos más, a los atentados del 11-M y el acoso a las sedes del PP, orquestado según algunas teorías por Alfredo Pérez Rubalcaba desde la misma sede de Ferraz. Es decir, al primer escrache masivo de la historia de la democracia española. 

Hay quien pone el foco en José Luis Rodríguez Zapatero, el primer presidente que abogó por la ruptura de algunos de los principales consensos de la Transición y al que las cámaras de televisión cazaron en 2008 reconociendo frente a Iñaki Gabilondo que la crispación le da votos al PSOE: "Nos conviene que haya tensión". 

Otros muchos sitúan el origen del problema en el nacimiento de Podemos, el primer partido nacional abiertamente populista y de cuyo compromiso con la Constitución es legítimo dudar. Otros centran el tiro en Pedro Sánchez y su desprecio por esas líneas rojas de la política que anteriores presidentes ni siquiera se habían atrevido a rozar.

Están los que hablan de Vox y de sus vínculos ideológicos, más o menos reconocidos, con Donald Trump, Viktor Orbán, Marine Le Pen, Jair Bolsonaro y Matteo Salvini.

Y otros, más técnicos, achacan el virus a esas primarias en las que los más fanáticos del partido suelen imponer al candidato más radical o al que es percibido como más beligerante con el rival. Los gritos de "¡con Rivera no!", habituales en las últimas noches electorales en Ferraz, han sido el mejor ejemplo de ello.  

Muchos padres

Es probable que la explicación sea, como en los exámenes tipo test, la última de las respuestas: "Todas las anteriores son correctas". El vídeo del pitbull es sin duda alguna el momento fundacional de la crispación, pero todos los partidos han hecho uso en uno u otro momento de ella. La crispación tiene una sola madre, pero muchos padres. 

El procés catalanista, ETA, el populismo, el nacionalismo y la corrupción de PSOE y PP han sido sin duda alguna gasolina para esa crispación. También la mentira, que no es ya motivo de dimisión fulminante para los políticos de 2020, sino apenas un pequeño escándalo cuya vida no suele ir nunca más allá de sus primeras 24 horas

También ha sido un factor, no suficiente, pero sí necesario, la llegada a la política de diputados y senadores muy jóvenes, pero extremadamente radicalizados y con mayores habilidades para la cizaña y los eslóganes simplistas que para la retórica y la dialéctica.

Jóvenes que enarbolan unas tesis que se venden como "frescas" y "generacionales", pero que recuerdan más a las invectivas de la España de 1936 que al discurso renovador que podría esperarse de ellos. 

La crispación de hoy

Pedro Sánchez subió en mayo de 2018 a la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados para defender su moción de censura contra Mariano Rajoy. Aquéllos que esperaban sus propuestas tuvieron que conformarse con unas pocas líneas generales que apenas profundizaban en los detalles de su futuro Gobierno. 

Pedro Sánchez dedicó buena parte de su tiempo durante aquellos dos días a una descalificación radical de la obra del ahora ya expresidente del Gobierno. Según la Constitución española, las mociones de censura en España deben ser constructivas, no destructivas.

Pedro Sánchez no había sufrido una mutación radical. En 2015, el autor del "no es no" acusó a Mariano Rajoy de "no ser una persona decente" durante un debate electoral. El presidente, sorprendido por la inesperada agresividad de Sánchez, sólo acertó a responderle: "Ha sido usted ruin y miserable". 

En noviembre de 2017, Adriana Lastra comparó a Albert Rivera con Primo de Rivera, haciendo un juego de palabras con su apellido. "Quien nació diciendo que era Adolfo Suárez y ha acabado siendo José Antonio es Albert Rivera" dijo la ahora portavoz del PSOE.

En abril de 2019, Pablo Casado acusó a Pedro Sánchez de preferir "las manos manchadas de sangre a las manos pintadas de blanco" por haber aceptado el apoyo de Bildu para la aprobación de los decretos de los llamados "viernes sociales". Y en una de las prórrogas de la alarma, le acusó de buscar una "dictadura constitucional".

Los anteriores son sólo algunos ejemplos al azar de la crispación política que nos ha llevado hasta la situación actual. Una sencilla búsqueda en Google arroja cientos de resultados similares para estos dos últimos años

Cada vez peor 

Al contrario de lo que habría sido deseable, la epidemia de Covid-19 no sólo no ha contribuido a aplacar los ánimos de la clase política nacional, sino que los ha exacerbado.

El PSOE, acorralado por su pésima gestión de la epidemia y por el pecado original del 8-M, ha reaccionado a las críticas con arrogancia y declarando una guerra sin cuartel a la comunidad de Madrid.

Las intervenciones de Adriana Lastra y Rafael Simancas suelen contarse por ofensas y su papel no parece ser ya otro que el de movilizar a los suyos y proporcionar munición tóxica a los más radicales de sus seguidores. 

El PP, frustrado por su incapacidad para hacer cuajar en los medios su plan alternativo para la España posterior al Covid-19, ha reaccionado con pasividad y a la espera de que la debacle económica que se espera a partir de otoño haga caer la Moncloa en sus manos como fruta madura.

En el PP, y ya sea de forma justa o injusta, la etiqueta de "crispador" se ha atribuido a Pablo Casado, a Cayetana Álvarez de Toledo y a Isabel Díaz Ayuso.

Perfiles más moderados como Alberto Núñez Feijóo o Jose Luis Martínez-Almeida son utilizados de forma torticera por la izquierda para sembrar la discordia con el argumento de que "ojalá todos en la derecha fueran como ellos". 

Podemos y Vox, los dos partidos en los extremos del espectro político –excepción hecha de los nacionalismos– han desatado una casi siempre improductiva guerra de exabruptos que alimenta sus respectivos nichos electorales al mismo tiempo que agranda la brecha existente entre el bloque de la derecha y el de la izquierda.

Exabruptos como acusarlos de "golpistas" o gestos como el de abandonar el escaño cuando habla Vox, habitual en Pablo Iglesias, se han convertido en rutina y a nadie extraña ya ver a Pedro Sánchez o a los ministros del Gobierno mirar al suelo o a sus tablet cuando hablan los portavoces del PP, de Vox o de Ciudadanos.

No así, sin embargo, cuando los que hablan, con un discurso casi siempre frentista e insultante, son los representantes de Bildu, ERC, JxCAT o cualquier otra formación radical. Lo que en otras circunstancias sería un simple gesto de mala educación se ha convertido en una forma de agredir a un contrario al que se le niega no ya la razón, sino lo más básico: el reconocimiento de su existencia.

Figuras de consenso

España entera parece avanzar hacia el escenario vasco y catalán. Es decir, hacia el de una sociedad polarizada y en la que el grupo dominante, el nacionalista en ambos casos, finge uniformidad y consenso mientras una buena parte de la población se ve obligada a renunciar a determinados derechos básicos, y entre ellos el de la libre expresión de sus opiniones, por la presión social. 

Aquí y allí brotan figuras de consenso en ambos partidos, o al menos tolerables por una amplia mayoría de los españoles. Son Margarita Robles y Nadia Calviño, en el PSOE, o los antes mencionados Alberto Núñez Feijóo y Jose Luis Martínez-Almeida, en el PP. 

Son ellos los que permiten a muchos españoles aferrarse a la idea de que no todo es malo en el partido rival

Podría serlo también Ciudadanos, si empezara a ser visto, tanto por PP como por PSOE, como un puente hacia el rival y no como un caballo de Troya de éste

La Nueva Normalidad de Pedro Sánchez está a la vuelta a la esquina. De momento, nada hace pensar que vaya a diferenciarse demasiado de la Vieja Crispación. La esperanza está puesta en la parte del electorado más sensata de PP y PSOE. Ésa que prefiere pactar con el eterno rival antes que con los nacionalistas o los populistas

De momento, sin embargo, va ganando, y por goleada, la crispación.