Hace pocos días he vuelto a tropezar con una airada crítica a las literaturas del yo. En general estas reseñas no enjuician un libro en concreto, tampoco una carrera literaria, sino todo un tipo de literatura y la supuesta moda que la ampara, aunque yo diría que quizás la verdadera moda sea criticarla.

En un momento en el que son las mujeres quienes la abanderan, está claro que hay algo de “operación patriarcal” en este desprecio, tal y como afirma la escritora Clara Morales.

Pero lo que más me sorprende es la literalidad que mueve a estos críticos, pues de sus palabras se desprende que la calidad de un texto depende de lo que este narra, de nuevo en la acepción más literal del verbo, además de en su relación con el mundo extraliterario.

Estamos en temporada de ferias del libro y algunos pocos hombres se me acercan tímidamente con un ejemplar de mi primer libro, La historia de los vertebrados, que, con esa mirada literal, podría reducirse temáticamente a una experiencia personal de maternidad. La mayoría se confiesan sorprendidos de que les haya gustado, porque no son mujeres o porque no quieren tener hijos.

Entonces me visualizo a mí misma frente a esos escritores a los que he ido a buscar para una firma. Pongamos que tengo veintipocos años y estoy ansiosa por que Javier Cercas me firme mi manoseado ejemplar de Soldados de Salamina.

Ni yo ni ninguno de los otros entusiastas que hacemos cola le diríamos que nos ha gustado su libro pese a no ser profesores universitarios investigando un episodio de la Guerra Civil, o pese a no haber participado ni en esa ni en ninguna otra contienda bélica.

Yo le agradezco a los lectores su honestidad y que confiesen su búsqueda del espejo en lo que leen y su aprensión frente a la maternidad, porque no hacen más que reflejar una tendencia.

Además de achacarle a las escrituras del yo un espíritu narcisista, suponen que no hay ningún arte que las sustente

Pero me quedo con las ganas de decirles que, aunque quizás en lo literal narre un parto y los primeros meses de una madre, para mí La historia de los vertebrados es un libro sobre el miedo, y que si dejamos la literalidad de lo narrado en segundo plano, podría estar más próximo a una novela histórica sobre samuráis que a otros libros de madres primerizas basados en la experiencia.

Otra afirmación recurrente en este tipo de reseñas es que hay demasiados libros sobre maternidad. Me pregunto si sus autores le hubieran dicho lo mismo a Eurípides.

En las obras del dramaturgo griego se suceden las madres y sus voces, y a Medea le hace dar el mejor argumento contra los intentos de reducir la maternidad desde el yo a la literalidad: “Con mucho prefiero ir tres veces a la guerra a los desgarros del vientre”.

Porque convertirte en madre puede despertar los mismos miedos que sienten los soldados a punto de entrar en batalla, porque el desgarro del vientre te acerca a esa muerte que ven los hombres frente al pelotón de fusilamiento.

Pero la literalidad se aplica normalmente solo a los temas que se clasifican como femeninos o que están escritos desde el punto de vista de la experiencia personal de una mujer. Los otros, lejos de ser concretos, se elevan con las alas figuradas de la universalidad. Y todo ello esconde también una forma de entender la imaginación creativa sorprendentemente torpe.

Además de achacarle a las escrituras del yo un espíritu narcisista, suponen que no hay ningún arte ni estrategia creativa que las sustente, como si la imaginación literaria se basara en narrar hechos lo más ajenos al escritor posibles y no en la mirada que posamos sobre ellos y cómo los convertimos en verbo.

Por supuesto cualquier obra es objeto de ser criticada, pero esta enmienda a la totalidad revela una visión tremendamente pobre acerca de qué es la literatura, una visión basada en la literalidad más descarnada. Ojalá nunca triunfe esta forma de leer, no me imagino peor desgracia para la literatura.