Durante una tarde de octubre, de 2024, una máquina logró hacerle creer a su interlocutor que era humana. Al leer la noticia, fui al Museo del Prado a buscar consuelo en El jardín de las delicias. Sin embargo, ante al cuadro me asaltó una duda: "¿Adónde irá la cultura a partir de ahora?"

Di con la respuesta en el tríptico del Bosco. No obstante, difería si optaba por el lienzo a mi izquierda, El paraíso, o el de la derecha, El infierno musical. La humanidad, parecía decirme su autor en esta segunda pintura, morirá por la decadencia y el exceso de su propia cultura.

Los datos le dan la razón. Tan solo el año pasado se publicaron a diario más canciones en plataformas de streaming que a lo largo de 1989: 120.000. Si contamos los libros, las películas y series estrenadas durante el año, las cifras fueron de 2,2 millones, 10.000 y 5.000. "¿Qué ocurrirá –pensé– cuando estos datos se multipliquen de manera exponencial por la IA?" "Creemos que la cultura salva, que nos cura, pero ¿y si en realidad nos está enfermando tal como vaticinó el pintor?"

Fijé mi atención en un personaje del Infierno que, boca abajo, llevaba inscrita una partitura en su trasero. Más tarde, descubriría que estaba compuesta con el Tritono, el llamado Diabolus in Musica. Fue Guido D'Arezzo, monje y padre de la notación musical, quien escribió sobre este acorde en el siglo XI. Según él, el intervalo mi contra fa podía provocar una súbita desazón en las personas. De ahí que la iglesia lo prohibiera en la época.

Hoy, la mayoría de las corrientes musicales utilizan esta disonancia. Pero el Diabolus no se contenta con la música. También lo encontramos de forma análoga en el cine, la escultura, la literatura y el resto de producciones culturales. No en vano, los pensadores Deleuze y Guattari describieron nuestro tiempo como un rizoma. Para ellos, el mundo no tenía centro ni jerarquía, pues era caótico. Lo contrario a los filósofos de la antigüedad, que vieron en el símbolo del árbol la representación de un universo ordenado y armónico. Sabían que "la cultura" dependía del tipo de cultivo que se eligiera. Cambiaba, sin embargo, si se cultivaban árboles o helechos.

La humanidad, parecía decirme El Bosco en 'El infierno musical', morirá por la decadencia y el exceso de su propia cultura

Mi visión del Jardín ahora es interrumpida. Una guía se ha colocado entre el cuadro y yo para contar la historiade Felipe II, que fue uno de sus dueños. "Cada noche", dice, "antes de ir a dormir, abría el tríptico y lo contemplaba. Le gustaba tanto aquella pintura que pidió incluso morir junto a ella. ¿Os imagináis dedicar vuestra vida entera a la contemplación de un solo cuadro, como hizo el rey de España?". A mi lado, un joven rompe a reír. Cuando me giro, veo que lleva puesta una gorra de color rojo con las siglas MAGA.

Cierro los ojos y me cubro el rostro con las manos. La mezcla de lenguas del museo ha terminado por formar un remolino en torno a mí. Al cabo de un rato, empero, se detiene y hay silencio. La sala del museo en mi interior está a oscuras; pero observo algo. En el cuadro de la izquierda, en El paraíso, hay una figura que antes no estaba ahí. Está tumbado en la tierra y cubierto de raíces.

De pronto, sin saber cómo, los engranajes del cielo empiezan a moverse. Primero se hace de noche; luego de día. Al poco, las estaciones empiezan a circular sobre su eje. Gracias a la tierra, al agua, al viento y el sol –que orquesta la escena–, crece con el tiempo un brote en su pecho. "Pronto", me digo, "será un árbol". La sala ahora se ha llenado de luces y sombras. "Pronto", repito, "será un asidero al que agarrarme en la tormenta". 

Isaac Marcet (Barcelona, 1981) fundó y dirigió la revista PlayGround (2008-2022) y es autor de La historia del futuro (Plaza y Janés, 2023).