Cuando la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, no invitó a Felipe VI a su toma de posesión, alegó que España no había atendido a la petición de disculparse por las violencias cometidas durante la conquista. Muchos señalaron entonces, con razón, que el desplante escondía una lectura histórica sesgada y populista que desviaba la atención de los problemas internos del país.
Sin embargo, también estaban en lo cierto quienes recordaron que España sí que había tenido el gesto de reparar "una injusticia de más de 500 años" cuando en 2015 el gobierno de Mariano Rajoy aprobó una ley por la que se otorgaba la nacionalidad española a los descendientes de judíos sefardíes expulsados en 1492. Cierto que no se ofrecieron disculpas formales, pero cuando asociaciones musulmanas pidieron una ley similar para reparar la expulsión de los moriscos de 1609 sólo recibieron la callada por respuesta.
Examinado con desapasionamiento, el episodio puso en evidencia la ausencia de un relato histórico compartido entre España y sus antiguas colonias. Y esto es algo que, como país, debería preocuparnos. Hasta el más enardecido defensor de la "iberosfera" puede entender que la arrogancia neocolonial no es la mejor manera de fomentar lazos económicos o culturales con países con los que se pretende tener relaciones privilegiadas.
Insistir en el "mestizaje" del dominio español, sin conceder que en él intervinieron elementos humanos diversos, o seguir con la gracieta de que "fueron vuestros ancestros los que vinieron a América, los míos se quedaron en España" –como si unos y otros no hubieran estado bajo la misma monarquía– son muestras de una castiza altanería que tiene fácil consumo de puertas adentro, pero que viaja muy mal fuera de nuestras fronteras.
Abandonar la cantinela de que "España trajo la civilización a América" no implica que nuestro país deba pagar reparaciones por, como pretende el inefable Nicolás Maduro, "el esclavismo y el sufrimiento que sufrieron nuestros abuelos indígenas y nuestros abuelos africanos".
Abandonar la cantinela de que "España trajo la civilización a América" no implica que haya que pagar reparaciones como pretende el inefable Maduro
Pero también es cierto que el presente permite pensar el pasado usando herramientas inesperadas. Una de ellas está hundida a 600 metros bajo las aguas del Caribe, en un lugar de las costas colombianas que los investigadores de este país que lo localizaron no han hecho público para evitar a la plaga de los cazatesoros.
El galeón San José fue hundido allí por una escuadra británica en 1708 con un cargamento cuyo valor podría alcanzar los 17 mil millones de dólares. España ha litigado ya con éxito ante tribunales internacionales que han reconocido que buques como el San José pertenecían a la Armada por lo que su cargamento pertenece a nuestro país.
Sin embargo, Colombia reclama el galeón por estar en sus aguas territoriales y comunidades indígenas de Bolivia también se han movilizado para pedir que su contenido sirva como reparación histórica.
España cuenta con excelentes equipos de arqueología submarina. No debería ser difícil ponerlos a disposición del gobierno colombiano para ayudar a reflotar el cargamento del San José y estudiarlo en colaboración. El valor monetario del cargamento es nulo si es depositado en museos e inmenso como patrimonio histórico. Su ubicación en Colombia y Bolivia debería ser testimonio de una justa restitución que abre vías para compartir el pasado en el presente, un objetivo sin duda más noble que reivindicar glorias de los ancestros como si fueran propias.
Eduardo Manzano Moreno es profesor de Investigación en el Instituto de Historia del CSIC. Sú último libro es España diversa. Claves de una historia plural (Crítica, 2024).