Disculpen el exabrupto, necesito llamar su atención. No lo tomen a mal, recuerden que el término es un préstamo del latín stupidus cuyo significado primigenio es ‘aturdido, estupefacto’. Así es como yo nos veo, como ensimismados. Dirigir continuamente la mirada a una pantalla tampoco nos espabila, precisamente. Estamos absortos, como Narciso, que al final cae y se ahoga en las aguas de un bello estanque.

Así es el mito, especialmente el trágico, sacude nuestras conciencias e incita a pensar. Joseph Roth y Philip Roth, por citar dos influencias contemporáneas, crearon obras maestras con mimbres míticos y conciencia trágica. La leyenda del santo bebedor o La mancha humana son verdaderos mojones del extravío humano.

La palabra mythos procede de la raíz my-, onomatopeya que indicaría tanto la imitación o la emisión de sonidos como el acto de no emitirlos, de donde procedería mudo, mutismo. De ahí el oxímoron: palabra silenciada. De este oxímoron surge la ilación entre mito y enigma: el ser humano ha sido iniciado en un misterio, la palabra relata el enigma.

Es una gran ironía que, despreciando el legado humanista, nos aboquemos al liderazgo de una inteligencia artificial

Esto lo aprendo de un necesario libro que publica Akal este otoño Mitocrítica cultural: una definición del mito, del catedrático José Manuel Losada (UCM), académico español acostumbrado a pisar las aulas de la Universidad de La Sorbona, de la Universidad de Oxford y de la Universidad de Harvard. Losada y académicos de todo el mundo protegen el legado mítico y su adecuado estudio e interpretación. En octubre, el Congreso Internacional de Mitocrítica reunirá en Madrid a investigadores de varios países para esta causa.

El ser humano es por naturaleza simbólico. A lo largo de siglos ha abordado la comprensión que se ha hecho de sí mismo, de su relación con los demás y con el mundo a través de representaciones imaginativas muy alejadas del pensamiento literal que hoy nos seduce y domina. Es una gran ironía que, despreciando el legado humanista, nos aboquemos al liderazgo de una inteligencia artificial.

Estados y un elevado número de instituciones invierten esfuerzo y dinero en la carrera tecnológica. Cada vez más, los jóvenes se decantan por estudios universitarios enfocados a la tecnología. Vivimos deslumbrados por la recreación artificial (¡el Metaverso, qué bello estanque para caer en él!). El prefijo de moda es post: post-democracia, post-humano, post-verdad, post-realidad y, seducidos por la singularidad tecnológica, esperamos el advenimiento de la anhelada ambrosía: la inmortalidad.

Hannah Arendt prologa La condición humana con una reflexión que le provoca el lanzamiento al espacio de un objeto fabricado por manos humanas, en 1957. Escribe que la carrera espacial podría responder a un deseo de escapar de la “prisión de la Tierra y de la condición humana” con la esperanza de inmortalidad. Intuye la rebelión del hombre futuro contra la existencia humana tal como se nos ha dado, para cambiarla por algo hecho por él mismo. Y afirma: “No hay razón para dudar de nuestra capacidad para lograr tal cambio, como tampoco para poner en duda nuestra capacidad de destruir toda la vida orgánica de la Tierra”.

El mito forma parte de la naturaleza humana. Vive agazapado. Espera su momento y alerta de nuestra condición desde hace miles de años. Todo legado de nuestro imaginario que hoy protejamos será en el futuro como agua contra la sed.

Berta Ares Yáñez es investigadora cultural. El 28 de septiembre publica La leyenda del Santo Bebedor. Legado y testamento de Joseph Roth (Acantilado).