"Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo”.

Así comienza Ítaca, el extraordinario poema de Kavafis que me acompaña desde hace muchos años y me sirve de inspiración y guía para desempeñar, con entusiasmo renovado casi a diario, mi oficio. En estos primeros versos encuentro la síntesis casi perfecta de mi idea de la labor editorial: un viaje largo, emocionante, arriesgado pero gratificante, en el que el espíritu y la mente (que no son cosas tan diferentes) se conjugan para andar el camino. Ese camino es el mundo mismo, la propia vida, que algunos intentamos desentrañar a través de los libros, para acercarnos, aunque sea un poco, al conocimiento, es decir: para entender más, entender mejor, comprender para comprendernos.

El editor es, sobre todo, un lector; uno que lleva al extremo el placer de compartir los descubrimientos de sus lecturas

El oficio editorial, así visto, es una oportunidad para abrir numerosas puertas al mundo, para acercarse a realidades diversas que sin embargo confluyen, casi por encanto, en un mismo punto. Cada libro es un microcosmos que contiene otras realidades, otras experiencias, otros dolores y hallazgos, otras maneras de aproximarse a lo que somos. De ahí que los libros sean tan importantes para nuestra configuración individual y colectiva: son fundamentales porque nos construyen. Los libros no son un mero accesorio, ni deberían ser un barniz, ni únicamente entretenimiento, aunque sin duda no lo excluyen ni rechazan, los libros ayudan a vertebrar nuestro pensamiento. Leer nos abre los ojos al mundo.

El editor es, sobre todo y por encima de todo, un lector; uno que lleva al extremo el placer de compartir los descubrimientos de sus lecturas, y que tiene la ambición de que éstas lleguen a muchas personas, y de que obren en ellas el mismo efecto que en su día provocaron en él. A través del catálogo, el editor muestra sus inquietudes, sus intereses, sus miedos e incluso sus carencias. Cada título es un hito en el camino, una etapa del viaje, que nos recuerda, tal y como nos sugiere Kavafis, que lo más importante no es el destino, ni llegar a puerto, sino el trayecto, aprender a viajar, es decir aprender a relacionarnos con la realidad que se nos va ofreciendo.

Editar no es simplemente ejercer de intermediario entre el autor y sus futuribles lectores, editar es algo más. Implica comprender lo que alguien ha querido decir y por qué ha querido decirlo, asumirlo, ponerlo en situación y darle un marco. Es decidir que ese texto debe formar parte del caudal principal, porque su contribución vale la pena, debe ser conocida y esa voz merece ser escuchada. Ser editor es ofrecer compañía al autor, servirle de cómplice y de acicate, de entrenador y de confidente.

Buscar textos, reconocer ideas, descubrir senderos, disfrutar y también sufrir, por supuesto, son la esencia de la tarea editorial. Un trabajo que requiere paciencia (la propia y a menudo la de los demás), tenacidad, quizá una cierta dosis de audacia y mucha serenidad. En la era de la prisa, la inmediatez y el consumo acelerado, los libros se empecinan en recordarnos que la lectura, el conocimiento, la reflexión, y por qué no también el disfrute, son actividades que requieren tiempo y calma, presencia plena y dedicación. Así que quizá resulte pertinente recordar el adagio que escogió para su marca editorial el maestro de todos los editores, el referente de muchos, el compañero de Erasmo, el gran Aldo Manuzio: “Festina lente”, apresúrate despacio, y pide que tu camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias...