Image: Sánchez Ron y la física que acecha

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Primera palabra

Sánchez Ron y la física que acecha

21 noviembre, 2014 01:00

José Manuel Sánchez Ron se doctoró en ciencias físicas y ejerció largos años como investigador en el campo de la relativista. Después, en su época dorada, cuando escribía en El Cultural, trasvasó sus esfuerzos a la historia de la ciencia. Catedrático de esta disciplina en la Universidad Autónoma de Madrid, está hoy a la cabeza de los historiadores de la ciencia con una serie de sólidos libros, robustecidos por una excelente escritura. Eso facilita la lectura a quienes no estamos especializados en materias científicas. La realidad es que los libros de Sánchez Ron son, incluso, más interesantes que las estupendas novelas de Arturo Pérez-Reverte. El científico dedica su último libro al novelista para compensarle de las insidias de algún malicioso académico de la Real Academia Española, cada día más volcado en la lectura de los libros de ciencia.

En El mundo después de la revolución, Sánchez Ron repasa la trascendencia de la física en la segunda mitad del siglo XX. Las reflexiones del gran historiador de la ciencia sobre la teoría de la relatividad, sobre el universo y el nacimiento de la radioastronomía, sobre los cuásares y los púlsares, sobre la tentación matemática, sobre los agujeros negros y las arrugas en el tiempo, esclarecen ante el lector la espléndida realidad de esta rama del frondoso árbol de la ciencia contemporánea. Especial interés tiene el análisis que Sánchez Ron hace de la física cuántica, de los nuevos aceleradores de partículas, de los quarks y los neutrinos, de los multiuniversos tan ardorosamente estudiados por Stephen Hawking; de los chips y los circuitos integrales, de la nanotecnología y de tantos y tantos hitos científicos que han transformado el mundo en el que vivimos.

Un formidable equipaje bibliográfico completa la obra de Sánchez Ron, por la que desfilan su admiradísimo Albert Einstein y los nombres medulares de la ciencia: Lawrence, Rolf Wideröe, Bohr, Delbrück, Crick, Lorentz, Dirac, Klein, Heisenberg, Schrödinger, Feynman, Hubble, la atractiva Jocelyn Bell, Chandrasekhar, Oppenheimer, Tomonaga, Yukawa, Max Planck y tantos y tantos otros.

Sánchez Ron, con gran sentido de la actualidad, se refiere al GPS, el ojo que nos acompaña y que se enseñorea ya en el teléfono móvil. Se refiere también a las consecuencias atroces que puede tener la ciencia en manos de los políticos. Y escribe: “Uno de los descubrimientos con más implicaciones sociopolíticas del siglo XX tuvo lugar en Alemania en el otoño de 1938, cuando el químico Otto Hahn, del Instituto de Química de la Kaiser-Wilhelm Gesellschaft (Asociación Káiser Guillermo) situado en Dahlem, en las afueras de Berlín, y su colaborador, el físico Fritz Strassmann, descubrieron que el uranio (estrictamente, el isótopo 235) se rompía, se fisionaba, cuando era bombardeado con neutrones lentos, Hahn y Strassmann 1939”. Jamás se había observado algo parecido; las transmutaciones atómicas descubiertas hasta entonces involucraban transformaciones de un elemento a otro cercano a él en la tabla periódica, no ruptura de núcleos en partes comparables. Aquel descubrimiento en la Alemania hitleriana terminó conduciendo tiempo después, gracias al gran esfuerzo tecnológico-científico que fue el Proyecto Manhattan, “a la fabricación de bombas nucleares (o atómicas) por parte de Estados Unidos, que fueron lanzadas sobre Japón. El 6 de agosto de 1945 un bombardero B-29 estadounidense -el ahora famoso Enola Gay- despegaba de la isla de Tinian con una carga mortífera, que lanzó sobre Hiroshima a las 8,15, hora local. Se trataba de Little boy, una bomba atómica de uranio, de unos 4.500 kilogramos de peso y una potencia equivalente a 13.000 toneladas de TNT. Su efecto fue terrible”.

Visité yo la Hiroshima todavía despedazada en 1953. Y también Nagasaki, ciudad sobre la que se abrió el hongo aterrador de la segunda bomba atómica, de plutonio en este caso, bautizada con el nombre de Fatman. Cerca de 150.000 personas resultaron aniquiladas en Hiroshima y 70.000 en Nagasaki. Frente a estas derivaciones siniestras de la ciencia en el siglo XX, Sánchez Ron desarrolla con pulso firme lo que la física ha significado para mejorar la vida de la humanidad durante la pasada centuria, manteniendo despejados los horizontes esperanzadores para asombro de las nuevas generaciones.