Se van ustedes a pensar que le tengo manía al ministro Iceta y no es verdad. De hecho, me resulta simpático. Sentía aprecio por su estilo parlamentario cuando lideraba el PSC, y pienso que su actuación durante los difíciles tiempos del procesismo rampante fue bastante digna. Otra cosa son los aires ochenteros que ha optado por imprimir a su desempeño al frente del Ministerio de Cultura y Deporte.

Verán, yo fui testigo, siendo muy joven, del programático desmontaje y barrido de los acentos críticos y resistencialistas que habían dado el tono a la cultura antifranquista. Leí lleno de admiración el tronante y hoy casi legendario artículo (“La cultura, ese invento del Gobierno”) que, en fecha tan temprana como noviembre de 1984, dedicó Rafael Sánchez Ferlosio, desde las páginas de El País, a las políticas culturales del entonces aún flamante primer Gobierno socialista.

Sí, ya sé que lo he citado muchas veces. Me da lo mismo, no me cansaré de hacerlo mientras haya razones para recordarlo. Toda esa patraña de la cultura como “fiesta”. Todo ese cachondeo del populismo cultural. La “actomanía” (en referencia a la compulsiva celebración de “actos culturales”). La dichosa “promoción cultural”.

El ministro Iceta, nacido el mismo año que yo, parece haberse quedado enganchado a todo esto, y dispuesto a relanzarlo con nuevos ímpetus.

Todo empieza con esa bobería de proclamar 2022 como el año del Renacimiento Cultural en España. ¿Adónde demonios conduce una iniciativa de este tipo? ¿Quién puede darse por aludido? Siguió luego el nuevo Plan de Fomento de la Lectura, con sus doce “desafíos” y esas diez “claves” maestras conforme a las cuales había sido diseñado.

Parecen pensar que las realidades se adaptan a las palabras, razón por la que practican un triunfalismo a ultranza

Toda una panoplia de vaciedades que escoltaron una medida estrella: el bono cultural de 400 euros a los jóvenes que cumplían 18 años durante este año que termina. Ya en su día les di desde aquí la opinión que me merecía esta medida. Les he hablado también de la sonrojante fraseología con que se envolvió la participación de España en la pasada Feria de Fráncfort, bajo ese eslogan de “Creatividad desbordante”.

Y ahora, para cerrar el curso, esta nueva campaña de publicidad institucional con el lema “Hambre de cultura”.

Más de tres millones y medio de euros destinados a un spot para cine y televisión, cuñas de radio y materiales gráficos con el objetivo de “impulsar el consumo de experiencias culturales”. “El lema ‘Hambre de cultura’ -reza la nota de prensa del Ministerio- refleja las ganas de los españoles de vivir experiencias culturales, de reencontrarse con amigos y con espacios, de volver a emocionarse. Y a la vez, toda una industria cultural está a disposición para saciar ese hambre de cultura: museos, bibliotecas y librerías, salas de cine y de conciertos, teatros, óperas, zarzuelas, galerías, festivales…”.

Cualquiera de ustedes, sin haberlo visto, puede imaginarse perfectamente el spot, la cartelería correspondiente y la retórica empleada. Más de lo mismo, sí. Dibujitos a la moda y gente riendo todo el rato, disfrutando a lo loco de volver a emocionarse, como en un anuncio de Coca-Cola.

El ministro Iceta y su equipo parecen imbuidos de una concepción exclusivamente lúdica y comercial de lo que son la cultura y el consumo cultural. Parecen pensar, por otro lado, que las realidades se adaptan a las palabras, razón por la que practican un triunfalismo a ultranza con el que, por arte de magia, pretenden conjurar, se diría, las deficiencias que padece el país no solo en materia de educación, en equipamientos culturales y en todo lo relativo a la justa remuneración de creadores y agentes de la cultura, sino también en lo que respecta al empleo de la cultura como herramienta crítica y de emancipación personal, a su cultivo como recurso imprescindible para formar una ciudadanía libre, juiciosa y responsable.