Imagen | Los Canetti

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Mínima molestia

Los Canetti

1 marzo, 2021 09:03

Como saben los lectores de Historia de una vida, título que comprende los tres volúmenes de las memorias de Elias Canetti, este era el mayor de tres hermanos. Los nombres de los otros dos eran Nissim y Georg, si bien se los cambiaron por los de Jacques y Georges al naturalizarse franceses, no mucho después de haberse trasladado a vivir a París con su madre, en 1926. Elias permaneció en Viena, donde, una vez concluidos sus estudios de química, se dedicó por entero a escribir. Tardaría sus buenos años en publicar su primer libro, Auto de fe, en 1935, y cuando, gracias a él, comenzaba a gozar de cierta reputación en Austria, tuvo que huir de allí y emigrar a Inglaterra, donde nadie lo conocía. Empecinado en dedicarse únicamente a escribir, y embarcado, para colmo, en un ensayo –Masa y poder– que había de ocuparlo más de veinte años, Canetti y su mujer, Veza, sobrevivieron en Inglaterra con enormes penurias, recurriendo en no pocas ocasiones a la ayuda de familiares y amigos. La traducción al inglés de Auto de fe, en 1946, concedería a Canetti cierta visibilidad, pero no lo sacaría de apuros. Y no habría de alcanzar cierta notoriedad pública antes de los años sesenta.

Entretanto, sus dos hermanos destacaron muy señaladamente en sus respectivos campos profesionales, al menos en Francia. Jacques, cuatro años menor que Elias, emprendió muy pronto una meteórica carrera como cazatalentos, director artístico y productor musical. Desarrolló una importante, casi histórica labor en el marco de los sellos discográficos Polydor y Philips, experimentó con fortuna nuevos formatos radiofónicos, fue pionero en la divulgación del jazz en Francia (organizó las primeras visitas al país de artistas como Duke Ellington y Louis Armstrong), pero, sobre todo, fue el gran descubridor y promotor de los grandes intérpretes de la chanson francesa de mediados de siglo XX. Su nombre permanece indisociablemente ligado a los de Edith Piaf, Georges Brassens, Jacques Brel, Boris Vian, Serge Raggiani, Yves Montand, Juliette Gréco, Charles Aznavour, Serge Gainsbourg y un largo y asombroso etcétera de figuras hoy míticas que, además de grabar sus discos bajo su liderazgo, frecuentaron el pequeño Théâtre des Trois Baudets, fundado por Jacques Canetti en 1947 y convertido en un verdadero laboratorio musical. Todos estos datos, así como su legado discográfico, pueden ampliarse en la web que lleva su nombre, pero sobre todo en sus hoy inencontrables memorias: On cherche jeune homme aimant la musique, publicadas en 1978.

La relación entre los hermanos Canetti no estuvo libre de turbulencias. No era fácil, para Jacques y Georges, lidiar con un tipo como Elias

En cuanto al menor de los tres hermanos, Georges, el favorito de Elias, y a quien está dedicada La lengua salvada, llegó a ser una eminencia internacional en la enfermedad que él mismo padeció y que terminaría con su vida a los sesenta años: la tuberculosis. Desde su puesto en el Instituto Pasteur, fue un pionero en la experimentación con terapias combinadas y desarrolló una incansable labor en la prevención de la enfermedad, que le valdría numerosos reconocimientos y distinciones, tanto en Francia como fuera de ella. Médico con importante formación humanista, durante su común estancia en un sanatorio de las cercanías de Grenoble conoció Roland Barthes, con quien le uniría una buena amistad, reflejada en la correspondencia que se conserva entre ambos.

La relación entre los tres hermanos Canetti no estuvo libre de tensiones y turbulencias. No era fácil, para Jacques y Georges, lidiar con un tipo como Elias, tan soberbio y exigente, que para colmo los abrumaba con todo tipo de reclamos, empezando por los económicos. Pese a lo cual, prevaleció entre los tres un sincero y constante afecto, y esa suerte de incondicionalidad tan propia de los clanes judíos.

El recuerdo de los tres Canetti permanece unido en el Premio Georges, Jacques y Elias Canetti, creado en 2006 después de que la familia hiciera donación al Instituto Pasteur de ciento cincuenta y ocho cartas intercambiadas entre ellos. El premio se concede a investigadores del mismo Instituto que han destacado en su trabajo contra la tuberculosis. Algo no tan impropio si se considera que es la enfermedad que también padeció su madre, Mathilde Arditti, de quien Elias ofrece en sus memorias un inolvidable retrato, y que sembró en sus hijos el acusado sentido de la excelencia que los tres compartieron.