Imagen | Una estética de la avidez

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Mínima molestia

Un paso hacia Gomorra

El relato fue suprimido por la censura cuando Carlos Barral lo publicó por primera vez en español, en 1963

22 julio, 2019 09:00

El título de esta columna es el de uno de los relatos de Ingeborg Bachmann incluidos en su libro A los treinta años, que estos días recupera, en nueva traducción de Cecilia Dreymüller, la editorial Tres Molins. El relato en cuestión fue suprimido por la censura cuando Carlos Barral, entonces al frente de Seix Barral, publicó el libro por vez primera en español, en 1963. Retrospectivamente, parece inevitable que así fuera, dado que “Un paso hacia Gomorra” narra, de manera muy explícita, de qué modo una mujer casada, atrapada en un matrimonio convencional, se deja seducir, no sin resistencias, por una joven muchacha que se ha enamorado de ella, vislumbrando, más allá de la atracción física que llega a sentir por ella, la posibilidad de intentar un nuevo tipo de relación superadora de las categorías en que hasta ese momento se ha desarrollado su propia vida.

La edición original alemana de A los treinta años es de 1961. Con este libro, en su día recibido con escepticismo por la crítica, Bachmann (nacida en Klagenfurt, Austria, en 1926) daba un vuelco a su condición de gran estrella de la poesía alemana de posguerra, en la que había irrumpido a los 27 años de edad con un libro que tuvo un inmenso impacto y que en su momento constituyó un éxito sensacional: El tiempo postergado (1953). Los siete relatos reunidos en A los treinta años fueron escritos por su autora entre 1956 y 1957, es decir cuando ella misma acababa de cumplir esa edad.

No todos poseen el mismo nivel de excelencia; algunos son torpes y borrosamente líricos, o simplemente inmaduros, pero al menos tres –entre ellos, sin duda, “Un paso hacia Gomorra”– son extraordinarios. El conjunto, en cualquier caso, constituye una asombrosa recapitulación del patrimonio moral, político, intelectual y vital con el que una joven de la época se enfrentaba a la inminencia de su propia madurez en un mundo que apenas empezaba a emerger de sus ruinas, prolongando a pesar de la catástrofe un orden contra el que no parecía caber otra cosa que rebelarse.

El relato de Ingeborg Bachmann, incluido en su libro A los treinta años, que estos días recupera la editorial Tres Molins, fue suprimido por la censura cuando Carlos Barral, entonces al frente de Seix Barral, lo publicó por primera vez en español, en 1963. Retrospectivamente, parece inevitable que así fuera

Amparada en su momento por el Grupo 47, en el que se la suele encuadrar, Ingeborg Bachmann se abrió paso como escritora en un medio dominado por los hombres. Junto a Ilse Aichinger y otras escritoras, reclamó para las mujeres un papel fundamental en la construcción de un nuevo lenguaje sin el cual consideraba imposible abrir paso a un mundo nuevo. Tanto en su poesía como, sobre todo, en sus relatos y novelas, Bachmann (que mantuvo frustrados amoríos con escritores como Paul Celan y Max Frisch) explora, desde una radical perspectiva de mujer, un orden amoroso susceptible de sustraerse a los roles tradicionales de los géneros, con toda su carga acumulada de violencia. El último de los relatos recogidos en A los treinta años, “Ondina se va”, es una pieza ya clásica de la literatura feminista, recogida en decenas de antologías.

En unos tiempos como los que corren, tanto este relato como el titulado “Un paso hacia Gomorra” adquieren nuevas y muy instructivas resonancias, tanto más si se leen en el contexto que trazan los cinco relatos restantes, la mayor parte de los cuales no sólo tienen a hombres por protagonistas sino que están narrados por voces masculinas moduladas con enorme solvencia.

El adelantado feminismo de Bachmann es estrictamente solidario de un proyecto político de emancipación y transformación que comprende indistintamente a hombres y mujeres, en cuanto –valga insistir en ello– postula a modo de premisa una refundación total del lenguaje que emplean unos y otros. A este respecto, en “Un paso hacia Gomorra”, cuando la protagonista especula con la idea de “quemar las naves” y entrar al fin en su propio mundo, se dice que “para entonces ella se habría dado de baja y se podría reír de todos los juicios, y ya no le importaría por quién la tomaran”. “El lenguaje de los hombres, en cuanto se aplicaba a las mujeres, ya era bastante malo y dudoso; pero el lenguaje de las mujeres era mucho peor”, añade. Y enseguida se dice que enseñará a su amante “a hablar, despacio y con exactitud”.