Image: La prosa en España, y 3

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Mínima molestia

La prosa en España, y 3

8 abril, 2016 02:00

Me resuelvo por fin a rematar la pequeña serie emprendida semanas atrás bajo este título algo pomposo. La tesis de partida -y de llegada- era la de que fueron los escritores de la generación de medio siglo los que, en pleno franquismo, emprendieron el más radical y ambicioso programa de renovación de la prosa española en mucho tiempo. Ésta, ya desde el Siglo de Oro, venía cultivándose con propósitos y maneras tales que obviaron progresivamente el hecho de que la prosa -como bien precisara Jaime Gil de Biedma-, "además de un medio de arte, es un bien utilitario, un instrumento social de comunicación y de precisión racionalizadora". Así ocurrió hasta bien entrado el siglo XX, y cabe temer que siga ocurriendo todavía entre la mayor parte de los escritores españoles contemporáneos que ostentan la reputación de "prosistas", un término éste minado de equívocos toda vez que es empleado halagadoramente.

Esta reflexión venía inducida por la recuperación, el pasado año 2015, de tres importantes libros que acreditan de modo contrastado y contundente dicha tesis. Me refiero a las Memorias de Carlos Barral (Lumen), a los Diarios (1956-1985) de Jaime Gil de Biedma (Lumen) y a Altos estudios eclesiásticos, título del primer volumen de los Ensayos de Rafael Sánchez Ferlosio (Debate).

Los dos primeros volúmenes han sido editados con su rigor característico por Andreu Jaume. Él y yo tenemos pendiente una conversación sobre esta cuestión de la prosa en España, a la que Jaume, en sus prólogos, ha hecho valiosas contribuciones. No es una cuestión que pueda tratarse de manera unidimensional, como sugiere la naturaleza tan distinta de los tres títulos mencionados y, sobre todo, el dato de que sus respectivos autores sean dos poetas muy dispares y un narrador devenido ensayista.

El programa de refundación de la prosa española fue emprendido desde varios frentes y en múltiples direcciones. De hecho, se enmarcaba en un programa más amplio de refundación de la lengua literaria en todos sus niveles, por mucho que fuese en el de la prosa en el que se hizo más patente, probablemente por ser en él donde la tarea se hacía más apremiante. De ahí que los poetas se vieran movidos -como poco antes Antonio Machado- a ensayar ellos mismos modalidades de prosa encaminadas a restaurar una lengua que entretanto había perdido todo contacto con la de uso común y resultaba, por lo mismo, inoperante para la expresión de cualquier idea o emoción auténticas.

En función de los propósitos de cada cual, el trabajo de unos y otros se desplegó en las dos dimensiones apuntadas por Gil de Biedma en el pasaje citado, arrojando resultados sólo a primera vista contradictorios o incompatibles.

Recordar que la lengua, además de "un medio de arte", es un "instrumento social de comunicación", suponía depurarla de la pompa, el preciosismo y la galanura que la lastraban, alisándola y acercándola al habla coloquial.

Por otro lado, optimizar su condición de eficaz herramienta "de precisión racionalizadora" exigía afilar y rearmar sus mecanismos sintácticos, discernidores, permitiéndole expresar del mejor modo posible, sin falsas apoyaturas, la complejidad de un pensamiento ajustado a la razón.

Los diarios -y la poesía misma- de Jaime Gil ilustran inmejorablemente los logros obtenidos en su empeño por emular la "infalible justeza en el tono" de la mejor literatura inglesa, y el decisivo papel que el humor y la ironía desempeñan en su "valoración de la honestidad intelectual por encima de la inteligencia".

En el extremo contrario, la ardua prosa hipotáctica de Sánchez Ferlosio (posterior a esa operación de barrido que entraña El Jarama) refleja su empeño por acercarse a un estilo expositivo capaz de traer a la escritura la "tridimensionalidad" de la gramática oral, construyendo la frase y el periodo mediante articulaciones laterales susceptibles de adaptarse a la naturaleza escurridiza del concepto perseguido.

En medio de estos dos polos, se cuenta una gama de bien meditadas opciones, como la prosa memorialística de Barral o la prosa narrativa de Benet, tan distintamente modulada en su ensayística. Todas convergiendo en el objetivo común, en buena medida cumplido, pero escasamente aprovechado, de refundar la prosa española.