Image: ¿Lenin?

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Mínima molestia

¿Lenin?

Por Ignacio Echevarría Ver todos los artículos de 'Mínima molestia'

27 julio, 2012 02:00

Ignacio Echevarría


Semanas atrás, observaba Ignacio Sotelo que "se han escrito montañas de papel sobre la durísima crisis que nos aflige, sin que apenas haya saltado a la palestra el nombre de Marx, el primero que describe las crisis económicas, vinculándolas al modo de producción capitalista".

Sotelo escribía esto en un artículo titulado "Reivindicación de la parresia" (El País, 4 de junio), término éste que designaba en la democracia griega la cualidad consistente en atreverse a decir lo que uno piensa aun a riesgo de contradecir la opinión dominante, con todo lo que ello comporta.

El silencio en torno a Marx sería para Sotelo un indicio elocuente de los efectos cada vez más intimidantes que esa opinión dominante ejerce sobre todos. Sobre los economistas, sin duda, pero también, de forma aún más sangrante, sobre los intelectuales, a quienes cumpliría más que a nadie ostentar esa cualidad de la parresia que Sotelo echa en falta.

En general, los intelectuales también prefieren no acordarse de Marx, no cabe duda; si bien entre ellos su nombre aparece invocado de vez en cuando con murmullos más o menos respetuosos o displicentes, y hasta da ocasión a encendidas apologías, como la que le dedicó hace poco Terry Eagleton en su libro Por qué Marx tenía razón (Península, 2011).

En cualquier caso, el silencio en torno a Marx se le antoja a uno lleno de ruido en contraste con el que rodea a Lenin, ése sí un silencio glacial. Al fin y al cabo, Marx es un teórico del pensamiento económico y político a quien nadie niega su condición de clásico y su importante papel fecundador de la modernidad. Lenin, en cambio, es un revolucionario asociado a uno de los episodios de la historia moderna más unánimemente anatemizados en la actualidad: la construcción de la URSS y el ensayo de una sociedad comunista bajo la férrea dirección del partido que el propio Lenin lideró hasta su muerte, en medio de extraordinarias tensiones.

Aprovechando el encargo que le hiciera un editor para una colección de "Clásicos del Pensamiento Crítico", Constantino Bértolo ha asumido el reto de proponer no sólo una antología sumarísima y muy enjundiosa de los escritos de Lenin, sino también una relectura de esos escritos a la luz de las circunstancias actuales. El resultado se titula, muy elocuentemente, Lenin: el revolucionario que no sabía demasiado (Catarata), y es un libro tan intempestivo como pertinente, que se enfrenta con valentía a los prejuicios que pesan como losas sobre la demonizada figura de Lenin, y que invita a retomar a éste "como interlocutor válido para el diseño de una estrategia desde la que enfrentarse a los obstáculos que hoy encuentran quienes desean recuperar el horizonte de la emancipación".

Bértolo centra su análisis en los años inmediatamente posteriores a la toma del poder por los bolcheviques. Ello le permite poner de relieve, "frente al tópico de un Lenin sectario, dogmático e intelectualmente sordo", la naturaleza profundamente pragmática, ceñida siempre a las circunstancias y en consecuencia flexible, del pensamiento -"lleno de matices, meandros y curvas", no falto de dudas y retrocesos- de quien dejó dicho: "No existe la verdad abstracta. La verdad es siempre concreta".

La interpelación al movimiento 15-M queda bien clara desde un comienzo. "Lenin en la Puerta del Sol" se titula un apartado preliminar en que Bértolo sugiere "la necesidad de repensar políticamente temas tan 'leninistas' como la organización de descontento y la protesta". Una tarea que pasa, según él, por una reconsideración crítica de las experiencias del pasado, a las que cabe arrancar otras enseñanzas que las que prescriben el enjuiciamiento y condena de la revolución rusa como una catástrofe sin paliativos.

"Los sabios dicen que la izquierda está en crisis. No me extraña: si no es capaz de reivindicar lo que hizo bien en el pasado, es improbable que haga algo bien en el futuro. "Estas palabras de Javier Cercas, que Bértolo aísla arteramente del contexto en que fueron empleadas, ilustran el trasfondo polémico de este libro, que se sirve de Lenin para postular un rearme de la izquierda en el arsenal de esas experiencias de las que abjuró con quizá demasiada precipitación. Rearme que habría de empezar por la reapropiación de un vocabulario vigente todavía, sí, por mucho que sepultado bajo los eufemismos destinados a camuflar la perpetuación del destructivo sistema que nos ha traído hasta aquí.

Proletario, imperialismo, capataz, explotación... ¿se acuerdan? Rasquen en términos como empleado, globalización, director de recursos humanos o cultura empresarial y ahí los tienen, vivos y coleantes.