Image: Informes de lectura (y 3)

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Mínima molestia

Informes de lectura (y 3)

Por Ignacio Echevarría Ver todos los artículos de 'Mínima molestia'

22 junio, 2012 02:00

Ignacio Echevarría


Cuando uno lee informes de lectura como los de Gabriel Ferrater o Roberto Bazlen, sobre los que discurrían las dos anteriores columnas, se pregunta por qué la crítica literaria más al uso no posee semejante frescura, contundencia, humor; semejante juego de piernas.

Me refiero a cosas del estilo de: "¡Caramba!, los chicos duros tienen corazones de azúcar" (Ferrater al comienzo de un informe sobre Visions of Gerard, de Kerouac); "en cierto momento sentí lástima de esos pobres nazis, ‘obligados' por la Sachs a ser tan inhumanos" (Bazlen sobre Eli, de Nelly Sachs); "es maravillosamente bueno, y lamento muchísimo no haberlo conocido hasta ahora" (Ferrater hablando de Louis Guilloux); "algo sucedió, el protagonista dio un paso adelante, se volvió menos rígido; y también yo, al final, quién sabe por qué, me volví mejor persona" (Bazlen sobre una novela de Franz Tumler); "una escarola impresionante... ¡Ecs! ¡Uf!" (Ferrater sobre un ensayo de Hocke); "un buen technicolor, hecho por y para gente bien" (Bazlen sobre El Gatopardo, de Lampedusa); "parece que el autor tiene razón en general, pero la tiene tal como la tiene Playboy cuando ataca las leyes represivas de la sexualidad: de una manera tan convencional, que casi nos gustaría que no la tuviera" (Ferrater sobre un ensayo de Szasz); "podría continuar pero no quiero tratar de convencerte; estoy enamorado, y el amor no razona" (Bazlen expresando su entusiasmo por Diario a cuatro manos, de Benoîte y Flora Groult)...

Etcétera, etcétera.

Hace ya décadas, en un artículo sobre la crítica en Alemania, Martin Walser se quejaba de su bajo nivel estilístico, algo que atribuía fundamentalmente al hecho de que, a la hora de escribir, la mayor parte de los críticos lo hacen infatuando una insostenible objetividad, prescindiendo de sí mismos. A su entender, eso los priva de una relación viva con su propio lenguaje. Para Walser, el crítico "debería escribir su prosa como alguien que sólo escribe para sí mismo, que sólo está empeñado en contestar con toda su historia consciente e inconsciente al objeto literario". Cuanto más radical sea su empeño en esta dirección, mejor. "Porque sólo parece verosímil -concluía Walser- lo que uno expresa de forma despiadadamente personal."

Los tiempos parecen ir dando la razón a Walser, pues se diría que la crítica más convencional, la crítica institucional, por así llamarla, está viéndose progresivamente acosada por una crítica que se pretende, en efecto, "despiadadamente personal". Los rasgos de esta "nueva crítica", como apuntaba en mi anterior columna, parecen conformarse a una legalidad de orden semejante a aquella a la que se adscriben los informes de lectura. Pero éstos -importa subrayarlo una vez más- constituyen un género confidencial, sumergido, etcétera. Su desinhibición, el fundamento idiosincrásico de sus argumentos, resultan viables y operativos en la medida en que media un pacto bien definido entre el informante y el editor al que se dirige. Un pacto que privatiza, de hecho (e instrumentaliza), los servicios que el crítico común cumple públicamente de cara al lector común: orientación, juicio, consejo... Servicios todos que requieren que, en un momento u otro, el informante en cuestión se haya perfilado ante el editor como sujeto dueño de ciertos conocimientos, de cierta experiencia, de cierta pericia.

El factor "despiadadamente personal" de la nueva crítica sólo alcanza a ser funcional en cuanto resuena dentro de un ámbito de intereses y de criterios en conflicto, colectivamente compartidos. De otro modo, abundan los publicistas, tertulianos, presentadores de televisión y blogueros que hacen su industria de dar un toque "despiadadamente personal" a memeces y topicazos.

En una conversación reciente, Constantino Bértolo dejó caer la idea de que, lejos de lo que parece, Internet no constituye, a ciertos efectos, un espacio público. Que me perdone Bértolo si le entendí mal; como sea, la idea me hizo mella, y desde aquí le insto a que la desarrolle. La traigo a colación porque desde este punto de vista muchos rasgos de la "nueva crítica" -aquellos, precisamente, que la acercan a las maneras características de los informes de lectura- encuentran justificación, y no sólo explicación.

Más allá de que adopte o no una forma "despiadadamente personal", la crítica, si reclama ese nombre, y si quiere ser algo más que simple desahogo o exhibicionismo, habrá de plantearse y resolver, allá donde se formule, el problema de su alcance social y de la comunidad a la que se dirige y que, de un modo u otro, contribuye a modelar, a confrontar o a combatir, pues no otros son su razón y su sentido.