VALLE. El periodista y escritor Alejandro Sawa (1862-1909), fotografiado con sus pipas, su melena despeinada y sus barbas y bigotes opulentos, bajo el altar mural de sus ídolos franceses (Verlaine, Baudelaire…), es la estrella (estrellada) de la muy interesante exposición Madrid ¡Viva la Bohemia! Los bajos fondos de la vida literaria, en el Museo de Historia de Madrid.

Comisariada por Alberto Martín Márquez, la muestra, muy didáctica y apañada en sus discretas dimensiones, se cierra con criterio con Ramón del Valle-Inclán, quien hizo en Luces de bohemia (1924), bajo la óptica del esperpento y entre lo cómico y lo trágico, el resumen y la pieza testamentaria del Madrid de los bohemios.

Amigo y compañero de miserias en varios momentos del sevillano Alejandro Sawa, Valle lo homenajeó en el protagonista de su obra, el poeta Max Estrella (“hiperbólico andaluz”), que morirá, como aquel, pobre, ciego, loco y furioso, dejando viuda francesa e hija, muy lejos de sus tiempos gloriosos de París.

En Luces de bohemia encontramos a otros personajes de la exposición como los modernistas Rubén Darío y Dorio de Gádex y también a Gálvez, el desproporcionado Pedro Luis Gálvez, fusilado por el franquismo en 1940 y que ocupa su lugar en la historia, amén de por sus variadas trapacerías, como rey del sablazo, asunto que, derivado de las penurias económicas de los bohemios, tiene también su espacio en la muestra.

CHANTAJE. Al paso del recorrido por la exposición se confirma la buena síntesis que hizo Valle-Inclán en su obra de los ambientes, personajes y modos de vida de los bohemios de Madrid: buhardillas y mansardas infectas, tabernas, cafetines, redacciones de periódicos, comisarías, despachos en los que mendigar, antros de prestamistas, andadas y vagabundeos noctámbulos, alcoholismo, prostitución, enfermedades, pobreza callejera y de arrabal, hambre y frío, disturbios y guardias, brotes de anarquismo y protesta...

Amigo y compañero de miserias en varios momentos del sevillano Alejandro Sawa, Valle lo homenajeó en el protagonista de su obra, el poeta Max Estrella

Junto a libros de los bohemios, hay cartas –la terrible de Sawa a Darío pidiéndole dinero con chantaje por haber sido su negro como articulista–, documentos, fotografías, carteles, dibujos y caricaturas, postales y estampas, esculturas y hasta breves fragmentos de películas documentales, una de ellas atribuida a la cineasta pionera francesa Alice Guy. Y cuadros, claro.

CUADROS. La exposición que, por poder y sobre el papel, podría haber sido mucho más extensa, pero que, como digo, resulta apañada y esclarecedora, no reúne demasiados cuadros, pero sí algunos de suficiente interés y atractivo como, en su arranque y para recordar el origen francés del fenómeno bohemio, el muy conocido e imponente Vista de París desde el Trocadero (Martín Rico, 1883), que no muestra ciertamente la bohemia, pero sí una espléndida vista panorámica de la ciudad en la que surgió, completado, dando contexto, por otras dos piezas notables: la nocturna Salida del baile de máscaras (Raimundo de Madrazo, 1885) y la diurna Plaza de París (Eliseo Meifrén Roig, 1887).

Hay obras de Anglada Camarasa, Gutiérrez Solana, Casas, Sáenz de Tejada, Martínez Cubells y varios otros de importancia, algunos menos vistos (por mí, al menos) como los notables El cafetín (José Bermejo, 1926), El café (Ricardo Balaca, 1860-65), Taberna con café de baile (Waldo Insúa, 1931) o Tienda-asilo (Mateo Silvela y Casado, 1890).

No falta, en la línea de contextualizar, el dramático La familia del anarquista el día de su ejecución (Manuel Benedito, 1899), que pudimos admirar el año pasado en la excelente exposición del Museo del Prado Arte y transformaciones sociales en España (1885-1910).

Vale la pena darse una vuelta por la tienda del museo para adquirir el catálogo de ¡Viva la Bohemia! Y, muy especialmente, el póstumo Iluminaciones en la sombra (1910), de Alejandro Sawa, que reeditó Nórdica en 2009, con una presentación de Andrés Trapiello y el prólogo original de Rubén Darío, ambos espléndidos.