Combate en Santiago de Cuba. Pintura de Ildefonso Sanz Doménech.

Combate en Santiago de Cuba. Pintura de Ildefonso Sanz Doménech.

Dardos

La influencia de la pérdida de Cuba en el pensamiento español del siglo XX

Los catedráticos Isabel Burdiel y Octavio Ruiz-Majón discuten sobre la influencia de la derrota de 1898 en la literatura española. 

Isabel Burdiel Octavio Ruiz-Majón
11 julio, 2023 02:46

1898. La larga sombra del retroceso

Isabel Burdiel

Catedrática de Historia Contemporánea y Premio Nacional de Historia (2010). Último libro: Emilia Pardo Bazán (Taurus)

La pérdida de las posesiones coloniales en 1898 fue un fenómeno con ramificaciones culturales profundas. Una crisis percibida como nacional, que tan sólo se entendía en un contexto internacional y que provocó al mismo tiempo movimientos centrífugos internos. Fue parte del debate de Europa sobre sí misma y sobre la recomposición de las grandes jerarquías nacionalistas e imperialistas. Un debate que afectaba a toda la concepción de la historia de España desde el siglo XVII hasta el supuesto fracaso de una verdadera revolución liberal durante el siglo XIX. Una interpretación de decadencia y anomalía que era un juego de espejos entre las miradas internas y externas. 

Los estudios más recientes invitan a entender los conflictos sobre las jerarquías políticas, económicas y raciales que se estaban produciendo entonces entre supuestas naciones ascendentes y naciones decadentes en el sentido cultural más amplio de la discusión (también trasnacional) sobre la masculinidad, o más exactamente, sobre los criterios de definirla, poseerla y verificarla dentro y fuera de cada país. Así, frente a la brutalidad y al mismo tiempo el afeminamiento de los hombres de las naciones europeas latinas y orientales, se construyó un idealizado modelo anglosajón y a veces germánico de masculinidad civilizada, potente y autocontrolada; basada a la vez en la razón práctica y en la respetabilidad privada como soportes de la respetabilidad pública, política e imperial. De hecho, se produjo una especie de desvirilización y afeminamiento simbólicos de los países latinos en su conjunto. Al tiempo que el debate extendía su larga sombra a lugares tan diversos como el Imperio Otomano, Japón o Rusia.

La crisis del 98 fue percibida y construida como nacional, al tiempo que producía movimientos centrífugos en contra de la idea misma de España y que tan solo se entendía en un contexto internacional 

En este contexto, me gustaría destacar la singularidad de Emilia Pardo Bazán a través, sobre todo, de un sonado discurso en París, en 1899, titulado "La España de ayer y la de hoy". En él acuñaba –como parte de los discursos enfrentados entre imperios– el término leyenda negra, años antes de que Julián Juderías escribiese su célebre libro. Pero lo más interesante era la necesidad, imperiosa a su juicio, de acabar con su contrapartida, la leyenda dorada de España: "…funestísima porque al persuadirnos de que no nos falta cualidad ni virtud, nos sugirió que no debíamos variar, e impidió que aprendiésemos con el ejemplo de otras naciones más activas y prósperas". Fue tachada, ella que era una nacionalista española militante, de antipatriota. Y más escándalo causó cuando sugirió que, además de echarle siete llaves al sepulcro del Cid, habría que echárselas también al prototipo de la "caballerosidad española".

No era una cuestión de mayor o menor hombría de los españoles –ni de revisar, ridiculizar o desechar el mito del don Juan– sino de asumir que no habría regeneración de la patria sin la educación y emancipación de las mujeres: "Error profundo imaginar que se adelanta la raza mientras la mujer se estacione. Al pararse la mujer, párase todo; el hogar detiene la evolución y, como no es posible estancarse verdaderamente, vendrá el retroceso". La historia posterior de España le dio la razón. 

El impacto cultural del 98

Octavio Ruiz-Manjón

Historiador. Último libro: Algunos hombres buenos (Espasa)

La idea de una "generación del noventa y ocho" se acuñó algunos años más tarde de que sucediera aquella derrota desastrosa. José Ortega y Gasset, en un artículo de comienzos de 1913, fue de los primeros en llamar la atención sobre "aquellos españoles de 1898", que eran los de su propia generación. Ellos habían vivido las noticias del desastre con quince años y, por la fecha en que se publicó el artículo, iniciaban ya su presencia activa en la vida española. Un par de días después del artículo de Ortega, Azorín iniciaría en ABC una serie de artículos en los que aprovechó esa referencia generacional para aplicarla a sus coetáneos. Desde ese momento, la imagen de una nueva generación tomó el suficiente aliento como para iniciar una larga singladura que la ha convertido ya en canónica. Esto lo contó hace ya tiempo Vicente Cacho.

José-Carlos Mainer, por su parte, ha señalado el hecho de que los que pasaron a formar parte de esa generación apenas habían publicado nada relevante a la altura de 1898 –su año de gracia sería 1902– y, desde luego, apenas se hicieron eco en sus obras de lo sucedido en el desastre. Pero la etiqueta literaria siguió su curso glorioso y a Ortega, que la había inventado, pareció darle lo mismo que así fuera.

Antes de que se pusiera en circulación la idea de una generación del 98, ya hubo personas que detectaron las carencias de aquellos escritores del momento. En unos juegos florales que se celebraron en Valladolid José Ortega Munilla leyó unas palabras que muy bien pudo escribir su hijo Pepe. En ellas describía el impacto del 98 sobre la vida intelectual española "como una antorcha [que], cayendo en una cueva, iluminó todos nuestros viejísimos errores […] de desconfianza, de desorientación, de dispersión y de ciegos tanteos políticos". Un fogonazo que, en cualquier caso, estuvo muy lejos de traducirse en un programa articulado de reforma política y social. Por otra parte, no han faltado los críticos literarios que señalaron el elemento de distorsión que introducía esa etiqueta literaria. Ya Ricardo Gullón, en 1969, lo consideraba "el suceso más perturbador y regresivo de cuantos afligieron a nuestra crítica literaria en el presente siglo".

Se ha consolidado una imagen que ha establecido un vínculo indisoluble entre los tristes acontecimientos del verano de 1898 y unis escritores dispersos que aún no podían reclamar la consideración de "intelectuales"

Las reticencias hacia el encuadramiento generacional se prolongaron en el tiempo, sobre todo por parte de Unamuno y de Baroja, pero, a la larga, se ha consolidado una imagen –especialmente apreciada por la tribu de los llamados "hispanistas"– que ha establecido un vínculo indisoluble entre los tristes acontecimientos del verano de 1898 y unos escritores dispersos que aún no podían reclamar la consideración de "intelectuales".

Ni el noventa y ocho desencadenó el regeneracionismo, como aún siguen empeñados en repetir casi todos los manuales escolares, ni suscitó otros sentimientos que no fuesen los del ridículo y la humillación de los que habló Azaña en 1912 y remacharía en 1927: "Es muy grave poner en circulación por Madrid una palabra, una fórmula, un comodín. ¡Qué pretexto para no discurrir en medio siglo!". Pero, ciento veinticinco años después, aún estamos a tiempo de reflexionar sobre lo que fue aquello.

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