Foto de Victor Freitas en Pexels

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¿Tiene el jazz firmes raíces en nuestra cultura?

Llega el jazz. Los numerosos festivales lo convierten en un género propicio para la canícula. ¿Son minoría sus aficionados o su seguimiento es más masivo de lo que parece?

Javier Estrella Marina Fernández
20 junio, 2022 02:01
Javier Estrella

Javier Estrella

Javier Estrella
Presidente de la Plataforma Jazz España y director de JazzEñe

¿Es el jazz minoritario?

La mayor parte de las entradas ya están vendidas. El verano nos trae, entre otras muchas cosas placenteras, los festivales de música. En España, verano es música al aire libre durante meses, durante muchas noches y madrugadas. Clásica, jazz, world music, flamenco, rap y los grandes conciertos de rock y de pop, este año más esperados que nunca.

Con los festivales llegan algunas preguntas: ¿es el jazz una música minoritaria? Pues depende de lo que se entienda por minoritario, y depende de las mayorías con las que lo comparemos. El jazz es desde siempre modernidad y diversidad. Nació en los burdeles de Nueva Orleans con el siglo XX. Saltó rápidamente a la calle para poner a bailar a quien no tenía otro lugar donde estar, enloqueció a las salas de baile, puso de moda nuevos ritmos y la industria creció con aquellas músicas que pronto se llamaron jazz. Miró a los músicos negros vestidos con esmoquin, a los ágiles y rápidos bailarines voladores que salían de todos los barrios. Ellas y ellos eran las estrellas, pero no se les permitía entrar por la puerta de los clientes. Estas puertas siguieron cerradas durante muchas décadas.

Para la industria, el jazz no responde a sus exigencias. Quiere más frivolidad. Quiere vender glamur en una era en la que la música no tiene nada de la elegancia joven y revolucionaria que trajo el rock

El siglo XX fue el siglo del jazz. La industria musical era el jazz. Hasta lo 50, el mundo, todo el planeta, bailaba jazz y la música latina de Nueva York repleta de ritmos y músicos cubanos y caribeños. El jazz invadió Europa, Latinoamérica, Asia, Oceanía, saltó a las salas de conciertos... Se acabó el baile, se acabó el frenesí. Ahora el jazz se escucha en silencio. El mundo del jazz se fue reduciendo a los que escuchan sentados, en auditorios sin humo, chasqueando los dedos, sonriendo, pero sin bailar. En todas las ciudades hay clubs de jazz, en Madrid, 14 abren cada noche, en París siguen siendo una atracción turística y en antros minúsculos de Nueva York puedes seguir viendo a los grandes del momento.

El jazz lo seguimos muchísimos, festivales como el Jazzaldia de Donosti, el de Barcelona, el Canarias Jazz & Mas, Montreux en Suiza, Montreal en Canadá, Tokio en Japón o el Jarasum en Corea, son todos festivales masivos que atraen a cientos de miles de personas. Pero en el día a día el jazz no sobrevive. Para la industria, el jazz no responde a sus exigencias. Quiere más frivolidad. Quiere vender glamur en una era en la que la que la música que más se vende ya no tiene nada de esa elegancia joven y revolucionaria que nos trajo el rock and roll.

De los muchos amigos a los que he llevado a un concierto de jazz por primera vez, no recuerdo ninguno que no se haya enamorado de esta música. De la calidez de sus músicos y cantantes, de las historias que cuentan y de lo poco que parece que les cuesta tocar tan brillantemente.

Ya hace mucho que el jazz no se baila, que no llega a tanto público, pero sigue siendo enormemente creativo porque crece acogiendo a nuevas músicas y es, sobre todo, reflejo de lo que le pasa al mundo. Sus músicos tocan desde sus sentimientos y eso es algo que es muy fácil de entender.

¿He respondido a la pregunta?

Marina Fernández

Marina Fernández

Marina Fernández
Directora de JazzCádiz y Jazzahara

Un menú para todos los paladares

Me gusta mucho ese momento que se repite cada verano, en el cual alguna persona nada aficionada al jazz que he invitado al Festival JazzCádiz, sale sonriente diciéndome con mirada cómplice: oye, ¡que resulta que me gusta el jazz! Les brilla en los ojos esa chispa especial de satisfacción por saberse entendedores de algo que pensaban difícil o inaccesible, y que de repente les es cercano, propio. Creo que a todos nos da satisfacción descubrir una nueva faceta de nosotros mismos, reconocernos de otra forma.

Algo interesante del jazz, la razón por la que sigo enganchada, es que se fundamenta en la creatividad. Tiende a arriesgar. Como estilo evoluciona y se imbrica con músicas diversas, más o menos comerciales

También, cuando comparten con cierta inseguridad la afirmación de “¡yo es que de jazz no sé nada!”, yo les aseguro que eso es mentira, que sí que saben, que llevan escuchando jazz toda la vida porque está presente en casi toda la música que escuchamos. Exagero un poco pero ellos me entienden y, además, les tranquiliza. Sienta bien cogerle la mano con familiaridad a un estilo, en este caso el jazz, que se nos ha vendido como propiedad de un club selecto, intelectual o bohemio, al cual tienen restringida la entrada la mayoría de los mortales. Evidentemente, ese mito que lo rodea conforma en gran parte su encanto, pero puede a veces suponer una sutil barrera.

Algo interesante del jazz, que seguramente es la razón de que yo siga enganchada, es que se fundamenta en la creatividad, y como estilo evoluciona y se imbrica con músicas muy variadas, siendo por ello capaz de conectar con diferentes paladares. Es una música que tiende a arriesgar. Bajo el nombre de jazz se pueden escuchar hoy día propuestas muy diversas, más y menos comerciales, con gran variedad de nombres que llenan los carteles de los festivales. Normalmente, y por lógica tanto económica como de pegada promocional, se combinan unos con otros: el jazz comercial (¡existe!) y el jazz no comercial de alta calidad (¡abunda!).

Lo ideal es abrir el apetito para que quieras probar el menú completo. ¿Es esta una buena estrategia para que goce de una larga vida? A riesgo de encasillarme como excesivamente optimista, cosa que seguramente soy, para mí el futuro del jazz no reside en que sea un estilo que venda millones de entradas, un estilo masivo, sin embargo sí reside en que sea accesible. Para que eso ocurra estamos los/las programadores, para dar el máximo de nosotros y programar con pasión, con riesgo, con estrategia, dando a cada público lo que sentimos que está preparado para aprehender.

Y estamos también para dar confianza y visibilidad al sector. Apoyarlo con financiación, festivales, formación, conciertos. Y desde un punto de vista más marketiniano, hacer marca. En Jazzahara hacemos esto. Es la única feria de jazz regional de España, que en este caso pone el foco en el jazz de Andalucía, la escena lo merece sobradamente, solo hay que acercarse a ella para darse cuenta. No se puede amar lo que no se conoce, dicen. También dicen que el roce hace el cariño. Yo añado que estamos de suerte porque el jazz sigue sacando nuevos menús para degustar, conocer, encariñarnos… y por supuesto enamorarnos.

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