Imagen | ¿Por qué han abandonado las librerías los grandes autores españoles del siglo XX?

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¿Por qué han abandonado las librerías los grandes autores españoles del siglo XX?

Los grandes autores españoles del siglo XX (Cela, Benet, Matute, Umbral) han abandonado las librerías. ¿Por culpa del mercado, de la desidia institucional, del interés de los lectores? Germán Gullón y Sabina Urraca toman la palabra

1 marzo, 2021 09:18

Germán Gullón
Catedrático emérito de Literatura Española. Su última obra es Galdós, maestro de las letras modernas

Precariedad de la sociedad creativa

Parto del convencimiento de que los aficionados a las bellas letras compartimos la idea de que los mercaderes han entrado en el templo de la literatura, y que ejercen un enorme dominio en la oferta narrativa, nada beneficioso para la cultura. Hoy prefiero, sin embargo, comentar dos elementos que, en mi opinión, han contribuido decisivamente a la falta de interés de los lectores por nuestros clásicos contemporáneos: la precariedad de nuestra sociedad creativa y la naturaleza de la crítica literaria.

La sociedad creativa está compuesta por cuantas personas trabajan en el entorno de las artes y la literatura, e incluye no solo a los escritores, sino también a los que corrigen los libros, los editan, los venden, es decir, los libreros, los bibliotecarios, y demás. Los autores han sido aupados como los protagonistas de esa sociedad, cuando sin los editores, o sin los que divulgan el libro mediante una estrategia comunicativa eficaz, el globo de su ego perdería altura. Un fenómeno muy triste es la reducción masiva en cantidad y calidad de esas abejas trabajadoras de la colmena o sociedad creativa, porque empobrece mucho su calidad. Cada vez hay menos librerías, que están siendo sustituidas por puntos de venta, donde los empleados no tienen ni idea del contenido del producto que ofrecen. Las empleadas de la perfumería de una cadena te describen mejor el producto cosmético que el de una librería un volumen literario. Hace poco en el punto de venta de una de nuestras icónicas instituciones nacionales de Madrid, en su librería, perdón punto de venta, la dependienta no tenía ni idea de que Misericordia era una novela de Galdós, y por supuesto preguntarle por una edición específica que no fuera la más comercial, me pareció un ejercicio inútil. Igual podría decir de las editoriales grandes, donde jamás se leen los manuscritos enviados por los autores, porque no hay personal, ni personal cualificado. Lo cual lleva al conocido engaño de los grandes premios. Los infelices escritores noveles creen todavía que alguien va a leer sus manuscritos, enviados con tanta ilusión.

Un fenómeno muy triste es la reducción masiva en cantidad y calidad de las abejas trabajadoras de la sociedad creativa (editores, correctores, libreros), porque empobrece mucho su calidad

El segundo aspecto, la naturaleza de la crítica literaria actual es preocupante. Creo que por lo general, siempre hay honrosas excepciones, la crítica es uno de los eslabones de la sociedad creativa más frágiles, pues todavía no ha podido decidirse sobre el valor de la literatura y los criterios que deben regir su tarea. Dominan en nuestro entorno los críticos flaubertianos que prefieren la literatura artística, es decir, la inútil socialmente. La que alaba los crucigramas formales por encima de las obras con un contenido que representa a la vez que desafía a la sociedad, tipo, digamos, Tiempo de silencio, de Martín Santos.

Nuestros mejores escritores del siglo pasado, pienso en Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y Federico García Lorca lo tenían claro, y se da la paradoja que nunca los veremos puestos en la picota de la crítica artística, pero sólo se atreven con los Benito Pérez Galdós, desafiado continuamente, pese a haber producido obras geniales de nuestras letras, como Fortunata y Jacinta.

Sabina Urraca
Editora y novelista. Su último libro es Las niñas prodigio

La trepidante sensación del ahora

Basándome en mi entorno y en lo que veo entre escritores de mi generación, creo que los tiempos actuales son tan frenéticos y el ritmo de publicación es tan feroz, que la gente siente –sentimos– que la única manera de torear esa enorme masa de información es manteniéndose siempre a la caza de la novedad. Esto no sucede sólo con la literatura; también con el resto de artes y productos culturales. Especialmente ahora, sumidos en este individualismo casi inevitable, un poco aislados, muchas veces me doy cuenta de cuánto disfruto de la comunión que se produce en redes cuando varias personas hemos leído el mismo libro (normalmente una novedad editorial) y hablamos acerca de él. Hay en esa unión que se produce entre personas que están cada una en su casa, una sensación apaciguadora, el alivio de estar viviendo en el ahora y con los nuestros, que creo que produce un apego del que es difícil desprenderse. Defiendo este apego y al mismo tiempo me da cierto reparo, me asusta ver cómo nos arrastra este consumo de lo inmediato, que sin duda tiene raíces profundas no sólo en la literatura, sino en todos los hábitos de consumo actuales, desde la moda hasta la alimentación.

Los tiempos actuales son tan frenéticos y el ritmo de publicación tan feroz, que sentimos que la única manera de torear esa enorme masa de información es manteniéndose siempre a la caza de la novedad

Creo que era Limónov (y si no era Limónov, era Carrére hablando sobre Limónov), quien contaba que en Rusia se hacían largas colas desde la madrugada para comprar el último libro de poesía que había salido. Recuerdo leer esto hace años y desear con mucha fuerza una sociedad en la que se produjese ese fenómeno social de frenesí literario. Y ahora, especialmente ahora, lo estoy viendo en muchos círculos. Se produce un fenómeno fan, una exaltación de los públicos lectores, que creo que no sería posible que se produjese con los clásicos. Como digo, es importante la sensación trepidante del ahora, el consumo de relatos que nos hablan de nosotros mismos. Nunca antes se consumió tanta palabra escrita, nunca antes se hizo tanto ensayo involuntario al articular una opinión para que fuera leída por otros en redes. Hace años había una línea clara que separaba a los escritores de los que no lo eran. Ahora esa línea es algo más difusa, y por ello triunfa la narrativa que huye del academicismo, que a través del yo nos habla de todos nosotros, seres individuales encerrados en nuestras casitas que retransmiten lo que consumen, compartiéndolo con otros seres también encerrados. Podría decirse que la sociedad está inmersa en esa bedroom culture de la que teorizaba la socióloga Angela McRobbie.

Por supuesto, pienso en La colmena, La familia de Pascual Duarte o Pabellón de reposo, de Cela, y encuentro en ellas elementos atemporales. Recuerdo Madrid 650 o Sinfonía Borbónica, ambas de Francisco Umbral, y siento que es fundamental ver el presente desde el prisma del pasado. También sé que va a haber en mi montaña de libros un “lo último que ha sacado tal editorial” que va a tener prioridad. Pero soy consciente de que hay algo compulsivo y quizás dañino en esa compulsión de sentirnos intensamente en el mundo, conectados, juntos.