Imagen | Festivales de teatro, ¿qué aportan?

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Festivales de teatro, ¿qué aportan?

Los festivales de teatro renuevan sus direcciones. Dos de los nuevos directores, Darío Facal (Clásicos en Alcalá) y Carlota Ferrer (Festival de Otoño) tercian sobre su función. ¿Hay demasiados? ¿Sirven para algo? ¿Qué aportan al panorama teatral?

10 mayo, 2019 00:00
Darío Facal
Codirector de Clásicos en Alcalá

Un homenaje a los dioses

Resulta que el teatro es consecuencia del festival. Y la idea, como tantas otras, se la debemos a los griegos, que organizaban largos homenajes a sus dioses (a Dionisio, el primero) vertebrándolos a partir de una sucesión de actuaciones musicales, recitales poéticos y representaciones. Pero no es que haya que mantenerles el respeto a los festivales sólo por sus orígenes. Se lo debemos por la importante misión que cumplen aún hoy en la escena teatral.

«Desde los festivales se puede impulsar el trabajo de ciertos creadores con la esperanza de que las obras tengan una distribución y un recorrido más amplio en la cartelera»

Para empezar, son el espacio natural para la exhibición de ciertas obras que, por su naturaleza intelectual y artística, o por tratarse de espectáculos extranjeros, no sería posible encontrar en la temporada regular de los teatros comerciales. Además, desde los festivales también se puede impulsar el trabajo de ciertos creadores con la esperanza de que sus obras tengan, a posteriori, una distribución y un recorrido más amplio en cartelera.

Y gracias a todas las actividades paralelas que se pueden integrar en estos certámenes alrededor de su programación (cursos, encuentros, animaciones, performances…), también enriquecen la experiencia del espectador sobre la exhibición comercial, de la que se distinguen por su capacidad de proponer un marco que permita poner a dialogar diferentes espectáculos, abordar las diferentes maneras de entender el hecho escénico o las diversas lecturas que pueden hacerse de un mismo texto. En este contexto, son más legibles esos diálogos que se establecen entre distintos títulos, más perceptibles sus similitudes, contrastes y colisiones. De lo anterior se desprende la importancia de que los festivales estén especializados y que su marco conceptual esté bien definido para los espectadores que deseen participar activamente en la conversación propuesta, viendo el mayor número de espectáculos posible. Por ello, considero que los festivales no deben ser meros escaparates para la exhibición sino auténticos ejercicios de curadoría, que inviten al público a participar de una gran fiesta artística, intelectual y sensorial.

Por último, los festivales son también un punto de encuentro para que las compañías y los creadores entren en contacto con el público y con otras compañías tanto nacionales como internacionales, motivando y generando reflexiones y dinámicas creativas que, sin duda, benefician a todos. Y en un sentido más prosaico, con su afluencia de público, son una forma de generar beneficio económico para los comercios locales. Todas estas razones y algunas más son las que hacen imprescindible que sigan creciendo y cumpliendo su función año tras año. En el caso del festival Clásicos en Alcalá, del que acabo de coger las riendas junto con Ernesto Arias, nuestra intención es que consiga ser una fiesta del teatro, inundando las calles mientras en los dos escenarios de la ciudad, el Teatro Salón Cervantes y el Corral de Comedias (del cual soy también director), convive el teatro clásico más convencional con propuestas escénicas más vanguardistas, basadas, por supuesto, en los textos clásicos.

Carlota Ferrer
Directora del Festival de Otoño

Una forma de mover emociones y conciencias

Afortunadamente, a diferencia de hace años, la cartelera de los teatros madrileños goza de la convivencia del teatro internacional y nacional. Los festivales ya no son oasis aislados en el desierto, pero siguen siendo muy necesarios. El hecho de ser una actividad intensa concentrada en un corto periodo de tiempo y de espíritu efímero, lo dotan de un carácter especial que supone un estímulo creativo tanto para los profesionales y estudiantes de artes escénicas (y artes en general) como para los espectadores ya inoculados por el virus del teatro. Además, no dejan de ser una oportunidad para crear nuevos espectadores.

«En un mundo en el que los móviles e internet son los lugares perfectos para escondernos, quizá debamos ir de festivales para encontrarnos a través del teatro»

El festival es también una cita ineludible en la que se genera un espacio para compartir emociones y pensamientos. Un lugar de encuentro (y, a veces, combate de sensibilidades). Un lugar para el debate y el análisis. Un lugar de disfrute para nuestros sentidos. Una fiesta. Yo he vivido como espectadora, además de como artista, algunas ediciones del Festival de Otoño, del de Almagro o del ya extinguido FrinjeMadrid como una auténtica “boda gitana”, y, además, inspirada y aprendiendo con y de cada artista invitado. Una cita cultural y turística de calidad y una oportunidad para conocer una ciudad y su gente. Muchos de los festivales colocan en el mapa a la ciudad que los alberga generando beneficios económicos además de culturales. Después del teatro hay que ir a cenar… a tomar una copa… a bailar… ¡y a dormir! También tienen los festivales algo de rito y peregrinación artística, sobre todo cuando albergan diversas localizaciones y espacios en los que tienen lugar las diferentes piezas artísticas. Y tienen también algo de sagrado (o mejor dicho se encuentran entre lo divino y lo humano), sobre todo si tenemos en cuenta que este viejo arte del teatro tuvo su origen en los ritos y misterios griegos que enfrentaron al hombre a las grandes preguntas sin respuestas: de dónde venimos, quiénes somos y adónde vamos. Una vez más, el arte como asidero vital. El arte como religión. El teatro como misa sagrada donde se reparten misterios.

En definitiva, los festivales son dinamizadores de ideas e impulsos creativos que agudizan el espíritu crítico y analítico, provocan la comparación constructiva, mueven emociones y conciencias; y generan tejidos e intercambios profesionales entre creadores de diferentes generaciones, sensibilidades y países. Decía el dramaturgo norteamericano Arthur Miller: “El teatro no puede desaparecer porque es el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma”. Hoy, en un mundo en el que los móviles e internet son los lugares perfectos para escondernos, quizá debamos ir de festivales para encontrarnos los unos y los otros a través de la emoción del teatro.

Nunca habrá demasiados. Tienen que ir adaptándose para aportar lo que les falta a las programaciones regulares. Bien porque presupuestariamente los teatros no se lo puedan permitir, bien porque abordan lenguajes que no caben en el marco habitual (y que, sin embargo, hemos de dar cuenta de su existencia y valor artístico) o bien porque abordan temáticas que aún no tienen la visibilidad que merecen.