Ignasi Aballí Daniel Castillejo

Ignasi Aballí Daniel Castillejo

DarDos

El arte español no encuentra sitio fuera

La Bienal de Venecia abre sus puertas dentro de un mes y, de nuevo, tenemos que lamentar que no haya ningún artista español entre los invitados a la exposición internacional. ¿Por qué el arte español no encuentra su sitio en las grandes citas? Responden el artista Ignasi Aballí y el conservador Daniel Castillejo

12 abril, 2019 00:00
Ignasi Aballí
Artista

Debilidad o globalización…el problema sigue

Hace unos cuantos años, más o menos veinte, me pidieron que escribiera un texto sobre un tema similar al que ahora se plantea. Revisándolo, veo que, prácticamente, podría utilizarlo de nuevo. He pensado en la breve respuesta que Lawrence Weiner le dio a Seth Siegelaub cuando le reenvió, con unos años de diferencia, una entrevista con las mismas preguntas que ya le había hecho: “mismas preguntas, mismas respuestas”.

El hecho de que cada cierto tiempo nos hagamos la misma pregunta demuestra que el problema sigue ahí. El arte español, los artistas españoles, no hemos conseguido incrementar nuestra presencia en las grandes exposiciones internacionales. Y los que lo han hecho se pueden considerar casos aislados. Es un tema que aparece en simposios, debates y conversaciones entre especialistas del sector y, según parece, nadie sabe cómo corregir los déficits que se derivan de estos análisis.

Las razones que suelen argumentarse para explicar esta situación son el débil y reducido mercado del arte español; la falta de apoyos por parte de las instituciones públicas, museos y centros de arte que, con alguna excepción, no han construido una red sólida de relaciones internacionales; que España no es un país periférico, pero tampoco central en los debates artísticos, es decir, que estamos en una especie de territorio “neutro” que se percibe como poco significativo e interesante; que tal vez el trabajo de los artistas no tiene el nivel y la calidad suficiente para competir en el contexto internacional (también es importante la autocrítica para mejorar); que los comisarios y directores de museos extranjeros desconocen lo que hacemos aquí, porque no nos visitan (algunos solamente durante ARCO); que España no organiza ninguna exposición internacional importante en la que se puedan presentar los artistas españoles junto con los de otros países…

«Falta apoyo por parte de las instituciones públicas, museos y centros de arte que, con alguna excepción, no han construido una red sólida de relaciones internacionales»

No creo que se reduzca a esto. También podríamos considerar que hoy no son los países los que cuentan en el debate del arte mundial, que se ha globalizado, ya no importa la nacionalidad de los artistas para ser incluidos en una exposición, sino lo que cada uno propone con su trabajo. Es cierto que los países que tienen en cuenta los problemas que he comentado anteriormente, y han encontrado soluciones, aportan más artistas al contexto internacional, pero no es la única manera de acceder a él. Si analizamos la próxima Bienal de Venecia, comisariada por el estadounidense Ralph Rugoff, veremos que en ella participan artistas de treinta y ocho países. De ellos, catorce son países europeos, que aportan veintiséis artistas de un total de setenta y nueve. Francia, con seis, y Alemania, con cuatro, son los países europeos de los que proceden más artistas. También participarán artistas de Chipre, Lituania, Rumania, Noruega y Polonia, por citar algunos. Estados Unidos es el país del que proceden más artistas, dieciséis. Y ningún español. Desafortunadamente, tendremos que seguir imaginando y debatiendo soluciones a esta situación, a ver si conseguimos que en el futuro, si se da el caso, no tenga que seguir dando la misma respuesta a la misma pregunta.

Daniel Castillejo
Conservador y exdirector del Museo ARTIUM

Potencia emisora cero

Aprovecho la campaña electoral para responder a la pregunta de por qué hay tan pocos artistas españoles contemporáneos en las citas internacionales y evidentemente Ralph Rugoff, comisario de la Bienal de Venecia, no tiene la culpa. Son razones internas de las que muchas tienen un origen de irresponsabilidad política y otras de incapacidad real de desarrollo. Finalmente quedarían algunas de tipo psicológico.

En primer lugar, la ausencia flagrante de una política cultural de los gobiernos que se han ido sucediendo hasta el momento, ha creado un vacío insoportable en el que no se pronuncia ni se escribe la palabra cultura en los ejes vertebradores de los programas de los partidos políticos. Con gente muy preparada en asuntos económicos, financieros y de gestión, son totalmente incultos en la acepción más pura de la palabra. No saben para qué sirve la cultura y la única intuición que tienen es la de la cultura patrimonialista como recurso para atraer el turismo y dejar réditos. De lo contemporáneo nada. Y es esa sorprendente y paradójica ceguera política la que niega lo contemporáneo viviendo en la contemporaneidad, la que fomenta la existencia de una baja conciencia de lo actual y una facilona atracción del pasado que, unidas al oropel cegador y puntual de la tecnología, ha llenado el país de fiestas medievales, tributos renacentistas, festivales tecnológicos o festejos asombrosos.

«Nos dedicamos a exhibir obras de artistas ajenos, muchas veces desconocidos, que engordan su currículum frente a los artistas del país que, angustiados, ven mermar sus posibilidades»

La debilidad del sistema del arte español actual es otra de las razones esenciales. Está teñido de irrelevancia con honrosas excepciones y no puede hacer de mediador y prescriptor en un contexto hostil e inane.

Así y como conclusión, desde el final de la república hasta hoy, somos básicamente un país de receptores y no de emisores. Cuando acabó la dictadura nos entró la prisa y el hambre por ponernos al día y recuperar el tiempo perdido. De ahí viene la obsesión por lo internacional que consiste en facilitar la importación de autores extranjeros y la dificultad por colocar fuera a los propios.

Hoy, cuando ya han pasado por nuestros museos y centros los artistas y agentes foráneos más importantes y nuestros clásicos contemporáneos han estado a duras penas en los de fuera, no ha decaído la obcecación estéril y nos dedicamos a exhibir obras de artistas ajenos, muchas veces desconocidos, que engordan su currículum ocupando un espacio cuestionado por el sector por un supuesto derroche, frente a los artistas del país que, angustiados, ven mermar sus posibilidades. La baja estima que nos tenemos por no asomar la patita en los grandes encuentros o en museos más allá de las fronteras, alimenta aún más esa sensación de agravio y de reactualización de la leyenda negra, del neopesimismo finisecular, de calimerismo y, en fin, de incapacidad de reacción constructiva.

Podríamos decir, en definitiva, que Ralph Rugoff, simplemente no oye nada, no porque sea sordo, que puede que lo sea, sino porque nuestra potencia emisora es prácticamente cero.