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Subvenciones al cine, ¿cuestión de modelo?

El reciente cambio en la dirección del ICAA va a liberar muy pronto las controvertidas ayudas al cine. El director Albert Serra y la guionista y exministra de Cultura Ángeles González-Sinde tercian sobre la necesidad de las subvenciones y su papel en la creación

14 septiembre, 2018 17:00
Ángeles González-Sinde
Guionista y exministra de Cultura

Cuestión de modelo

El dilema es si conviene o no aplicar recursos públicos fruto de nuestros impuestos al fomento de la cinematografía. ¿El cine es un lenguaje artístico que es a la vez vehículo de comunicación social, o es un negocio? ¿Debe seguir existiendo, aunque como negocio sea deficitario o podemos prescindir de ese gasto? ¿En definitiva, el cine es arte o es industria? La respuesta es: ambas cosas.

Conviene saber que todas las cinematografías importantes tienen sistemas de subvención o financiación pública, si exceptuamos a Nollywood en Nigeria o Bollywood en India con mercados autosuficientes. De hecho, España es hoy de los países de nuestro entorno que destinan menos cuantía tanto en cifras absolutas como relativas. Lo que varían son los modelos. Unos son más eficaces, otros menos. Las subvenciones y ayudas, por otra parte, son una práctica habitual en sectores como el minero, el automovilístico, el agrícola, el energético y no generan la polémica del audiovisual. Tampoco son la única fuente de financiación del cine, pero sí una de sus patas importantes. Y ni siquiera son un invento reciente, pues son tan antiguas como la competencia del cine estadounidense.

La cuestión es qué cine queremos que exista. O tal vez españa quiera vivir sin películas. También sin pintura, sin museos, sin teatro… pero seguro que sería un país mucho más pobre

Las primeras medidas de protección del cine europeo, fueran cuotas de pantalla, incentivos o inversión directa, datan de los años 40. Incluso en los Estados Unidos existen. Solo el estado de California destina 330 millones de dólares anuales (aprobados por unanimidad en el Senado californiano) a incentivos. Hace tiempo que decidimos como país que tener cinematografía propia beneficia a la sociedad. Es positivo tener películas que hablen de nosotros y dado su alto coste, su inmenso riesgo y la ventaja competitiva de los productos estadounidenses, la única manera de hacerlas viables es mediante las ayudas públicas.

Podemos cuestionar el modelo que tenemos en España que otorga un papel en exceso preponderante a los operadores de televisión quienes tienen obligación de invertir un porcentaje de sus beneficios en cine, pero a la vez pueden percibir ayudas y estrenar sus películas con un enorme aparato publicitario propio. Aunque la intención fuera buena, el modelo es demasiado cerrado y no desarrolla una cinematografía rica y diversa, sino que ha terminado generando mayoritariamente películas del interés de las cadenas televisivas, es decir dirigidas a grandes mayorías y con una explotación comercial asegurada domesticando la creación de cine. Esto, sumado al menguante presupuesto para cine de quien debía ser la gran valedora de la diversidad, la televisión pública, ha dejado fuera al cine más libre, personal, arriesgado y plural.

En otros países la ley manda que la reinversión de las operadoras vaya a una bolsa común desde donde se redistribuye por otros agentes y con otras reglas reequilibrando y abriendo más el juego.
Tal vez el cine pueda seguir existiendo sin recursos públicos, aunque contadas cinematografías sobreviven sin ayudas. La cuestión es qué cine queremos que exista. O tal vez España quiera vivir sin películas. También sin pintura, sin escultura, sin museos, sin orquestas, sin teatro… Pero seguro que sería un país mucho más pobre, a pesar de ahorrar algún dinero (poco comparado con otras muchas partidas) al erario público.

Albert Serra
Director de cine

La excepción francesa

Las subvenciones al cine son justificables en la medida que lo es cualquier subvención a otra disciplina artística. La particularidad del cine es que la fabricación de la obra es cara (a veces escandalosamente) y que a menudo el cine se asocia a una forma de arte popular, cuyo fin último es ser consumido masivamente. En esta concepción las ayudas al cine y su proporcionalidad serían justificables como lo son los de cualquier otra industria o actividad económica. No existe ningún país europeo donde se fabriquen películas sin ayudas del Estado (el Reino Unido sería un caso peculiar complejo de analizar). El país europeo que dedica más recursos públicos al cine es Francia; y es, con diferencia, el que cuenta con una industria más sólida: segundo país exportador del cine del mundo en números absolutos y segundo país con mayor número de pantallas por habitante (detrás de Estados Unidos en ambos casos). La paradoja, y es aquí donde la administración española podría tomar nota, es que la solidez de esta industria ha sido creada sobre la base de la defensa de la “excepción cultural francesa”.

Sólo tenemos que comparar el número de espectadores de las grandes producciones francesas para consumo local con producciones españolas similares y dividirlo por el número de habitantes… La fortaleza es incomparable. Y todo esto empezó y ha continuado hasta hoy con la voluntad de oponerse a la invasión homogeneizadora de la cultura de masas norteamericana. La gran inteligencia de los legisladores fue hacerlo, no a través de los fondos de los Presupuestos Generales del Estado, sino con tasas específicas.

No existe ningún país europeo donde se fabriquen películas sin ayudas del Estado. Eel que dedica más recursos es Francia y es el que cuenta con una industria más sólida

Al principio, fueron tasas a los grandes éxitos de taquilla (mayoritariamente norteamericanos) , pues suponían una amenaza a la diversidad cultural, después a la televisión en los sesenta (otra amenaza), a las televisiones privadas en los ochenta, a los grandes operadores de cable y proveedores de internet en los noventa y a los difusores de contenido (Youtube, Google, Facebook, etc.) en los años dos mil. Siempre anticipándose al éxito de estas nuevas industrias y, con mucha astucia, siempre con tasas basadas en porcentajes sobre ingresos, fáciles de aceptar por estas corporaciones cuando todavía no tenían mucho éxito, pero que se mantienen para siempre y dan grandes réditos en los tiempos de bonanza.

Este método deja el cine al amparo de toda crítica, tanto desde la derecha como de la izquierda: si no miras la televisión, si no abres internet, si no utilizas Youtube… no financias el cine. A partir de estas premisas conceptuales, el sistema y el procedimiento para invertir estos recursos con éxito se ha ido sofisticando. Algunos ejemplos, chocantes para nosotros: las comisiones de ayudas las forma muy poca gente, formar parte de ellas es un honor y hay siempre gente que no viene de la industria del cine; no hay puntuaciones, se discute civilizadamente y se vota sí o no; es el director el que decide la asignación económica para cada proyecto; las subvenciones automáticas sólo son reinvertibles en nuevas producciones, etc. Sin duda, un círculo virtuoso para una industria ejemplar que se permite el lujo de producir al mismo tiempo el cine de autor más radical y el cine popular de más éxito (¡a menudo con autores extranjeros!).