Esterilidad. Cabe suponer que en los estudios críticos sobre Yerma (1934), el “poema trágico” de Federico García Lorca, está dicho todo. Pero lo que queda en el aire de la cultura general es que la tragedia lorquiana representa el drama de la esterilidad. Yerma, la joven campesina casada, está frustrada y desesperada porque ve pasar los años y no consigue quedarse embarazada. Hay quien piensa que el afán que tiene Yerma de ser madre está motivado por un mandato religioso o por una presión social que abocan a la mujer casada a la maternidad. De ahí, algunos barruntan que la obra lorquiana no ofrecería una actualidad palpitante –aunque sí el testimonio de un tiempo pasado–, pues presuntamente hoy no pesaría sobre las mujeres la misma doble conminación.

Una veta sensible a una interpretación actual sería el manifiesto reproche que Yerma hace a su marido, Juan, que está siempre cansado y ausente por las tareas del campo, que no pone empeño en buscarla y en encontrarla sexualmente, que no empuja ni “ahonda” y que, sin darle un hijo que dé sentido y júbilo –piensa ella– a su vida y a su casa, considera que a su mujer no le falta de nada y que andar por ahí, por las calles y por los caminos, es dar que hablar, comprometer la honra de la familia y del apellido, factor al que la joven también es sensible, solo que ella sostiene que en nada descuida “la honra de su casta”.

Alegría. Ciertamente, Juan, el marido responde a lo que Lorca le achaca y, por tanto, Yerma le imputa. El montaje de Yerma del Teatre Lliure en el María Guerrero, bajo la dirección de Juan Carlos Martel Bayod, y una relectura atenta del texto lorquiano, hacen ver –con la decisiva ayuda de la interpretación de María Hervás– un importante matiz que no siempre se destaca, sobre todo cuando se etiqueta la obra como la tragedia de la infertilidad.

En Lorca siempre se da una sensualidad radiante y descrita sin tapujos, la sensualidad y el deseo que Bernarda Alba reprime en sus hijas

Son varios y muy expresos los momentos, las actitudes y las palabras en los que Yerma expresa, en primer término, su deseo sexual, su disposición al lecho desde el principio. Yerma recuerda a su marido cómo se acostó con él la noche de bodas sin temblar ni llorar –como otras novias–, cantando, tal era la alegría con la que se había casado. Y guarda memoria de la excitación que sintió tiempo atrás cuando Víctor la tomó por la cintura para saltar una acequia.

Sensualidad. Es verdad que Yerma dice que no se entrega a su marido para divertirse, sino para ver si así llega el hijo… ¿Pero debemos siempre hacer caso a las afirmaciones de un personaje, incluso a la más aparente intención del autor de un texto? En Lorca siempre se da una sensualidad radiante y descrita sin tapujos, la sensualidad y el deseo que Bernarda Alba reprime en sus hijas. En Yerma, esa sensualidad está muy presente, y no solo en los personajes secundarios –la desinhibida Vieja, la libre Muchacha 2…– o en el cuadro de la desmandada romería.

También en la propia Yerma, y esto se acrecienta en el montaje de aires mediterráneos de Martel y en la interpretación corporal, muy física, de María Hervás. Lo que sucede, y eso es hoy extraño e interpelante –pero no lo fue en otros tiempos–, es que el texto –por no decir el subtexto– no escinde, como han hecho en la práctica las religiones y otras propuestas, junto al condicionante devenir socioeconómico, el deseo sexual y su satisfacción del deseo de la maternidad, que parecen vistos por Yerma como un todo gozoso, “sano”, que remueve la leche y la sangre, que le evitaría sentirse “seca” y con los “pechos de arena”.