Image: Piedras al agua

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Poesía

Piedras al agua

Antonio Cabrera

1 octubre, 2010 02:00

Antonio Cabrera. Foto: Archivo del autor

Tusquets, 2010. 112 páginas. 12 euros


Su primer libro, En la estación perpetua (2000), Antonio Cabrera (Medina Sidonia, Cádiz, 1958) se situó entre los poetas más destacados de su generación. Nacido en 1958 y cercano en muchos aspectos a los principales nombres de los ochenta, Cabrera ha sido desde el principio un poeta maduro, seguro del sentido de su búsqueda y cada vez más decantado en una línea de descubrimiento que resumían en 2001 sus palabras antes de una lectura: "Un poema, si es un buen poema, contiene una forma de promesa que nos mantiene despiertos y expectantes ante la vida al obligarnos a sentirla y a pensarla. Nada más y nada menos". Realidad pensada, reflexión sentida y emoción de descubrimiento es lo que siguieron ofreciendo Tierra en el cielo (2001) y Con el aire (2004) como desarrollos del programa de indagación fijado desde el principio en poemas como el emblemático "Poesía y verdad". Ahora, Piedras al agua continúa avanzando en un difícil equilibrio entre la rica sensorialidad de su visión y la expresión de un lirismo más interesado en perfilar incógnitas que en alcanzar respuestas: "Otra vez eres múltiple./ ¿Lo entiendes, realidad? No puedo reducirte".

Tres partes organizan Piedras al agua. Primero, la tensión entre la mirada intensamente sensitiva a la realidad y la conciencia melancólica del tiempo personal -"los lugares sin mí son un raro anticipo"- dirige la emoción poética por entre las alternativas que se proponen desde el primer poema, "El alrededor": "En las cosas el tiempo es otro tiempo/ separado del tiempo de tu edad./ No tiene años, tiene luz, no es ansia./ Canta el alrededor, no te dibujes". Se trata también, inevitablemente, de un programa de conocimiento circunstanciado en el que la anécdota se trasciende en firme decisión ética para "no-sotros, los fugaces", como en el gran poema "Caminata con breve soliloquio para Hamish Fulton": "Marcha confiada,/ ojos conformes. El paisaje es tiempo:/ las lomas, las pedrizas, lo que dura/ invencible. Mirar. Seguir. Dejar. Perder".

El intimismo doméstico y sentimental de la parte central introduce más que nunca los nombres y las figuras familiares, memoria y presente cuajados en seres y objetos que el poeta describe y mantiene en su existencia autónoma, en su "presencia pura": "Que no se mezcle/ su pulso con mi afán". La respuesta emocional es diversa en cada poema pero siempre a la vez luminosa y hermética, como lo que se indaga. Tal es el mensaje de cumpleaños a la hija: "Adelina,/ la sombra es mucha. Mira a su través" y tal es el sentido conclusivo del libro con la vuelta a la naturaleza elemental: aves, insectos, flores, ruinas, paisajes que resguardan su identidad y que al tiempo propician con su metáfora la emoción creativa de la contemplación que refrena "la fuga, el grito del ahora" y que reafirma la condición moral que fundamenta esta escritura: "Mi deber es crear una premisa,/ con la llama sensata,/ ver en la tarde/ lo que la tarde junta:/ el sol y la razón,/ el silencio y los pájaros". Sin desviarse de la línea iniciada hace una década, Piedras al agua constituye un magnífico hito en la obra del gran poeta que es Antonio Cabrera.