Image: Nada Grave

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Poesía

Nada Grave

ángel González inédito

8 mayo, 2008 02:00

ángel González. Foto: Diego Sinova

La muerte de ángel González en enero de este año no ha logrado acallar su voz. Entre los papeles del poeta, su viuda ha encontrado dos libros en marcha, un almanaque lírico de tono juvenil y Nada grave, una treintena de poemas heridos de desengaño y adioses. El Cultural anticipa hoy los versos póstumos de Nada grave (que lanza Visor la próxima semana en la colección Palabra de honor). En ellos, nos explica José Manuel Caballero Bonald, "está el poeta enfrentado, como él diría, a la moratoria crepuscular de la vida" . A fin de cuentas, y como reza uno de estos versos inéditos de Nada grave, "la noche es el sueño: al fin, la nada".



última gracia
Acaso
ese golpe finalX
-yo ya caído-
no fue otro acto de crueldad,
sino una prueba
de la piedad que decían no tenerme

Ya casi
Esto,
que está muy mal,
está pasando.
Como pasó el amor,
pasará el desconsuelo.
¿Acabaré agradeciendo al tiempo
lo que en él siempre odié?
Que todo pase,
Que todo lo convierta al fin en nada.

Hay que ser muy valiente
Hay que ser muy valiente para vivir con miedo.
Contra lo que se cree comúnmente,
no es siempre el miedo asunto de cobardes.
Para vivir muerto de miedo,
hace falta, en efecto, muchísimo valor

Ambigöedad de la catástrofe
Lo había perdido todo:
amor, familia, bienes, esperanza.
Y se decía casi sin tristeza:
¿no es hermoso, por fin, vivir sin miedo?

Algunas tardes
Una tristeza insólita
me invade algunas tardes.
La de hoy es una de ellas.

En el sombrío cuarto de estar
triste,
permanezco a la espera
de que la luna certifique la defunción del día.

Este es por fin el cuarto
menguante de una luna llena
de macilenta luz
que me confirma lo que yo esperaba:
el día
que tanto me dolía ya se ha muerto.
Y la noche es el sueño: al fin, la nada.

Graves bocetos para un libro

Por José Manuel Caballero Bonald

ángel González apenas se desvió de la ruta que une su primer libro, áspero mundo (1956), con el último, Otoños y otras luces (2001). No quiero decir que su poesía fuera sucediéndose a sí misma sin atravesar por sus correspondientes tramos evolutivos, sino que cada poema muy bien podía entenderse como una consecuencia de los escritos con anterioridad. Quizá todo eso no sea más que una fijación retórica mía, pero por ahí apunta desde luego una razonable noción de la poesía de ángel González.

Otoños y otras luces supone la resultante final de una poesía cuyo avance paulatino condujo a una madurez entendida como corolario final de la juventud. Los poemas de ese libro pueden sonar a otros anteriores del autor, sobre todo a través de ciertos comunes modales sintácticos y léxicos, pero también ratifican algo que, aun viniendo de atrás, anticipa lo que podía ocurrir a continuación. El tono es aquí más elegíaco, más meditabundo. Son poemas de amor y desamor, de memorias y deseos, por donde transitan sombras queridas y justicieros tributos literarios. Otras perseverantes pautas de su obra -la crítica de la sociedad, los recursos de la ironía, las actitudes morales-, fueron desembocando en un escepticismo -en un pesimismo- donde ya hasta la expresión poética podía ser un arma de doble filo. Por una parte la aspereza y por otra la ironía y aun el sarcasmo que la lima.

Nada grave, que ahora se edita póstumamente, prolonga la agudeza sucinta del último ángel González. Aquí está el poeta enfrentado, como él diría, a la moratoria crepuscular de la vida. Viene a ser como una muestra fragmentaria del libro que tal vez, no sin alguna desavenencia consigo mismo, hubiese publicado ángel González, aunque tampoco estoy nada seguro de que finalmente se decidiera a hacerlo. Unos pocos de los 27 concisos, lacónicos poemas que se reúnen en Nada grave ya aparecieron anteriormente en alguna antología; los restantes se encontraban medio perdidos entre los papeles del poeta. Todos ellos disponen de una pesadumbre que las enseñanzas de la vida fueron acrecentando y tienen mucho de bocetos, de esquemas de poemas posibles que ya no se terminarían nunca.