Poesía

Extranjera en su patria. Cuatro poetas gallegos

Edición de Carmen Blanco

23 febrero, 2006 01:00

Rosalía de Castro

Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. 2006. 343 págs. 18,90 e.

Al nombre fundamental y fundacional de Rosalía de Castro, le acompañan en esta antología los de Manuel Antonio, Luis Pimentel y Luz Pozo Garza. ¿Los tres poetas gallegos más importantes del siglo XX? Inútil resulta entrar en discusiones jerárquicas.

No cabe duda de que fuera queda un buen puñado de poetas principales, pero la intención de la antóloga no ha sido -me parece- la exhaustividad, sino presentar una muestra de la poesía gallega, en gallego y en castellano, como un capítulo -y no el de menor importancia- de la poesía universal.

Rosalía de Castro, a la que tendemos a olvidar de tan consabida, es en Galicia más que un poeta, pero es ante todo un poeta. Denunciatoria e íntima, realista y misteriosa, a veces nos distancia un tanto su tono plañidero, los restos de la ajada quincallería romántica, pero en seguida da una vuelta de tuerca a la retórica de su época, y consigue esas pocas palabras verdaderas que nunca nos cansamos de escuchar: "Negra sombra que me asombras..." Menos conocido fuera de Galicia es Manuel Antonio, marino nacido en 1900 y muerto a los 30 años, que llevó al verso sus experiencias de navegante tras aprender la lección de las vanguardias. "Hojas sin fecha de un diario de abordo" se titula su único libro, De catro en catro, publicado en 1928. Las ingeniosas metáforas del ultraísmo, tan próximas a las greguerías, están en esa obra: "Nos llenaron el vaso / con toda el agua del mar / para componer un cock-tail de horizontes". Pero no faltan los ecos románticos y simbolistas. Así el poema "Chove" comienza glosando unos de los más conocidos versos de Verlaine: "Llueve en la Ciudad / Llueve de noche en la Ciudad / Llueve de noche en la Ciudad vieja". Antonio trajo a la poesía gallega los aires renovadores de la nueva estética que algunos calificaron impropiamente de deshumanizada, sin quedarse en el ludismo experimental de tantos poetas del resto de la península.

Luis Pimentel fue en vida un poeta sigiloso y secreto, admirado fervorosamente por unos pocos (como Dámaso Alonso), ignorado por los más, dada su negativa a publicar. Coetáneo de los poetas del 27 (con alguno coincidió en la Residencia de Estudiantes), vivió toda su vida en Lugo, para él compendio del universo. Fue un poeta provincial, en el buen sentido de la palabra, un poeta intimista y dolorido, un lúcido testigo de la vida en una pequeña ciudad abierta al campo y de la barbarie de la guerra civil. Escribió en gallego y en castellano, tradujo sus poemas de una lengua a otra. Pimentel gusta de las personificaciones de estirpe simbolista: "De pronto sorprendí a la mañana / entrando en la villa, / cantando de la mano de la fina lluvia. / Con los pies desnudos y mojados / venía de los caminos verdes, profundos. / Dedos de viento transparentes, vacíos, / en bruñidas bandejas".

Fuera de Galicia, la poesía de Luz Pozo Garza, nacida en 1922, es sin duda la más desconocida. Poeta de amplia trayectoria, su obra nos recuerda a la portuguesa Sophia de Mello: tiene idéntica luminosidad y transparencia. Incluso también recrea los mitos clásicos, como ocurría ya en sus primeros poemas de ánfora (1949), y en los más recientes de Medea en Corinto (2002). El título que Luz Pozo ha dado a su poesía completa, Memoria solar, nos remite a otro poeta portugués, Eugénio de Andrade, quien inició la etapa última y fundamental de su obra con el libro Matéria solar. Estas similitudes parecen más parentescos vitales, coincidencias en la visión del mundo, que directas influencias. En una poesía como la gallega, tan mágicamente neblinosa y empapada de saudades, sorprende el vitalismo de Luz Pozo Garza (aunque en su obra también haya lugar para la elegía): "Es tan fácil vivir alegremente, / la alegría desciende por los valles / y todas las criaturas / llevan su pan de júbilo..." Más adelante, en el mismo poema, añadirá con guilleniano fervor: "¡Qué dichosa me siento porque vivo!"

Extranjera en su patria (de un poema de Rosalía de Castro se toma el algo enigmático título de esta selección), es la poesía, cualquier poesía, quizá porque su patria es el mundo.