Image: Pushkin: Poemas

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Poesía

Pushkin: Poemas

Aleksandr Pushkin

30 junio, 2005 02:00

Pushkin, de V. Tropinin (1827)

Edición de Víctor Gallego. Gredos. Madrid, 2005. 211 págs, 19 e.

La vida del poeta ruso Aleksandr Pushkin (1799-1837) abarca prácticamente el mismo periodo de tiempo que la del italiano Leopardi (1798-1837). Ambos fueron, en cierta medida, almas gemelas; padecieron los forcejeos históricos y los cambios estéticos a los que, a su vez, se vieron sometidas esas cuatro primeras décadas del siglo XIX.

A ambos les une también el tedio que sintieron por la vida, al que llegan por caminos muy distintos. La rebeldía del primero -más vitalista que íntima-, le separa claramente del segundo. Esos forcejeos de los cambios sociales y literarios de comienzos del XIX se transparentan también en las obras de ambos. La dependencia del realismo en el primero y del clasicismo en el segundo perturban su vigoroso romanticismo. Ambos son, más allá de las dudas que ha levantado la crítica, dos poetas de estirpe romántica, con una voz lírica muy clara que ni las influencias lectoras ni la dureza de sus vidas lograron acallar.

Ese espíritu de cambio de los nuevos tiempos se muestra en Pushkin cuando vemos con qué facilidad aborda los distintos géneros literarios (la poesía, la novela, el teatro), por más que sea el lirismo -un lirismo muy de él, muy debido a la mirada realista, rebelde- el que traspasa todo lo que escribe, dando a sus obras un tinte claramente poemático. Ese espíritu de cambio se aprecia también en la libertad formal y de estilo, que le llevan a saltar de una claridad inocente a los caprichos del lenguaje. Su obra -como la de tantos de sus coetáneos- no fue, en suma, sino un gran gesto de libertad creadora que le arrebató. Su temprana muerte en duelo, a causa de un lance amoroso, añade una nota más de idealismo y malditismo a su encendida vida, que padeció la inestabilidad, la persecución, la soledad, el destierro y los amores tortuosos; sobre todo el que sintió hacia su mujer, la bella Natalia Goncharova, amor que el mismísimo Zar "vigiló". Los grandes escritores de su tiempo lo alabaron o le imitaron: Gogol, Turgueniev, Dostoievski, Gorki.

La edición que ahora comentamos -acertadamente "subjetiva" y publicada dentro de la sugestiva colección que dirige Carlos García Gual-, ofrece muy bien -en lo que a la poesía se refiere- esas variadas claves de la personalidad de Pushkin y de su tiempo que hemos subrayado. Otra selección de su obra podría haber seguido el criterio de abordar varios géneros, recogiendo la novela que leímos en nuestra juventud (La hija del capitán), o textos (Ruslan y Ludmila y Yevgueni Oneguin) que dieron lugar a las hermosas óperas de Glinka y de Tchaikovsky, o sus aproximaciones a la historiografía; pero esta selección se ciñe muy bien a lo poemático, término de significación múltiple en el poeta ruso, pues de él participan los poemas al uso, el poema largo o el fragmentario ("El jinete de cobre") o el dramatizado ("Los gitanos", "El convidado de piedra", en torno al mito de Don Juan, o "Mozart y Salieri", disensión entre genios de la que el cine se ocupó brillantemente).

Más allá del acierto que supone esta recopilación de tonalidades muy diversas -por todas sus obras fue y es amado este "poeta nacional" ruso-, como lectores seguimos prefiriendo sus poemas-poemas. Es decir, de la misma manera que al aproximarnos a los Canti de Leopardi nos inclinamos por los poemas centrales de este libro -los que rehuyen el rancio neo-clasicimo o el razonar pesimista-, en Pushkin valoramos el lirismo puro y fresco del romántico que abre esta recopilación; un lirismo -ya lo hemos señalado- muy traspasado por la realidad; heridor unas veces, otras plenamente atmosférico. Sus llanas descripciones de paisajes o de ambientes -de las que emana un tedio también muy leopardiano- dan lugar a sus más bellos poemas.

A veces, esa ingenua sencillez nos recuerda la de nuestro Bécquer, pero en otros muchos poemas brilla una mayor complejidad, pues atisbamos la ironía volteriana de sus lecturas francesas, la fecundidad de Tasso o la influencia temprana de Byron, autor que lee durante su destierro en Crimea. Sus lecturas le llevaron también hasta nuestros autores (el Romancero, el Quijote). Acaso, en el fondo, el genio le viniera de que fue un autor "meridional". No en vano, su abuelo había sido un abisinio negro que estuvo al servicio de Pedro el Grande. Antes de ser una gloria nacional, Turgueniev elevó a Pushkin al definirlo como "el primer poeta artista ruso", sobre todo porque había creado "una lengua poética nueva".