Image: Los perros románticos

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Poesía

Los perros románticos

Roberto Bolaño

26 abril, 2000 02:00

Prólogo de Pere Gimferrer. Lumen, Barcelona, 2000. 95 páginas, 1.600

Bolaño muestra una variada inspiración, se distancia a través de un humor inteligente, adjetiva con propiedad y nunca se muestra trivial ni predecible

Introducido por un breve prólogo de Pere Gimferrer, Los perros románticos, del chileno Roberto Bolaño (nacido en 1953), constituye una pieza poética, género en el que el autor no es la primera vez que incide, aunque su prestigio creciente le llegue desde la narrativa, principalmente tras la publicación de Los detectives salvajes (1998), novela que alcanzó una lluvia de premios, el Herralde, el Rómulo Gallegos y el del Consejo del Libro de Chile, además de una lluvia de excelentes críticas. La poesía de Bolaño está integrada de recursos narrativos, no siempre líricos. Se trata de poemas, algunos de cierta amplitud y diversa inspiración (no será difícil advertir los de índole confesional), a menudo en versos amplios que prescinden de la musicalidad y hasta del ritmo habituales (que podemos descubrir, pese a todo, en el llamado verso libre). Tres composiciones llevan como título "los detectives". El más representativo será "Los detectives helados": "Soñé con detectives helados, detectives latinoamericanos/ que intentaban mantener los ojos abiertos/ en medio del sueño/..." Bolaño rodea los escenarios del poema de elementos oníricos, se inspira en "crímenes horribles", fáciles de adivinar. Pese al poema dedicado a Nicanor Parra, poco hay del mecanismo del "antipoema" en la poesía de Bolaño, más cerca de un postsurrealismo o de un realismo cotidiano objetivista, que no se contradicen. Por ejemplo, en el poema "Lupe": "Trabajaba en la Guerrero, a pocas calles de la casa de Julián/ y tenía 17 años y había perdido un hijo/...".

La ciudad de Barcelona aparece mencionada en más de una ocasión, una de ellas en relación con la nieve. También la nieve constituirá el escenario de un poema amoroso sin título, bajo el epígrafe del poeta medieval catalán Jordi de Sant Jordi, donde sustituye la separación de los versos con espacios en blanco. Pero ya en "Resurrección" pretende definir el origen de la poesía: "La poesía entra en el sueño/ como un buzo en un lago/.../ La poesía entra en el sueño/ como un buzo muerto/ en el ojo de Dios". El tradicional tema de la muerte figurará con cierta frecuencia, incluso en "Ernesto Cardenal y yo", poema de un falso realismo, que podría analizarse con curiosos resultados desde la perspectiva psicoanalítica, de igual modo que en "Godzilla en México". Podrían también rastrearse los poemas de ambientación mexicana. A esta serie correspondería, paradójicamente "Versos de Juan Ramón", al que se sitúa "en la lírica goda del siglo XX" y constituye una de las escasas muestras de "antipoesía" del libro; paralela al desafortunado texto juanramoniano que se introduce en forma de "collage". Otro de los temas recurrentes en el poemario es el del sexo, próximo a lo narrativo y pocas veces sublimado: "No me quiero morir, susurraba mientras se corría/ En la perspicaz oscuridad del dormitorio,/ Y yo no sabía qué decir,/ En verdad no sabía qué decir/..." ("La francesa"). Aunque en ocasiones se sirve de un "yo" polimorfo, que se corresponde más o menos con determinados aspectos de la biografía del autor, uno de los mejores ejemplos de distanciamiento irónico poético, en verso corto (combinaciones de heptasílabos, octosílabos o endecasílabos, próximos al romance) es "El último canto de amor de Pedro J. Lastarria, alias El chorito":

"Sudamericano en tierra de godos,/ éste es mi canto de despedida", poema que, como en otros varios, utiliza el humor: "Como era pigmeo y amarillo y de facciones agradables/ Y como era listo y no estaba dispuesto a ser torturado/ En el campo de trabajo o en una celda acolchada/ Me metieron en el interior de este platillo volante/..."

("Mi vida en los tubos de la supervivencia"). Excelentes son los dos poemas que cierran la serie: "Musa", uno de los escasos poemas de inspiración amorosa, y "Entre las moscas", cuya brevedad le permite acentuar su intensidad. Bolaño muestra, pues, una variada inspiración, se distancia a través de un humor inteligente, adjetiva con propiedad y nunca se muestra trivial ni predecible. Deliberadamente ha prescindido de la musicalidad en amplias zonas del libro; pero la alcanza cuando así lo decide. Su vertiente de narrador de éxito no debiera hacer olvidar a sus lectores esta personal faceta poética, a todas luces destacada.