Poesía

Lucernario

Antonio Lucas

19 diciembre, 1999 01:00

DVD. Barcelona, 1999. 64 páginas, 1.100 pesetas

El amor puede ser -y así lo entiende Lucernario- el mejor detonador de la imaginación y la conciencia, el más eficaz conjuro contra la erosión del tiempo

A l concebir este su segundo libro como un discurso amoroso, Antonio Lucas ha tenido que afrontar el tema dotado de la mayor grandeza, y lastrado por la mayor servidumbre, entre los que ofrece la tradición poética. El amor puede ser -y así lo entiende Lucernario- el mejor detonador de la imaginación y la conciencia, el más eficaz conjuro contra la erosión del tiempo, el mayor estímulo de toda clase de aventuras intelectuales, la incursión más apasionante en el terreno de la adquisición de la personalidad y del pensamiento, el mejor guía a través de siglos de Literatura. Claro que para ser eso ha de poner en movimiento, como dice el poema "Amor y muerte", tanto la sangre como la tinta.

El amor meramente sanguíneo, de sangría y de sanguijuela, atrae a los jóvenes poetas como canto de sirena, y es grande el mérito de Antonio Lucas al haber evitado caer en la poética de sangrecilla y sangruza en la que es tentador banalizar el más complejo de los sentimientos. El antídoto está en la tinta, la tinta propia y la ajena; la primera, porque ensancha el horizonte de la percepción y la interiorización de la emoción; la ajena, en cuanto enseña a viajar por la cultura y por la Historia.

Los referentes de Lucas, más allá de una anécdota discretamente aludida, y que no se autojustifica en evocaciones tópicas, arrancan de la poesía del Barroco y llegan a Leonard Cohen, pasando por Rimbaud, Juan Ramón, el 27, el Superrealismo francés o Luis Rosales. No son malos Virgilios para atravesar el infierno de la banalidad.

El léxico de este libro es amplio y cuidado, lo que indica que la mirada que lo emplea ve el mundo con precisión y matiz, y así lo vive y lo nombra mientras percibe el paso del tiempo en ruinas y monumentos tanto como en el ajetreo callejero de ciudades marcadas por el ritmo de la vida moderna (Londres, París) o ancladas en un pasado de nostalgia artística (Venecia).

El verso blanco se extiende en ocasiones hasta el versículo sin puntuación, y no faltan experimentos estróficos tradicionales. La llamada prosa poética, contra la que nada tengo salvo que sirva de material de relleno a quienes sienten flaquear las motivaciones musicales del verso, se emplea en la "Poética" final, y con medida voluntad de ambigöedad en el juego entre prosa y verso de "París 1996". La imaginación adopta tanto los precisos esquemas del Barroco como la incoherencia visionaria del irracionalismo contemporáneo.

La poética de Lucernario es al mismo tiempo "simetría y latido", definición de la belleza femenina en "La fugitiva", doble clave del acierto de este libro.